1 ...8 9 10 12 13 14 ...18 La funeraria realizó un informe detallado de los servicios prestados. En él constaban los gastos, desde las autorizaciones pertinentes hasta el coste de los billetes de ellas y el traslado del cuerpo. La factura era una cantidad considerable que Ignacio mandó por fax. Temía que a Yuri le pareciese excesiva. A las dos horas, la trasferencia a la cuenta de la funeraria estaba realizada. Después, el propio Yuri le llamó para agradecerle sus servicios y esperando verse pronto.
* * *
Stefano Rusconi estaba cada vez más convencido de que sus sospechas eran ciertas. En el noventa y nueve por ciento de los robos, los primeros indicios suelen señalar en una dirección. Puede tratarse de simples butroneros, bandas organizadas que planifican militarmente los asaltos a joyerías; otros, más especializados, que acceden anulando alarmas y utilizando lanzas térmicas para reventar cajas de seguridad, o algún lobo solitario que roba por encargo alguna obra de arte. Normalmente, los investigadores, a través de la base de datos propia o la de organismos policiales internacionales, pueden identificar el modus operandi de los ejecutores o la intervención de alguno de sus miembros. Eso no significaba que, descubriendo quién era el responsable, el caso estuviese resuelto. En muchos casos, estas bandas adoptaban amplias medidas de seguridad que dificultaban su localización y detención. Además, los investigadores debían reunir las pruebas adecuadas para, una vez detenidos, demostrar ante los tribunales que eran los autores materiales de los hechos delictivos por los que se les acusaba. Todos ellos eran casos que requerían de extensas investigaciones por parte de unidades policiales especializadas en coordinación permanente con unidades homólogas de otros países. En todo este entramado, los equipos de las fuerzas y cuerpos de seguridad no solo recogían muestras en los escenarios para identificar a los responsables, también escudriñaban en busca de intermediarios y receptores de estas mercancías, pues eran parte esencial del engranaje.
Era extraño que se detuviese a una persona a la cual se le achacasen múltiples delitos de esta índole y no contase con antecedentes policiales previos o sin identificar su modus operandi. Se conocían delincuentes que lo modificaban para despistar a los investigadores y dificultar tanto su identificación como su detención, pero hasta en esos casos, el patrón de sus actos terminaba delatándolos.
No obstante, en los últimos años se habían perpetrado una serie de robos que tenían perplejo a Stefano. Eran cuatro, cometidos todos en territorio español y con intervalos entre ellos de siete a once meses. El último, hacía un par de semanas. De este último había recibido, por parte de la Guardia Civil, el listado con las personas que habían acudido a la residencia de descanso donde colgaban los cuadros en los últimos cinco años. El propietario era un importante empresario que exportaba diversas mercancías a países asiáticos. Por ese motivo, en la lista constaban numerosos nombres procedentes de esos países. Estaba convencido de que el propietario se vanagloriaría delante de sus clientes de la espectacular colección de obras que poseía y uno de ellos, en secreto, ahora disfrutaba de su contemplación en algún lugar remoto. Era un hilo del cual resultaba estúpido tirar, buscar dónde se encontraban era absurdo. En vez de investigar quién los quería, probablemente cuando se descubriese quién se los había proporcionado, se podría averiguar dónde colgaban los lienzos. Pero de su recuperación, se podrían ir olvidando.
Por ese motivo se encontraba en las dependencias de la Jefatura Superior de Policía. A través de su empresa, y por cauces institucionales, se solicitó la colaboración para recabar datos sobre ciertos delitos sin resolver. No había tenido ningún problema, además de la pertinente solicitud. Stefano era reconocido por los agentes como un excelente investigador y uno de los mejor informados en relación a las tramas delictivas internacionales dedicadas al robo de joyas y arte. Por lo tanto, la colaboración era excelente. Le proporcionaron un despacho y en este momento consultaba desde una terminal la base de datos.
«Robos de joyas y obras de arte. Valor del robo: superior a cien mil euros. Sin resolver. Que, por la investigación, se sospechase la intervención de una sola persona en la comisión material del delito. Sin testigos. Sin encontrar huellas reseñables. Sin encontrar ningún indicio o prueba reseñable. Cometidos en territorio español». Introdujo en el ordenador estos y otros parámetros. Este le suministró una serie de robos que se ajustaban a lo solicitado. Y empezó a examinarlos, uno por uno: la investigación, las pruebas encontradas, la metodología del robo, los análisis forenses, las conclusiones de los agentes, todos los detalles que se recogían y de los que concienzudamente se dejaba constancia. En algunos casos, por sí solos podían no decir nada pero cuando se analizaban globalmente, podían ser reveladores.
Stefano era meticuloso, paciente, imprescindibles aptitudes para su profesión. Fue descartando directamente unos, separando otros para un segundo análisis y dejando a un lado otros. Se olvidó de comer y a las siete entró un inspector recordándoselo. Se acercó a una cafetería cercana, comió un bocadillo y regresó. A las doce de la noche tenía claro que sus sospechas eran fundadas. Había cotejado la información de la Guardia Civil y la Policía Nacional y existía un patrón común en siete robos, tres más de los que en principio sospechaba, no tenía dudas de que habían sido cometidos por la misma persona. Cerró la carpeta, guardó sus apuntes y se fue a dormir.
A las ocho de la mañana regresó, fresco como una rosa. Desayunó con un par de inspectores e inmediatamente se encerró en la sala que le habían habilitado. Ahora buscaba el perfil de un delincuente concreto. Se remontó a fichas policiales de 1985, treinta años de antigüedad, calculando que la persona que buscaba tendría entre treinta y cinco y cincuenta y cinco años. Delincuentes pertenecientes a bandas criminales dedicadas a robos que, con el tiempo, se especializasen y fuesen adquiriendo el perfil de lobo solitario. En otros tiempos, estas bandas contaban con profesionales en otras áreas que aprovechaban para delinquir: cerrajeros capaces de abrirte no solo cualquier cerradura, también las cajas de seguridad; especialistas que provenían de la construcción para butronear edificios y perforar acero; informáticos para silenciar alarmas, y todo tipo de especialistas. En el silencio de la noche, en fines de semana o lugares donde se celebraban varios días de fiesta, esta gente cometía sus robos sin que nadie se enterase hasta la hora de apertura. Ahora, con un arma y violencia se tiene suficiente, no importa si alguien muere.
Stefano estaba convencido de que la persona a la que buscaba procedía de ese mundo. Por lo tanto, pasaba con toda seguridad de los cuarenta. Era español y no sabía idiomas, por ese motivo todos sus golpes eran en España. Trabajaba por encargo, evitaba las filtraciones y los soplones que existen entre los intermediarios y los receptores de la mercancía robada. Probablemente él no tratase nunca con el cliente, pero por fuerza alguien debía conocerle y ser su intermediario. En ese caso, entre su intermediario y él, además de mutua confianza, se establecerían lazos de lealtad. Se movían en un círculo cerrado, con pocas personas que conozcan su verdadero trabajo; por ello han podido pasar tan desapercibidos a las fuerzas de seguridad. Viviría cómodamente, sin ningún tipo de penuria, probablemente casado y con hijos, manteniendo las apariencias, desarrollando algún trabajo que le permita cierta libertad, comercial o autónomo. Es inteligente, disciplinado y no peca de ambicioso, sabe que es fundamental para su supervivencia no llamar la atención. Su vehículo será de gama media y deja un tiempo entre golpe y golpe.
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