1 ...6 7 8 10 11 12 ...18 Una vez el párroco se alejó, volvió a sus reflexiones. Volvió a preguntarse por qué motivo ponía en riesgo cuanto poseía, por qué volvía a sentarse a la mesa de juego pensando que tendría siempre la misma suerte, cuando era consciente de que existían muchas probabilidades de perder. El restaurante le dejaba los beneficios suficientes para continuar con su austera vida, su cuenta corriente reflejaba el saldo de un pequeño empresario, tanto la propiedad del restaurante como la de su vivienda en el primer piso estaban libres de cargas hipotecarias. Luego estaban sus cuentas en paraísos fiscales, disponía en ellas de suficiente dinero para disfrutar de la vida desahogadamente. ¿Por qué, entonces, se arriesgaba a perderlo todo con el siguiente golpe? No tenía una respuesta coherente. No se trataba de ambición o codicia. Al menos eso creía.
Era un profesional. Adoptaba las máximas medidas de seguridad tanto para preservar el anonimato de su identidad, empezando porque las autoridades ni siquiera sospechasen de su existencia, como en la planificación y ejecución del trabajo. Conocía perfectamente el funcionamiento del engranaje policial. Sus protocolos de trabajo eran, en muchos casos, predecibles; ante delitos concretos, deducían por eliminación los delincuentes que se ajustaban a ese tipo de delito y su modus operandi. Se investigaban, se iban descartando al encontrar sus coartadas y, al final, inevitablemente, uno encajaba. En sus ficheros siempre constaba el nombre que desde el inicio buscaban; ese era el trabajo policial, por supuesto, sin menospreciarlo. Conocía investigadores concienzudos y meticulosos, profesionales como él mismo. Por ese motivo era tan importante pasar completamente desapercibido. Además, era consciente de lo pequeño que era en el campo en el que se movía, el exclusivo mundo del robo de obras de arte, donde se precisaba especialización y destreza, contactos para recibir encargos con absoluta discreción y poder introducir en el mercado la mercancía robada. Él siempre había trabajado con el primer método; trabajar por encargo siempre tenía menos riesgo.
Otra vez volvió al inicio de sus cavilaciones, a la pregunta esencial. ¿Cuál era, entonces, su motivación real para continuar sentado en la mesa de juego? Un ludópata se busca la ruina personal, es consciente de ello, pero al día siguiente entra otra vez en el salón, no puede evitarlo, es su droga. Inmediatamente le vino a la mente su excusa, su justificación. Era la dosis de adrenalina que le hacía sentirse vivo, así de sencillo.
La realidad era otra, lo sabía. Su justificación era una barrera para esconder la realidad. Una realidad que no era otra que su propia frustración, la insatisfacción de su propia vida. Tenía las mujeres que deseaba, eso probablemente despertaría la envidia de otros hombres. El problema es que las poseía una sola noche. El paso del tiempo nos marca etapas, visiones de la realidad desde otros prismas, mutaciones de nuestros deseos que no somos capaces de controlar. Deseaba sentirse amado, despertarse todas las mañanas junto a la persona que te ama por encima de todas las cosas, sin farsas, sin intereses. Compartir ese sentimiento de ser único para otra persona. Era un cobarde, mantenía su parapeto por miedo. Sí, por miedo, miedo a no encontrarla, a que le dejara por no estar a su altura. Escogía el camino fácil, el autoengaño. Pero en su fuero interno, donde uno no puede engañarse, era consciente de que deseaba tener a su lado a esa persona y compartir la experiencia de tener un hijo, dos o tres.
Vivir otra vida.
Parte II
La incertidumbre le estaba matando, por supuesto, junto a la codicia. Hacía solo diez días de la reunión, pero no podía pensar en otra cosa que no fuese verse contando los billetes que le habían prometido. Temía que algo fallase, que se anulase el pacto prometido, que volviesen con otras condiciones, que el hijo de puta del empresario ruso decidiese construirse su residencia en las Islas Canarias; mil problemas que desbaratasen lo hablado y si te he visto, no me acuerdo. En definitiva, no había nada firmado, todo de palabra. Era cierto que faltaban unos días para el plazo en el que podrían llamarle, primero tenían que solucionar el tema del cambio de catastro del terreno. Cuando lo solucionasen, firmarían su acuerdo confidencial y él, por fin, podría embolsarse la cantidad acordada. A través de un amigo residente en Luxemburgo, se había abierto una cuenta bancaria. Se disponía a salir cuando sonó su móvil.
—Dígame.
—Sr. Ignacio, soy Yuri.
El corazón le dio un vuelco, le reconoció antes de decir su nombre.
—Le he reconocido. Dígame.
—Ha surgido un problema. No se preocupe, es independiente de lo que hablamos el otro día —pareció leerle el pensamiento—. Necesito un favor.
—Si está en mi mano.
—Creo que sí. ¿Podemos vernos inmediatamente?
—Claro. ¿Dónde desea que nos veamos?
—Podría estar en su casa en quince minutos. No le entretendré mucho.
— Me disponía a salir, pero creo que podré retrasar el asunto. Le espero.
—Muchas gracias. Es un favor personal, ahora mismo nos vemos.
Se quedó más tranquilo. Se trataba de un favor, su dinero no parecía correr riesgos. Tardó veinte minutos, era la primera vez que no le acompañaba Dmitry. Salió a recibirle a la puerta y ambos se dirigieron al despacho.
—Tome asiento.
—Gracias.
—¿De qué se trata, amigo Yuri?
—Un amigo de mi familia, y al cual yo apreciaba, ha fallecido. Desearía que usted, a través de su funeraria, se hiciese cargo.
—Lo lamento.
—Muchas gracias, ha sido muy triste —respondió compungido.
—Claro, sin ningún problema.
—Desearía que se velase el cuerpo en la intimidad y luego se hiciesen cargo del papeleo y traslado del cuerpo a Croacia.
—¿Quiere usted que se traslade el cuerpo a Croacia?
—Sí. ¿Hay algún problema?
—No, en absoluto. El papeleo es un poco engorroso, es necesario contar con varias autorizaciones, pero sé que no es la primera vez que se realiza un servicio con traslado del cuerpo al extranjero. Como les dije, el negocio lo gestiona la persona de confianza de mi tío y yo no estoy al tanto de temas concretos. Pero no se preocupe, personalmente me interesaré porque se priorice el asunto.
—Aquí solo se encuentran su mujer y una de sus hijas. Están, como comprenderá, desoladas. Me han llamado por si podía ayudarles y quisiera que, en estos momentos tan tristes, se les aliviara de los asuntos triviales que se tienen que resolver en estas circunstancias. En definitiva, ayudarles, son como parte de mi familia.
—Comprendo. —No sabía exactamente el coste de un sepelio de estas características, seguro que un montón de dinero.
—Todo se complica por la situación económica por la que están pasando. Por lo tanto, yo me haré cargo de todos los gastos y deseo que queden satisfechas.
—No sé el coste del traslado ni los pormenores que se exigen en estos casos. No obstante, ahora mismo me reuniré con la persona responsable para que tenga constancia de que se le exige el mejor de los tratos. Le he dicho que me ocuparé personalmente.
—Se lo agradezco —respondió Yuri, visiblemente emocionado.
Era el momento de entablar lazos personales con quien se encargaría de ingresarle un millón de euros en unos días. No había que escatimar cariño y comprensión.
—¿De qué ha muerto?
—Un desgraciado accidente, le arrolló un coche.
—En este momento, ¿dónde se encuentra el cuerpo?
—En el hospital La Fe.
—¿Cómo desea que lo gestionemos?
—Este es el número de teléfono de la viuda. Llámenla y a partir de ese momento, como si les hubiese contratado ella. Yo tengo que partir de viaje inmediatamente. De hecho, he regresado con el único propósito de solucionarlo y con la esperanza de que usted pudiese hacerse cargo de todo.
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