Llegó a los dos días del descubrimiento del robo. El guardia civil responsable de la investigación le esperaba, la aseguradora le había informado de su llegada y solicitaron su colaboración. Era lo normal en estos casos. Bajó del todoterreno y en el rostro de los que esperaban se reflejó una sonrisa generalizada. Alto, delgado, con un traje de color marrón que costaría una fortuna, zapatos de piel color crema a juego con el traje. Todo él transmitía pulcritud.
Caminó hacia el grupo con los pasos de un modelo en la pasarela. Cuando se presentó, fue en un castellano perfecto, su tono de voz parecía la de un banquero transmitiendo confianza a unos desconfiados clientes. No era amanerado, pero sí delicado. Únicamente su mirada era como la de un ave de presa, penetrante, perspicaz, con una inteligente viveza que no pasaba desapercibida y dejaba perplejo a quien pensase, en un primer momento, que podía tratarse de un simple figurín. Eso, justamente, le estaba sucediendo al responsable de la investigación que le esperaba; tras unos minutos de conversación, la sonrisa desapareció.
—No sabemos cuándo exactamente se produjo el robo. Los propietarios se fueron por última vez hace dos meses, volvieron hace dos días y, entonces, descubrieron el robo. Dos matrimonios cuidan de la propiedad, viven en la casa anexa a la principal —informó señalando la vivienda junto a la que se encontraban—. Y ellos no han observado nada anormal. Aseguran a pies juntillas que desconectan la alarma cuando entran y siempre la vuelven a conectar cuando terminan, y no ha saltado ni una sola vez durante este periodo de tiempo. Por el día mantienen dos perros sueltos, imposible que alguien se colase mientras ellos estaban trabajando y lo robase. Por último, son de absoluta confianza, se lo aseguro.
Stefano los podía ver, se encontraban los cuatro juntos, bajo el porche. Asintió.
—Únicamente hemos encontrado unos arañazos en la cerradura de la puerta principal. Los de la científica aseguran que han sido producidos por las ganzúas al forzarla y que ha sido un profesional muy cualificado.
—Comprendo. Es raro que durante las labores de limpieza no se percatasen de la desaparición de las pinturas de esos cuadros.
—Pasemos dentro y lo comprenderá.
—¿Los propietarios se encuentran aquí?
—No, anoche se marcharon. Mejor. Hemos podido trabajar con más seguridad. ¿Quería hablar con ellos?
— De momento no es necesario.
No podrían aportar ningún dato sobre lo sucedido y de su honestidad no tenía ninguna duda. Al entrar, no le pasó desapercibido el pequeño cuadro que ocultaba el teclado de la alarma. Todas las cortinas estaban descorridas y entraba la luz del exterior. Pasaron al salón, una sala amplia con muebles de maderas nobles, algo recargado para el gusto de Stefano. El agente de la Benemérita encendió la luz. Al italiano no le hizo falta acercarse más a las obras, contemplaba las insípidas imágenes de las láminas y sonrió.
—Ayer se recogieron todas las huellas posibles, también se tomaron las de los propietarios, antes de marcharse, y las de los empleados, para descartar.
—No encontrarán ninguna de la persona que realizó el robo, pero comprendo que es el procedimiento.
De camino había leído los informes preliminares, conocía los detalles y las obras que faltaban. Cogió el cuadro que colgaba frente a él, le dio la vuelta y observó detenidamente las grapas que sujetaban la lámina.
—En el informe he leído que solo faltan los cuadros de este salón y del despacho.
—Que sepamos, no falta nada en ninguna otra habitación. ¿Por qué deduce que solo ha entrado una persona?
—No se necesita más de una persona para este robo. Es un profesional y esto es un robo por encargo. Únicamente se llevó lo que le solicitaron. Las láminas pretendían simplemente demorar el descubrimiento. No estaría de más que los propietarios realizasen una lista con las personas, amantes de la pintura, que han visitado, en calidad de invitados, esta casa en los últimos cinco años.
—Vendrán mañana y confeccionaremos esa lista lo más detalladamente posible.
—Perfecto, no olvide que en ella estará el nombre de la persona que ha pagado el robo.
Dando la vuelta, Stefano se dirigió a la salida, no necesitaba ver más. Le seguían los agentes. En la puerta, uno de los empleados se les acercó.
—Le aseguro, señor, que somos muy cuidadosos con la alarma. Siempre, al terminar, la dejamos conectada —se justificó, algo que repetía incesantemente a la Guardia Civil.
—No se preocupe —le respondió, poniéndole la mano sobre el hombro—. ¿Quiere conectar la alarma, por favor? —le pidió. Se encontraban en la entrada, sin llegar a salir, y todos permanecieron inmóviles.
—Funciona, se lo aseguro —certificó el oficial junto a él—. No somos tan tontos, es lo primero que se comprobó.
El tono fue justamente reflejo de lo que pensaba, no solo él, también el resto de agentes. No necesitaban un listillo para decirles lo primero que tenían que comprobar.
—Lo sé. Conéctela —volvió a pedirle al hombre.
Antes hizo ademán de cerrar la puerta. Algo, por cierto, incoherente, pues los detectores de presencia detectarían a todos en la entrada, independientemente de que la puerta estuviese cerrada.
—Déjela abierta —le ordenó adelantándose.
Retiró el cuadrito y la conectó. Esta emitió los pitidos de tiempo de conexión y enseguida saltó, la sirena ensordeció a los presentes y los perros, en sus perreras, se pusieron a ladrar desaforadamente.
—Desconéctela.
Pulsó los números de desconexión y la alarma acústica se silenció. Ante la expectación de todos, el italiano quitó la tapa que protegía el teclado e inspeccionó el interior. Después, como si hubiese entrado en trance, salió y caminando, seguido del resto, bordeó el porche de la casa. En la parte trasera se dirigió a la tapia sin importarle el barro. En esta ocasión le esperaron observándolo desde el porche. Inspeccionó unos veinte metros de vallado, este medía sobre un metro setenta de altura, un poco más bajo que él mismo, lo que le permitió explorar su parte alta y ver el bosque que se extendía a continuación. También miró con detenimiento el suelo en busca de posibles huellas, pensaron todos. Cuando dio por finalizado su examen, regresó. No le importó mancharse los zapatos, ni siquiera hizo ademán de limpiárselos al llegar al porche.
—Si no estoy equivocado, hace unas dos semanas tuvieron unos días de lluvia. ¿Cierto?
—Sí, cuatro días. No llovió fuerte, pero lo cierto es que prácticamente no paró de llover —aseguró el oficial.
—Sospecho que cruzando ese bosque —y señaló la zona que había estado observando— nos encontraremos algún camino que vaya al pueblo.
—Varios, rutas para senderistas. Al menos dos salen del pueblo y pasan cerca, calculo que a un par de kilómetros.
—Él contaba con esos días de lluvia, no fue casual. Vendría con anterioridad, haría el recorrido a pie o en bicicleta, como un senderista cualquiera mientras inspeccionaba el terreno. Dejó el coche en el pueblo, en un lugar que no llamase la atención, probablemente cerca de un hotel. Caminó por el sendero hasta introducirse en el bosque. Seguramente habrá pasado varios días en él, comprobando las rutinas de los dos matrimonios. Escogió esos días de lluvia porque por la noche a nadie le apetece salir, y seguro que los perros no duermen fuera.
Los empleados al fondo, asintieron, confirmando su hipótesis.
—Si los dejas fuera, al día siguiente están perdidos y lo marranean todo —confirmó el empleado.
—Lo supongo, y nuestro ladrón también. La alarma es de última generación y, no obstante, pudo desconectarla sin problemas. Puso láminas con la esperanza de que el servicio no se percatase; cuanto más tiempo se tarda en descubrir el robo, menos gente recuerda cosas. Es un profesional, como le he dicho antes. Si su gente peina el bosque, entre la tapia y el camino, es posible que descubran dónde montó la tienda. Pero no encontrarán nada relevante que sirva para su identificación. Saltó el vallado, ha dejado un par de huellas. Da igual, se habrá desecho del calzado utilizado y será un par de números más grande del que en realidad necesita. Es un tipo minucioso y cuida los detalles. Pregunte a los vecinos a ver si recuerdan algo fuera de lo normal, y esa lista. Es lo único que tenemos y, lo más importante, en ella estará la persona que realmente nos interesa.
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