A Pedro e Iñaki,
a Antonio,
primero maestros
y después amigos.
Que desde lo alto sigáis
iluminando caminos.
Como le gusta repetir al excelente biblista Xavier Alegre, todo texto sin contexto es un pretexto. En efecto, así es. Y ese peligro puede correr también el libro que se presenta a continuación.
Por eso comienzo ubicando el contexto en el que hay que situarlo para así entenderlo. Y lo hago en un doble sentido. Primero, contestando a la pregunta acerca del origen que impulsa a dedicar un tiempo a investigar y escribir estas líneas. En segundo lugar, explicando el sentido de volver a abrir una ventana que parecía cerrada sobre la posible vinculación entre Jesús y los esenios, intentar descubrir qué puede aportarnos a nosotros dicho conocimiento.
Respecto a la pregunta acerca del nacimiento de este texto, la historia comienza hace mucho. En concreto, cuando tenía catorce años. Recuerdo cómo en clase de Religión nos hablaron de los diferentes grupos tanto sociales como políticos que conformaban la sociedad palestinense en tiempos de Jesús. Allí se encontraban los saduceos, los fariseos, el sanedrín, los sacerdotes, los zelotas... y los esenios. De estos últimos, después de explicarnos qué pensaban, cómo se organizaban y cuáles eran sus costumbres, se nos dijo que no aparecían en el Nuevo Testamento. Y fue entonces cuando en mi mente adolescente empezaron a surgir una serie de preguntas que me han acompañado a lo largo de muchos años.
¿Por qué estudiamos un grupo que no aparece en los evangelios? Primera pregunta, tal vez interesada porque así eliminaba materia. Mas no era esa mi intención. La asignatura me gustaba; el profesor, también, y tenía ganas de conocer más. Así que poco a poco la pregunta se fue configurando con la intención de encontrar una formulación más acorde con lo que iba surgiendo en mi interior.
¿Por qué no aparecen en los evangelios? Esta era la pregunta. Las respuestas podían ser diversas. Tal vez porque dicho grupo no existía en tiempos de Jesús. Era una posibilidad. Pero no era eso lo que nos había dicho el profesor. Quizá el motivo real fuera que se trataba de un grupo insignificante que apenas tuviera contacto con Jesús y su grupo de amigos. No había respuesta. Al menos no una respuesta clara que pudiera convencerme.
El profesor insinuó ante mi cuestión que tal vez era porque, al desaparecer el grupo, algunos de ellos se pasaron al cristianismo y de esta manera no hacía falta hablar de un pasado diferente a su presente actual. Tal vez. Pero solo era un tal vez que no agotaba mis ansias de saber más sobre el tema. ¿Realmente era cierto? ¿Dejaron los esenios de ser esenios para hacerse cristianos? ¿Lo hicieron todos? ¿Qué pasó con quienes no dieron ese paso? ¿Se puede comprobar que realmente algunos sí dieron el salto al cristianismo?
Años más tarde, en mi último curso de colegio, a algunos alumnos se les invitaba a participar en la clase de Religión de tres cursos inferiores. Me propusieron colaborar y acepté encantado. Aprovechando que esa tarde en que se tenía la asignatura nosotros no teníamos clase, acompañábamos al profesor asignado, de manera que, tras su explicación, hacíamos grupos pequeños de diez alumnos con los que charlábamos, analizábamos, compartíamos lo que nos había suscitado la explicación, a la par que se contestaban una serie de preguntas. Cada alumno mayor acompañaba uno de esos grupos.
Un día, el profesor nos invitó a los alumnos mayores a explicar uno de los temas que se trabajaban. A mí me tocó explicar los grupos sociales en tiempos de Jesús. Y de nuevo aparecieron los esenios. Y de nuevo vuelve a surgir la pregunta. ¿Por qué no aparecen en los evangelios?
Dicen que la curiosidad mató al gato, pero creo que también las preguntas son lo que nos hace avanzar y descubrir un mundo de posibles respuestas que se abre ante nosotros y que nos obliga a conocer, aprender, optar por unas determinadas respuestas que pueden configurar nuestro pensamiento y, en según qué momento, también nuestro estilo de vida. Porque conocer más a Jesús, entenderle mejor, puede ayudarnos a descubrirle mejor, a interpretar mejor el Evangelio, su mensaje, y también lo que nos pide a los cristianos de hoy en día.
Tiempo más tarde inicié mis estudios de Teología. De nuevo me encontré escuchando explicaciones sobre los esenios. En esta ocasión, con más datos, con mayor profundidad. Surgían asociaciones y teorías nuevas. La más habitual era la que ubicaba a Juan Bautista cercano a ellos. También se hablaba de la posible influencia del grupo en Jesús de Nazaret a la par que se establecía el típico cuadro de características fundamentales que marcaba las diferencias del Nazareno con el grupo estudiado.
Eran unas primeras respuestas. Pero todavía insuficientes. Si habían tenido contacto con Jesús de Nazaret, si parece que hubo cierta influencia, si Juan Bautista pudo salir de un grupo esenio –tema que abordaremos en su momento–..., ¿por qué no aparecen en los evangelios? ¿Por qué no hay referencias directas como sí las hay acerca de otros grupos? Preguntas que no encontraban una respuesta clara o que en las respuestas recibidas no acababan de convencerme... La duda persistía.
El siguiente punto era sobre el origen de las cuevas de Qumrán, del «monasterio» encontrado cerca del mar Muerto. La historia de las tinajas llenas de rollos de la Biblia así como también de normas de la comunidad esenia. Incluso tuve la suerte de conocer a un teólogo –creo recordar que era holandés– que había dedicado muchos años de estudio a Qumrán y era un gran experto en una de las cuevas en las que se encontraba una tinaja con textos proféticos. Dicho teólogo había escrito un libro de más de trescientas páginas sobre una de las palabras que aparecía en uno de los manuscritos.
Es una de las cosas que a veces hacemos los teólogos, tal vez sin pensar mucho si dicha labor y esfuerzo aporta algo a la humanidad o al Reino de Dios del que hablaba Jesús de Nazaret. Probablemente exageramos la importancia de algunos elementos, dejando de lado otros aspectos más relevantes y más cercanos al sentido y el mensaje central de la Escritura. Es algo apasionante, ciertamente, pero también tiene su riesgo, ya que puede alejarnos de la vida real, de las personas concretas con quienes compartimos la existencia. Personalmente creo que escribir teología tiene sentido si nos ayuda a ser mejores personas, si nos ayuda también a acercarnos más a la gente y nos ofrece la posibilidad de pensar juntos cómo seguir mejor a Jesús el Nazareno. Este es el punto clave. Pero volvamos a nuestro objeto de interés.
Hace un tiempo, escuchando una charla del biblista Xabier Pikaza, al terminar me acerqué a él y le pregunté por el tema de los esenios y su relación con Jesús de Nazaret. Recuerdo que estuvimos un rato hablando del tema y que uno de los aspectos que me comentó es que no podemos tener muchas certezas. Sí hay cosas escritas, pero más a nivel literario, narrativo e incluso fantasioso que a nivel científico.
En efecto, desde esta última afirmación sí he encontrado más páginas sobre los esenios y su posible relación con Jesús de Nazaret. Pero todo ello queda en el ámbito de las suposiciones más que en el de las afirmaciones. ¿Será que no se puede decir nada con seguridad? ¿Y todo lo que ha sido estudiado, analizado por diferentes expertos? ¿Hasta dónde podemos llegar en el conocimiento real del tema?
Durante los años posteriores he continuado estudiando teología, investigando, compartiendo la fe, y también escribiendo. Hasta ahora no había abordado el tema de los esenios o, mejor dicho, de la relación entre Jesús y este grupo del que nada se nos dice, pero que estuvo presente en Palestina, siendo contemporáneo del Nazareno.
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