Empezamos a navegar con una brisa del Oeste de fuerza 4 o 5 que nos permitía navegar con las velas llenas de viento a más de 6 nudos, y a rumbo directo. Como además después de tantos días de lluvia incesante hacía sol, la más hermosa divinidad del marino, nos las prometíamos tan felices. Primero tuvimos que hacer unas cinco millas hacia el Sur para salir del Golfo de Aigues-Mortes, pero a partir de ahí nos esperaba una larga empopada paralela a la costa del delta del Ródano. Es una costa baja y arenosa, parecida a la del delta del Ebro, de unas 50 millas y muy peligrosa por estar mal cartografiada ya que cambia constantemente con los aportes de sedimentos del río y los efectos de los temporales. Se calcula que crece hacia el mar 10 o 15 metros cada año pero no de una manera uniforme, porque en algunas zonas retrocede. Por ejemplo la ciudad de Saintes-Maries de la Mer, donde terminaríamos ese día la etapa, se calcula que en el siglo XVII estuvo 12 o 15 millas tierra adentro, en el siglo XIX estuvo 1.200 metros tierra adentro, y hoy está al borde del mar y teniendo que proteger sus costas con escolleras y rompeolas para no ser engullida por el mar. Por el contrario Port Saint-Louis du Rhône, el puerto por el que a la vuelta entraríamos al río Ródano, está padeciendo el efecto contrario, y el encenagamiento del Golfo de Fos, donde está situado, hace que cada vez esté más alejado del mar. Para proteger a los navegantes de estas incertidumbres, en el delta del Ródano han situado varias boyas cardinales que se ven desde muy lejos y que teníamos que dejar siempre a babor, es decir, pasar por fuera de ellas para no acercarnos a la costa. Están a una milla más o menos de la orilla y cada una de ellas está bautizada con un nombre propio: “Les Baronnets”, “Beauduc”, “Faraman”, etc. La Guía Imray advierte de que los barcos locales a veces pasan por dentro de estas boyas cardinales pero que no se te ocurra seguirlos, porque esas desviaciones no hay que asumir que se deban al profundo conocimiento de la zona sino a veces a la simple imprudencia.
Lo malo fue que empezaron a emitir un aviso de temporal cada 15 minutos, para ese mismo día, con vientos borrascosos del Suroeste de fuerza 7 y hasta 8 por la tarde en nuestra zona. No entendíamos nada porque esa misma mañana, como dije, habíamos consultado el parte en capitanía y la chica nos aseguró que era para mucho más al Este. O el aviso ampliado se emitió después de hacer público el parte meteorológico estándar y la capitanía no lo había publicitado, o la chica realmente estaba en Babia, o simplemente no nos entendimos bien. Nos parecía increíble que con el día que estábamos disfrutando pudiera venir un temporal, con el cielo totalmente despejado y sin los típicos cirros como hilos de algodón anunciadores de la llegada de un frente. Más adelante nos acostumbraríamos a estos temporales “secos” del mistral, tan diferentes a los del Norte donde además del viento atemporalado tienes que lidiar con la lluvia y los nubarrones negros como murciélagos que le dan un aire aún más deprimente a la situación comprometida. En ellos el barco está resbaladizo por la humedad, y la visibilidad muy disminuida, lo que los hace más peligrosos si cabe. Pero el hecho cierto es que nos avecinábamos a la única zona de la costa mediterránea francesa sin puertos de refugio, por las características que acabo de mencionar el delta del Ródano, de manera que en la etapa de ese día, entre Port Camargue de donde veníamos y el Golfo de Fos, 50 millas más adelante, solo había un posible puerto de refugio, Port Gardian, que estábamos a punto de rebasar cuando escuchamos el aviso de temporal. Si nos pasábamos de largo ya sería difícil retroceder a él ciñendo contra ese viento de fuerza 5 del Oeste, o de fuerza 7-8 por la tarde, y hacia el Este nos quedarían 30 millas de aguantar el temporal. Me sorprendió tanto el aviso con ese cielo raso y sin frentes a la vista que llamé por teléfono a Cross Med, que es como nuestro Salvamento Marítimo, y su confirmación nos sentó como un manoplazo. De común acuerdo Mario y yo decidimos cambiar nuestro destino, y hasta pareció que el barco mismo estuviera totalmente de acuerdo con nosotros. Total, que nos fuimos a ese puerto de refugio, Port Gardian, donde llegamos a las 16:30 h sin comer. No lo hicimos seguros al cien por ciento de acertar porque a los dos nos costaba creer que viniera un temporal, pero no me apodo Juan sin Miedo y optamos por la prudencia, resignados a perder ese round. Murphy: 4, Corto Maltés: 1. La consecuencia era que nos quedaba para el día siguiente una etapa agotadora de 46 millas hasta Marsella, y eso si conseguíamos salir de Port Gardian y el temporal no se prolongaba.
Además del contencioso del aviso de temporal, estuvimos toda la mañana entretenidos con las conversaciones por radio acerca de una explosión controlada en una de las áreas que el ejército francés tiene en esta costa para ejercicios de tiro. Las coordenadas eran 43º 19’ N y 4º 36’ E, es decir, aproximadamente a 9 millas al Este de nuestra posición. Si no hubiéramos cambiado nuestro rumbo a Port Gardian habríamos pasado cerquísima de la zona y posiblemente hubiéramos tenido que maniobrar para alejarnos (estaban definiendo un área de exclusión de un kilómetro). A la hora exacta vimos en la lejanía el efecto de la deflagración, en forma de un géiser de cientos de metros de altura que tardaba algunos minutos en volver a posarse en la superficie del mar. Impresionante pensar que hubiéramos estado más cerca.
A cambio del acortamiento de la etapa conocimos un bonito rincón y la escala no programada fue muy interesante. Es bonita esta vida en puntos suspensivos... Port Gardian (43º 26,79’ N; 4º 25,38’ E) es un pequeño puerto pero muy bien dotado. Los únicos peligros en su acceso son los bancos de arena en la desembocadura del Pequeño Ródano, un ramal secundario del Río Ródano una milla hacia el Oeste, donde los fondos son de solo medio metro pero que estaban mucho más cerca de la costa que nuestra derrota, y el mar confuso y desordenado que se forma cuando hay mistral, que puede impedir la entrada. La capitanía es un edificio modesto pero por ejemplo los aseos son de lo mejor que hemos visto en este viaje, con más de diez duchas para cada sexo y separadas por tabiques en vez de por prefabricados de madera, secamanos que se podían subir y bajar por una guía en la pared (te podías poner desnudo debajo y te secabas entero), etc. El wifi era gratuito de verdad y funcionaba. Poco después que nosotros entró un velero de unos 10 metros de eslora, con un solo tripulante, como si el diablo le pisara los talones. Era de una empresa de alquiler y estaba haciendo el porte a La Ciotat, al Este de Marsella, para entregarlo allí a los que lo habían alquilado, y a pesar de la premura que se tiene en estos casos por no fallar en la entrega había decidido refugiarse en Port Gardian como nosotros. Por cierto, aunque llegó solo, por la noche le vimos acompañado por un pibón y supusimos que era su pareja que había venido a cenar con él por carretera, porque si no fuera esa la explicación habría sido un prodigio de conquista.
Port Gardian es el puerto de un pueblecito llamado Saintes-Maries de la Mer, así en plural, porque está dedicado a las dos Marías, la Salomé y la Jacobé. Las últimas casas del pueblo dan a la orilla de uno de los mares interiores que he mencionado, llamado “Étang des Launes”. Después de comer fuimos a visitar el pueblo con las bicis bajo un sol abrasador. Todos los años los gitanos de Europa se concentran aquí en mayo para celebrar a su patrona, Sarah, los días 24 y 25. Encontrar el pueblo tan abarrotado de autocaravanas y de roulotes nos sorprendió tanto como un conejo sacado de la chistera. Habían habilitado todo tipo de espacios públicos para que se acomodaran: el paseo marítimo, los paseos interiores, los descampados, los espacios entre los bloques de viviendas, etc., con grifos y puntos de luz, y todo, pero es que todo, estaba lleno con sus caravanas. Por supuesto estaban rodeados de niños, lo que me sorprendió pues estábamos en fechas hábiles escolares (mediados de mayo) y los niños, obviamente, se estaban perdiendo el cole. La tradición dice que a esta costa llegó una almadía a la deriva llena de santos: María Magdalena, María Jacobé (la hermana de la Virgen María), María Salomé (la madre de los discípulos Santiago y Juan) y otros, así como algunos de los curados por Jesucristo: Lázaro, el resucitado, el ciego al que devolvió la vista, y otros. También venía Sarah, la sirviente negra de las Marías. Habían sido expulsados de Jerusalén por los judíos en un botecito que derivó hasta esta costa. Desde aquí se dividieron para predicar el evangelio, quedándose las dos Marías y Sarah predicando en esa región de Camargue. Otras versiones afirman que Sarah era la mujer repudiada de Poncio Pilatos o, en la leyenda gitana, que era la reina gitana de Camargue cuando el botecito arribó a la costa y fue la que dio refugio a los náufragos, en vez de venir ella misma dentro del esquife.
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