1 ...6 7 8 10 11 12 ...15 Paul Broca estaba convencido de que el lenguaje era una función que estaba relacionada con áreas específicas del cerebro. Valga la pena recordar que eran momentos de tensas discusiones al respecto entre ‘localizacionistas’ como él y ‘holistas’ como Gratiolet y Aubertin. El paciente falleció el 17 de abril de 1861, a causa de una infección de una de sus escaras. Se llevó a cabo la autopsia y se encontró en su cerebro una lesión tumoral en la región frontal izquierda, muy cerca de la tercera circunvolución frontal. Un día después del deceso del paciente, Broca llevó el cerebro a la Sociedad Antropológica, donde hizo una presentación sobre el tema. Posteriormente analizó otros ocho casos que tuvieron situaciones similares, demostrando inefablemente la existencia de esa región en la corteza cerebral, a la que, en honor a él, se le dio la denominación de “área de Broca” ( 8, 29, 32).
En la siguiente década, el médico alemán Karl Wernicke (1848-1904) hizo otro aporte de gran importancia al observar pacientes que conservaban la posibilidad de pronunciar palabras, pero que no eran capaces de comprender lo que les decían ni los vocablos que acababan de emitir. Se denominó a esa condición afasia de Wernicke, o afasia fluida. La localización del área que estaba afectada era el lóbulo temporal izquierdo, en un área cercana al área primaria auditiva, región que pasó a denominarse “área de Wernicke” ( 8, 33).
La evidencia aportada por estos casos, además de otras valiosas observaciones, apuntaban a una función de lenguaje localizada en el hemisferio izquierdo, pero, por supuesto, surgían dudas sobre las funciones del hemisferio derecho. Sobre ese particular, el padre de la neurología británica y de la epileptología moderna, John Hughlings Jackson (1835-1911), realizó importantes aportes al estudiar múltiples casos de pacientes afectados por lesiones del hemisferio derecho que conservaban intacto el lenguaje, pero que presentaban importantes trastornos en posicionamiento espacial, ubicación y denominación de áreas del cuerpo propio y ajeno, dificultad para identificar personas, incluso las más cercanas a ellos, por no reconocer su rostro, entre otras percepciones. Se empezaban a perfilar las funciones del hemisferio derecho como el responsable del manejo del espacio, de las formas y texturas, y algunos aspectos relacionados con el arte ( 34, 35).
Gustav Fritsch, Eduard Hitzig y la corteza motora
Los médicos alemanes Gustav Fritsch (1838-1927) y Eduard Hitzig (1838-1907) en la década de 1860 hicieron aportes de gran valor llevando a cabo diferentes experimentos. Años atrás, Hitzig había trabajado en un hospital militar y efectuó experimentos con pacientes que habían tenido trauma craneoencefálico con lesiones abiertas, que dejaban expuestas algunas áreas del cerebro. Con la ayuda de una batería galvánica y mediante electrodos colocados sobre el cerebro de los pacientes, aplicó estímulos eléctricos que produjeron respuestas motoras en el lado opuesto a la lesión. Junto con Fritsch publicaron un ensayo clásico señalando que los experimentos de Hitzig eran “los primeros movimientos de músculos voluntarios… provocados por estímulo directo de los órganos cerebrales observados en el hombre” ( 6).
Iniciaron una serie de experimentos con perros vivos a los cuales les practicaban una trepanación que permitiese dejar expuestas áreas del cerebro a las que aplicaban estímulos eléctricos producidos por una batería galvánica. Realizaron múltiples intervenciones, y pudieron demostrar que, al llevar a cabo los estímulos en zonas de la región frontal de un lado, se producían movimientos en las extremidades del lado opuesto. Estaban haciendo las primeras aproximaciones a lo que luego se denominaría corteza motora. Posteriormente hicieron ablación de áreas de la corteza cerebral de los caninos, lo que resultó en una marcada debilidad o parálisis de las extremidades contralaterales. Sus valiosas observaciones fueron publicadas en 1870 en un artículo clásico, de gran relevancia en torno a la teoría localizacionista del cerebro, que cada vez tomaba más fuerza ( 6, 8).
Debe anotarse, sin embargo, que los primeros registros de actividad eléctrica generada por el cerebro se deben al médico británico Richard Caton (1869-1861). En 1875, Caton informó a la British Medical Association en Edimburgo que había utilizado un galvanómetro para observar impulsos eléctricos que provenían del cerebro de conejos y monos, y que, además, se modificaban cuando el animal giraba la cabeza o masticaba. Informó, adicionalmente, que había colocado electrodos sobre el cráneo pudiendo registrar un flujo de corrientes débiles ( 6, 36).). Estos estudios fueron ampliamente reconocidos, entre otros, por el psiquiatra alemán Hans Berger (1873-1941), creador del electroencefalograma, en sus publicaciones en 1929 ( 36).
David Ferrier y sus aportes al localizacionismo cerebral
David Ferrier (1843-1928), psicólogo y médico escocés, se vinculó hacia 1870 al National Hospital for Paralysis and Epilepsy, en Queen Square (Londres), denominado hoy en día National Hospital for Neurology and Neurosurgery. Fue el primer hospital del Reino Unido que se dedicó al estudio y tratamiento de las enfermedades neurológicas y, en honor a él, una de sus salas lleva el nombre de David Ferrier ( 37).
En dicha institución trabajaba el célebre John Hughlings Jackson (1835-1911), padre de la neurología británica y de la epileptología moderna, y quien había hecho aportes fundamentales desde el punto de vista de localizacionismo aplicado a la clínica, en particular en pacientes con epilepsia focal. Su esposa, Dade, padecía crisis parciales motoras, y falleció precozmente, a la edad de 31 años. Esta pérdida motivó sin duda alguna su profundo interés por el tema ( 35). A su vez, conocedor de los aportes de Broca sobre la localización del área motora del lenguaje en la región frontal izquierda, dedujo, con admirable precisión, que dicha área debía estar muy cerca de aquella que genera movimiento en el lado opuesto del cuerpo, pues muchos pacientes afectados de afasia motora presentaban trastornos motores en el hemicuerpo derecho ( 8).
Ferrier trabajó también en el King’s College Hospital de Londres y por invitación del neurólogo y psiquiatra James Crichton-Browne (1840-1938), quien dirigía el West Riding Lunatic Asylum en Yorkshire, llevó a cabo una serie de experimentos que le permitieron comprobar las teorías de Jackson sobre las epilepsias focales. Se inspiraba también en los trabajos realizados por Fritsch y Hitzig tres años antes. Pudo provocar crisis focales motoras aplicando estímulos en regiones corticales de conejos, perros y gatos, y realizó además cirugías ablativas para observar su impacto funcional. Pudo observar que cuanto más evolucionado fuera el animal, eran mayores las consecuencias del daño cerebral, y que, para poder comprobar su teoría, el ideal era trabajar con los seres más próximos en la naturaleza al ser humano, los simios. Gracias a una beca de la Royal Society efectuó diferentes experimentos que le permitieron identificar áreas motoras específicas y, además, áreas sensitivas. Produjo estímulos en regiones que provocaban en los monos reacciones similares a estar viendo, escuchando o saboreando algo, y luego, mediante ablación de las mismas áreas y la observación de su impacto en los animales, hizo las primeras observaciones que darían lugar a la descripción de áreas sensitivas específicas ( 8, 37, 38).
Sus principales hallazgos fueron publicados en dos libros: el primero de ellos titulado The functions of the brain, publicado en 1876, y el segundo The localisation of cerebral disease, en 1878 ( 38). El mismo año, y junto con Hughlings Jackson, John Bucknell y James Crichton-Browne, fundó la prestigiosa revista Brain. Además, fue miembro activo y presidente de la Neurological Society en 1894 ( 38).
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