Juan Carlos Núñez Bustillos - Daguerrotipos

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Treinta entrevistas a personajes como Juan Rulfo, Juan José Arreola, José Luis Cuevas, Vicente Leñero, Elías Nandino, Juan Soriano, Alicia Alonso y Consuelo Velázquez, elegidas de entre cientos de conversaciones y grabaciones para la radio, la prensa o la televisión realizadas a lo largo de tres décadas de periodismo cultural.

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En julio pasado, Arévalo aceptó exponer su obra en una sencilla galería de reciente apertura en Guadalajara, por la calle de López Cotilla, para apoyar generosamente la iniciativa, y fue con este motivo como llegó un día hasta nuestro programa para conversar e invitar al auditorio a visitar la exposición. Así, llegó la mañana del 18 de julio de 2014, con su actitud franca y abierta. Sí, era el mismo Javier Arévalo de siempre, sonriente y despreocupado. Su cabello totalmente blanco, su saco negro y su ya clásica gorra, y en la mano un bastón con mango de madera.

—Javier Arévalo, ¡qué gusto verte! Bienvenido al programa. Cómo olvidar que hace treinta años te entrevisté en este mismo foro...

—Increíble, ¿verdad?, ¡cómo pasa el tiempo! Efectivamente, estuvimos aquí hace treinta años y... —con una mueca de travesura— ¡estamos igualitos!

—Bueno, no, no estamos igualitos, pero la edad tiene sus ventajas, Javier...

—Tiene sus ventajas, sí, pero... es increíble que tengas treinta años con un programa tan, tan exitoso y tanto tiempo...

—Pues eso gracias a la preferencia del público y a los grandes colaboradores que hemos tenido.

—¿Cuál fue la ocasión de aquella primera entrevista, Yolanda, la recuerdas?

En este momento interviene nuestro coconductor y amigo Óscar Castro Carvajal y apunta:

—Me parece que fue una exposición en el Instituto Cultural Cabañas, en el ochenta y cuatro. Una exposición individual bastante grande.

—Sí, ahora lo recuerdo —les digo—. Fue una exposición muy completa y diversa, recuerdo que la museografía se hizo en varias salas del Cabañas. Y dime, Javier, ¿qué encuentras de diferente de aquel Arévalo que fuiste, y tu afán aventurero, ese Arévalo que podía vivir en una gruta y hacer dibujos, e ir y venir a donde quisiese, y bueno, ese Arévalo de mil ocurrencias creativas y ahora... este Javier Arévalo de mayor madurez?

—Me da un poco de risa porque... la verdad, no he podido cambiar mucho.

—Genio y figura, Javier... genio y figura.

—No he podido cambiar mucho porque, pues, siempre me gustó viajar. Es más, en mis primeros años de profesión me dije: “No sé si vaya yo a ser un pintor bueno, regular o lo que sea, pero lo que sí sé es que voy a conocer el mundo. Voy a hacer mi obra caminando”. De eso sí estaba seguro.

—Sí, efectivamente, “voy a hacer mi obra caminando”, dijiste en esa primera entrevista, y mira, Javier, qué curioso, lo que ocurrió: Tú quisiste conocer el mundo, y finalmente el mundo te conoció a ti, a través de tu pintura, es muy interesante la proyección internacional que ha logrado tu pintura.

—Pues, mira, es la primera vez que escucho esta reflexión, ¡qué bonito has dicho! Pues sí, tienes razón, uno conoce el mundo y el mundo también lo conoce a uno. Está muy buena esa reflexión...

—Bueno, pues háblanos ahora de la obra que expones esta noche, ¿es obra reciente o estamos hablando de una retrospectiva?

—Es una retrospectiva, una especie de retrospectiva, porque este lugar, que me gustó muchísimo, es un sitio ideal para exponer. No es un lugar enorme, como se acostumbran a hacer exposiciones grandes. Es un lugar muy cómodo para el número de obras, es un lugar muy agradable. Se llama “Arte Forum”. Además, me gustó mucho por donde está situado. Está en Libertad y Progreso. ¿Cuándo habías visto semejante cosa? La libertad junto con el progreso... A mí me encantó eso de que estuviera en el cruce de estas dos calles.

—Y, dime: ¿a cuál le apuestas más, a la libertad o al progreso? El progreso a veces tiene pasos equivocados, ¿eh?

—Sí, sí, pues ahora sí que no halla uno a cuál apostarle, porque mira: uno progresa dándose sus pequeñas libertades.

—“Uno progresa dándose sus pequeñas libertades” —repito sus palabras.

—Sí, porque, imagínate, es una palabra muy amplia esa de la libertad, ¿no? No podemos nunca ser totalmente libres.

—¿No has sido libre, Javier?

—No, no es posible eso. Digo, me he dado mis pequeñas libertades…

—¿Qué pequeñas libertades te has dado? A ver, cuéntame.

—Necesitaríamos un programa mucho más largo porque esas pequeñas libertades a lo mejor resultan muchas, ¿no? Creerás que yo toda mi vida lo hice así, un rato en un lugar, otro rato en otro. Y ahora que ya es uno “persona mayor” todavía no puedo estar o no puedo vivir tres meses en un solo lugar. A los tres meses ya me pica el lugar y tengo que cambiar, tengo que irme a otro sitio, porque eso es muy motivante.

—¿De dónde eres tú, Javier, de qué barrio de Guadalajara? Recuérdale al público de dónde es Javier Arévalo.

—Aunque no lo crean, soy de aquí. Ya ven que uno no escoge dónde nacer. Soy de aquí, y además de un barrio muy popular, del barrio del Santuario. Yo nací por las calles de Juan Álvarez y más o menos González Ortega, atrás de donde nació Agustín Yáñez. Lo comentábamos en otra ocasión, ¿recuerdas? Yo tuve la oportunidad de estar en muchas ocasiones con él. Éramos “vecinos de nacimiento”.

—Qué interesante, Javier. Algo tiene ese barrio, cuna de muchas grandes personalidades. A propósito de tu itinerar, al parecer esa vocación de aventura te ha llevado también a la aventura en la pintura. No hay una exposición igual a otra, Javier, siempre estás presentando nuevas ideas. ¿Qué es lo que más te ha motivado en la vida para llevarlo a tus lienzos?

—Eso es lo bonito de cambiar de lugar, porque en tres meses uno ya está en otro lugar muy diferente en costumbres, en paisaje, en personas, en muchas cosas... entonces, como que si me quedo el doble de tiempo en ese lugar hago lo mismo y moviéndome o haciendo esa vida siempre estás en lo nuevo.

—Dime por dónde has andado, dime qué lugares recuerdas que de manera especial hayan propiciado en ti esa inspiración.

—Huy, son preguntas muy difíciles. El mundo es muy hermoso... y hay otras cosas que no lo son tanto, pero el mundo así es.

—¿Por dónde ha andado Javier? Y mira que aquí sale tu nombre, te voy a decir “Javier Arévalo, el andariego”, ¿qué te parece?

—Oye, pues me gusta, me parece que es título de un corrido —suelta la risa—, y ser andariego en un corrido pues resulta interesante. Mira, Yolanda, yo fui un niño de rancho. La familia de mi madre era de aquí, de Santa Lucía, aquí cerquita —que cuando yo era niño me parecía lejísimos— a cinco minutos. Entonces yo fui un niño con doble vida, porque mi abuela, desde niño, me dijo: “Este niño es mío”, y nos fuimos allá al rancho con mis tíos por parte de mi madre. Entonces, venía acá a Guadalajara muy formal, y allá andaba descalzo o con huaraches, jugando con los animales, montando chivos y caballos, arriba de los árboles, de los cerros. Y venía acá y mi padre era un hombre de ciudad. A mi padre le gustaba la ópera, la opereta, la zarzuela... Entonces, tenía un cambio de vida increíble, pero totalmente radical. Yo creo que un poquito por eso fui así de mayor.

—Y, ¿cómo se presenta tu vocación de pintor?

—¡Ah!, esto sí es muy largo el asunto. Yo empecé muy niño a hacer dibujos, pero primero quería ser mago, después quería ser inventor, después quise ser muchas cosas... Pero yo hacía mis cosas de mago, fabricaba muñecos para mi actuación como ventrílocuo... —Arévalo se emociona recordando su infancia, y de pronto lanza una carcajada— y hacía todo lo que necesitaba, pues eran cosas manuales. Realmente yo en la primaria me entusiasmé mucho con las clases de dibujo, ¿recuerdas, Yolanda, aquellos dibujos mágicos? Uno los dibujaba con un líquido transparente y luego aparecían...

—Sí, claro, era la famosa “tinta invisible”...

—Sí, con tinta invisible que con un fósforo o con una plancha aparecían... Bueno, pues era uno de mis negocios en la primaria, yo siempre llegaba con el montón de dibujos y... ¡a vender!

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