Llegué a tomar esta resolución como un principio de vida, que predicaría palabras íntegras y sanas, sin recurrir a los artificios y la vanidad de la elocuencia (…) Yo (…) me he mantenido en ese propósito y práctica durante estos 60 años [Goodwin estaba escribiendo esto al final de su vida]. He predicado lo que considero que ha sido verdaderamente edificante, tanto para la conversión de las almas como para prepararlos en el camino a la vida eterna. 115
Eso era algo típico en esa época. Los puritanos como cuerpo tenían claro que el trabajo del predicador no era presumir su propio conocimiento, sino mostrar la gracia de Cristo, diseñando sus sermones con la intención de buscar el beneficio de otros, en lugar de buscar aplausos para sí mismo. Por lo tanto, la predicación puritana giraba en torno a las tres erres de la religión bíblica: ruina, redención, regeneración, y vestía a estas verdades del evangelio con el vestido formal de la simplicidad instruida.
En el prefacio de su Treatise on Conversion [Tratado sobre la conversión], Richard Baxter busca desarmar a los escarnecedores del «estilo sencillo» al explicar que en los sermones que constituyen su tratado «tenía el deber de predicar no solo a una audiencia popular, sino también a la parte más ignorante y torpe de la audiencia». Y después continúa:
Las palabras más sencillas son la oratoria más provechosa que se puede utilizar para tratar los asuntos de mayor importancia. Las palabras finas sirven para adornar, y las palabras delicadas, para deleitar a la gente; (…) y cuando estas dos clases de palabras se unen, para el oyente (…) o para el lector se vuelve muy difícil observar el asunto principal en medio de todos los adornos y las delicadezas, y es casi imposible hacer que la audiencia no se desvíe del tema (…) también es imposible escuchar o leer un discurso meticuloso, breve, y sentencioso, sin ser lastimado por él; porque eso a veces estorba la función del tema, y mantiene al corazón lejos de lo que es importante, y lo detiene por causa de tanta sofisticación, y hace que el corazón se vuelva tan ligero como ese estilo. Ninguna persona se porta con galantería y delicadeza cuando tiene que correr a apagar un incendio, y cuando vemos a una persona en riesgo no le pedimos que salga de ahí con palabras elocuentes. Cuando vemos que una persona cae en el fuego o en el agua, ninguno de nosotros levanta gentil y delicadamente a esa persona (…) Nunca olvidaré el placer que sintió mi alma, cuando Dios avivó mi corazón por primera vez con estos asuntos, y cuando recién ingresé a la seriedad en la religión: cuando leí un libro como el de los sermones del obispo [Lancelot] Andrewes , o cuando escuché ese tipo de predicación, no sentí vida en ella; pensé que estaban jugando con las cosas santas (…) Pero fue ese predicador sencillo y apremiante el único que parecía producir en mí una tristeza buena (…) y el hablar con vida, con luz, y con peso: y fueron ese tipo de escritos los que resultaron extremadamente placenteros y agradables para mi alma. Y sin embargo, debo confesar que, aunque en ese tiempo no podía digerir la exactitud y la sobriedad de esos mensajes como lo hago ahora, aun así, valoro la seriedad y la sencillez: y cuando estoy escuchando o leyendo, siento en mí mismo un desprecio por ese ingenio en la predicación, pues lo veo como una tontería orgullosa, que tiene un sabor a liviandad, y que tiende a evaporar verdades que tienen un peso importante, convirtiéndolas en fantasías y manteniéndolas alejadas del corazón. Así como un actor de teatro, o un bailarín de las danzas Morris, son diferentes a un soldado o a un rey, también existe una gran diferencia entre esos predicadores y los verdaderos ministros fieles de Cristo; pues debido a que estos hombres parecen más jugadores que predicadores en el púlpito, por lo general sus oyentes más bien van a jugar con un sermón en lugar de ir a escuchar un mensaje del Dios del cielo acerca de la vida o la muerte de sus almas. 116
La «noble negligencia» del estilo de Baxter, que se puede ver reflejada en parte a lo largo de la cita anterior, no debe tomarse como un ejemplo determinante para indicar que la prosa puritana era de alguna manera una prosa negligente. El estilo latinizado de Owen es tortuosamente exacto, al igual que el enmarañado estilo «familiar» de Goodwin; por su parte, Baxter y Bunyan escribieron con una prosa religiosa llena de fuerza y sagacidad, de una manera tal que, desde sus días hasta la actualidad, nunca ha sido igualada, ni mucho menos superada; mientras que William Perkins, Richard Sibbes, Thomas Watson, Thomas Brooks, Thomas Manton y William Gurnall (sin tener que buscar más) son modelos de lucidez pulcra y ordenada, todos ellos salvo Perkins quien sobreabundaba en el uso de analogías e ilustraciones vívidas. Según los estándares de nuestros días, la franqueza casera de estos hombres no es considerada en lo absoluto como «elocuencia»; pero las expresiones y modismos que ellos utilizaban eran escogidos con propósitos muy bien definidos, y en ese sentido, John Flavel expresó muy bien, aunque de manera sentenciosa, las razones detrás de todo eso:
Un estilo crucificado es el adecuado para los predicadores de un Cristo crucificado (…) La prudencia escogerá las palabras más sólidas, en lugar de las más floridas (…) Las palabras no son más que sirvientes en cada asunto. Una llave de hierro, que se ajusta a la forma de la cerradura, es más útil que una llave de oro que no puede abrir la puerta del tesoro (…) La prudencia echará fuera miles de palabras refinadas y se quedará con una sola palabra que sea apta para penetrar la conciencia y alcanzar el corazón». 117
Con el tiempo se hará evidente que la sencillez puritana funciona de esta manera para el lector moderno, tal como lo hizo con los lectores contemporáneos de estos predicadores. Nosotros también experimentamos los beneficios en nuestra vida personal y los vemos como un canal de la unción y el poder de Dios, y por eso podemos perdonar las fallas ocasionales en cuanto a la falta de claridad y la redundancia de sus escritos. «Confieso que mi memoria a menudo se olvida de pasajes que he escrito antes, y en ese olvido los vuelvo a escribir: pero no considero que eso sea un asunto demasiado serio», declaró Baxter con una franqueza cautivadora; «la escritura de las mismas cosas es algo seguro para el lector, y entonces, ¿por qué debería ser algo tan grave para mí?» 118¡ante eso no hay objeción!
En quinto lugar, los puritanos eran hombres del Espíritu ; amantes del Señor, guardadores de Su ley y personas que no escatimaban recursos cuando se trataba de servir a su Señor, esas tres cualidades, en todas las épocas, han sido los elementos principales de una vida verdaderamente llena del Espíritu. El pastor renovado de Baxter comienza con una advertencia hacia los pastores de Dios, que dice:
Tengan cuidado de ustedes mismos, no sea que ustedes se queden sin alcanzar esa gracia salvadora de Dios que les ofrecen a otros (…) también asegúrense de mantenerse ejercitando sus gracias de manera vigorosa y avivada, y procuren predicarse a sí mismos los sermones que están estudiando, antes de que los prediquen a otros (…) por lo tanto, velen por sus propios corazones: echen fuera las pasiones y deseos pecaminosos, y las inclinaciones mundanas; mantengan una vida de fe, amor y celo santo; pasen mucho tiempo en casa, mucho tiempo con Dios (…) tengan cuidado de ustedes mismos, no sea que sus ejemplos contradigan su doctrina (…) no sea que refuten con sus vidas lo que proclamen con sus bocas (…) Debemos estudiar lo suficientemente duro como para saber cómo vivir bien, y cómo predicar bien. Debemos pensar y repensar cuál es la mejor manera de mantener nuestras vidas ocupadas en la salvación de los hombres, y en la preparación de nuestros sermones… 119
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