Nehemias: Modelo de pasión y fidelidad
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Miami, FL 33166.
Todos los derechos reservados.
Publicado originalmente en inglés por Crossway, 1300 Crescent Street Wheaton, Illinois 60187, con el título A Passion for Faithfulness: Wisdom From the Book of Nehemiah. © 1995 por J. I. Packer.
A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas han sido tomadas de la Santa Biblia, NUEVA VERSIÓN INTERNACIONAL® NVI®
© 1999, 2015 por Biblica, Inc.® Usado con permiso de Biblica, Inc.®
Diseño de portada por Adrián Romano
e-ISBN: 978-1-64691-115-8
Categoría: Estudio bíblico/Liderazgo
Conversión a epub: Cumbuca Studio
Para Fred y Elizabet en quienes muchas de las virtudes de Nehemías han reaparecido.
Prólogo: Edificación de la iglesia
1 Conozca a Nehemías
2 Llamado a servir
3 Dirección de personal I: Comenzar la tarea
4 Dirección de personal II: Mantenerse en la tarea
5 Probado para la destrucción
6 Tiempos de refrigerio
7 De regreso al punto de partida
Epílogo
Edificación de la iglesia
El que yo celebre a Nehemías como un edificador de la iglesia e insista en que esta es la manera como los cristianos deben considerarlo puede levantar varias cejas. Pero eso es lo que haré en este libro, y quiero comenzar explicando por qué. Así que ahora doy un vistazo cincuenta años atrás.
Cristo ama a la iglesia
Él era un pequeño hombre extraño, inclinado, intenso, y torpe, con un rostro que parecía iluminarse mientras hablaba. Su atuendo era raro, también, para mis estándares de universitario, porque él vestía un hábito monástico color café, el uniforme de un franciscano anglicano. Me encontraba allí por lealtad a la capilla de la universidad, sin esperar ser impresionado; pero él capturó mi atención diciéndonos cómo en su adolescencia había experimentado una conversión a Jesucristo, como la que yo acababa de experimentar. “Y entonces,” dijo: “me emocioné con la iglesia. Podría decir que me enamoré de ella.” Nunca antes había escuchado a alguien hablar así, y sus palabras se clavaron en mi memoria. Cincuenta años después, todavía lo escucho. Él entonces remachó el punto que todos los que aman a Jesucristo el Señor deben cuidar profundamente de la iglesia, sólo porque la iglesia es el objeto del amor de Jesús. Centrar-se en la iglesia es entonces una manera en la que Cristo debe encontrar expresión. ¿Tenía él razón? Sí, la tenía: no hay duda de ello.
Para escuchar a Pablo, instruyendo a los efesios y a otros (hay buena razón para considerar Efesios como una carta circular): “Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella para hacerla santa. Él la ha purificado, lavándola con agua mediante la palabra, para presentársela a sí mismo como una iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni ninguna otra imperfección, sino santa e intachable” (Ef. 5:25-27). Ahora pese las palabras del himno que hace eco de éste y otros pasajes del Nuevo Testamento:
El fundamento de la iglesia
Es Jesucristo su Señor;
Ella es su nueva creación
Por el agua y la Palabra:
Del cielo él vino a buscarla
Para ser su santa esposa;
Con su propia sangre la compró,
Y por su vida Él murió.
Enseguida, observe que la gloria, presente y futura, que Dios da a “la novia, la esposa del Cordero” (Ap. 21:9), es el tema y el producto final de su propia gran gracia, es desde un punto de vista el enfoque central del Nuevo Testamento, alcanzando su punto culminante en las prevenciones del verdadero Monte de Sión en Hebreos 12:22-24 y de la nueva Jerusalén (Ap. 21:1-22:5; vea también Apocalipsis 7, una descripción adicional del destino de la iglesia). Y unido con el hecho de que “gloria [aquí significa doxología y alabanza] en la iglesia y en Cristo Jesús...” (Ef. 3:21) es el enfoque culminante de la religión cristiana -“en la iglesia y en Cristo” siendo dos frases complementarias que se explican y refuerzan entre sí. Así que la iglesia que Cristo ama y sustenta es la característica clave del plan de Dios para el tiempo y la eternidad, y el cuidado por el bienestar de la iglesia, lo que significa amor por la iglesia, es un aspecto de la semejanza a Cristo que los cristianos deben cultivar. Hacemos bien al poner a la iglesia en nuestro corazón; estaría mal si no lo hiciéramos. Porque así como decimos de manera proverbial: “Si me amas, ama a mi perro,” de la misma manera el Señor Jesucristo nos dice: “Si me amas, ama a mi iglesia.”
Resultaba claro por la manera en que el pequeño hombre se expresó que él esperaba que los cristianos evangélicos se preocuparan sólo de sus propias sociedades y fraternidades, y les faltara interés en lo que los padres antiguos llamaron la gran iglesia y los teólogos de Westminster identificaron como la iglesia católica visible -es decir, la comunidad cristiana mundial en sus incontables florecimientos congregacionales. Esta expectación todavía es muy común fuera de los círculos evangélicos, y ciertamente ha habido individuos cuyas palabras y hechos los han mantenido en ese lugar. No hay duda que la falta de preocupación por la iglesia como tal es la tentación ocupacional de cualquiera que busca promover una experiencia personal de fe en Cristo en una situación de minoría, donde la mayoría de los líderes eclesiásticos no se encuentran dentro de la sintonía evangélica, un estado de cosas que desdichadamente ha sido común en el mundo occidental durante los pasados cien años. Pero la observación de medio siglo me ha mostrado que los líderes evangélicos y los creadores de opinión no están, como cuerpo, marcados por la falta de interés sobre la iglesia católica visible; más bien es lo inverso. Orar y planificar por la reforma y revitalización de la iglesia ha sido parte del estilo de la corriente evangélica principal desde el siglo dieciséis, y todavía lo es -como en realidad debe ser. Pero el pequeño hombre tenía razón: Algo anda mal en los cristianos profesantes que no se identifican con la iglesia, y la aman, y se invierten ellos mismos en ella, y llevan las necesidades de ella en su corazón. Los evangélicos, personas centradas en la Biblia y el evangelio, en Cristo y el Espíritu, dispersos a través del mundo denominacional (y, incidentalmente, multiplicándose en este tiempo en una tasa fenomenal), debe seguir modelando amor por la iglesia.
Pero, ¿cómo se debe enfocar y expresar tal amor? Aquí, infelizmente, los caminos se dividen. Para aquellos que igualan la iglesia con su forma institucional, el amor por la iglesia significa mostrarse entusiasmado con su liturgia, ceremonia, burocracia, y la tarea de conservar sus ruedas girando. Estando más interesado en mantener y nutrir que en la misión y el evangelismo, personas de esta clase constantemente son indiferentes, y en realidad con frecuencia contrarios, a cualquier interés activo por conversiones y por expresiones de fe no institucionalizadas, en una manera que las iglesias evangélicas encuentran preocupantes. Porque los evangélicos piensan de la iglesia en términos de la vida comunitaria que las formas institucionales existen para canalizar. Ellos ven la iglesia como el pueblo del Señor que se reúne regularmente para llevar a cabo las actividades de la iglesia -alabanza y oración, con predicación y enseñanza; practicar la comunión y el cuidado pastoral, con la motivación y responsabilidad mutua; exaltar y honrar a Jesucristo, específicamente mediante la palabra, el canto, y el sacramento; y el alcance, local y transculturalmente, con el propósito de hablar de Cristo a personas que lo necesitan. Aquí amor por la iglesia encuentra expresión en una búsqueda constante de la fidelidad, santidad y vitalidad -ardor que anima el orden- en la vida colectiva de comunión con el Padre y el Hijo a través del Espíritu que es la esencia verdadera de la iglesia. Es mejor aclarar aquí y decir directamente que la comprensión evangélica me parece de acuerdo con el Nuevo Testamento y se dará por sentada en todo lo que sigue.
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