El punto de partida fue su certeza de que la mente debía ser instruida e iluminada antes de que la fe y la obediencia fueran posibles. «La ignorancia constituye casi cada error», escribió Baxter, y una de sus máximas favoritas sobre la predicación era: «primero la luz, después el calor». El calor sin luz, es decir, la pasión en el púlpito sin precisión pedagógica, no le serviría a nadie. Para ellos, si los congregantes de la iglesia demostraban una falta de disposición para aprender la fe y aceptar la instrucción de los sermones, eso era una señal segura de la falta de sinceridad que había en sus corazones. «Si alguna vez llegan a ser convertidos, esfuércense por hallar el verdadero conocimiento», le dijo Baxter a su congregación de la clase trabajadora, y cuando ellos se comportaron como las congregaciones modernas y objetaron diciendo: «nosotros no somos personas letradas, y por lo tanto, Dios no exigirá mucho conocimiento de nosotros», él respondió de la siguiente manera:
(1) Todo hombre que tenga un alma capaz de razonar debe conocer al Dios que lo creó; y saber el fin por el cual debe vivir; y conocer el camino hacia su felicidad eterna, y eso es una realidad tanto para ustedes como para los más eruditos: ¿acaso sólo los hombres letrados tienen la necesidad de que sus almas sean salvadas para que no se pierdan? (2) Dios les ha aclarado Su voluntad en Su Palabra; Él les ha dado maestros y muchas otras ayudas; para que no tengan excusa si son ignorantes; y aunque no sean eruditos tienen la obligación de saber cómo ser cristianos. Ustedes pueden encaminar sus almas hacia el cielo en su lengua materna, aunque no tengan conocimientos del hebreo o del griego; pero si permanecen en la oscuridad de la ignorancia nunca van a encontrar el camino. (3) …Por lo tanto, si ustedes creen que pueden permanecer privados del conocimiento, también pueden creer que estarán privados del amor y de toda obediencia; porque no puede haber ni amor ni obediencia sin conocimiento (…) Si en lo que respecta a la disposición de obtener el conocimiento de Dios y las cosas celestiales tuvieran la misma disposición que tienen para adquirir el conocimiento necesario para trabajar en sus negocios, entonces hoy mismo antes de que empezara el día se habrían encargado de buscar ese conocimiento, y no habrían escatimado en costos ni esfuerzos hasta que lo hubieran obtenido. Pero ustedes consideran que siete años es apenas el mínimo suficiente para aprender un oficio, y no están dispuestos a apartar un día entre siete para aprender diligentemente acerca de los asuntos de su salvación. 107
Y en otra parte les dijo:
Si el cielo es algo demasiado alto como para que ustedes piensen en él, y se preparen para entrar en él, entonces también será algo demasiado alto como para que lo posean. 108
Todos los puritanos consideraban que los sentimientos religiosos y las emociones piadosas sin conocimiento eran algo peor que inútil. Para ellos, sólo después de haber sentido la verdad, era posible que las emociones se volvieran de alguna manera deseables. Cuando los hombres sentían y obedecían la verdad que conocían, eso se consideraba como una obra del Espíritu de Dios, pero cuando ellos eran sacudidos por sentimientos sin conocimiento, eso era considerado como una señal segura de que el diablo estaba obrando, ya que los sentimientos divorciados del conocimiento, junto con la urgencia por actuar en la oscuridad de la mente, ambas cosas eran consideradas tan dañinas para el alma como lo era el conocimiento sin obediencia. Entonces, la enseñanza de la verdad era la tarea principal del pastor, y de la misma manera, el aprendizaje de la verdad era la tarea principal del laico.
¿Pero de qué manera debía ser enseñada la verdad? Principalmente, desde el púlpito, por medio de un análisis sistemático y una aplicación bíblica de los textos, y todo eso era abordado como declaraciones del Espíritu Santo. El método básico fue establecido por Perkins en su obra The Art of Prophecying [El arte de profetizar]. El predicador tiene la obligación de ser un siervo del texto, convirtiéndose en un simple portavoz de su mensaje. Lo primero que debe hacer es parafrasear el texto, dar la «conexión» (contexto) y señalar su estructura y sus componentes, es decir, «dividir» el pasaje: y todo eso para asegurarse de que sus lectores entiendan el significado general y el alcance que estaba en la mente del escritor bíblico. Después tiene que extraer una o más proposiciones doctrinales que están afirmadas, implicadas, presupuestas, o ejemplificadas en el texto. Por ejemplo, Arthur Hildersam a partir del Salmo 51:1–2 «plantea» las siguientes tres «doctrinas»:
Que el pueblo de Dios, cuando está en aflicción, debe correr a Dios en oración y buscar consuelo de esa manera; que el perdón del pecado es más deseable que la liberación de los juicios más grandes que nos pueden sobrevenir; que aún los mejores siervos de Dios no tienen ningún fundamento para buscar el favor de Dios para el perdón de sus pecados, sino solo el fundamento de la misericordia del Señor. 109
John Owen, a partir de la segunda mitad de Romanos 8:13, plantea estas tres doctrinas:
Los creyentes más selectos, quienes tienen la seguridad de que han sido librados del poder condenatorio del pecado, aún deben ocuparse todos los días en la mortificación del poder del pecado interno; El Espíritu Santo (…) es el único suficiente para esta obra (…); El vigor, el poder y el conforte de nuestra vida espiritual dependen de nuestra mortificación de las obras de la carne. 110
El libro de Baxter A Call to the Unconverted [Un llamado a los inconversos] es una extensa exposición de siete doctrinas derivadas de Ezequiel 33:11:
Es una ley inmutable de Dios, que los impíos vivirán si se vuelven; Dios se complace en la conversión y la salvación de los hombres, pero no se complace en su muerte o condenación (…); Eso es una verdad innegable, que (…) Dios (…) ha confirmado (…) solemnemente por Su juramento; El Señor reitera Sus mandamientos y persuasiones a los impíos para que se vuelvan; El Señor condesciende al razonar el caso con ellos, y les pregunta a los malvados, ¿por qué moriréis? Si después de todo esto, los malvados no se vuelven, Dios no dejará que pase mucho tiempo antes de que perezcan, pero perecerán por sí mismos (…) ellos morirán porque quisieron morir. 111
Una vez que estas doctrinas eran establecidas, los predicadores procedían a «probarlas» por medio de un análisis más profundo del texto, además de apelar a otros pasajes de la Escritura; ellos también tenían la obligación de «aclarar» los posibles malentendidos y dificultades del texto y «confirmar» la veracidad del texto ante las objeciones que pudieran surgir en la mente de los oyentes. Por otra parte, los predicadores debían llevar la «doctrina» hacia la aplicación o «uso». Por lo general ellos subdividían la aplicación en varios «usos» particulares, es decir, los diferentes usos de la información, a través de los cuales la verdad se aplicaría para instruir a la mente y moldear el juicio, de modo que el hombre pudiera aprender a ajustar sus pensamientos y opiniones en conformidad a la mente revelada de Dios. Entre estos usos se encontraban: los usos de exhortación o de disuasión, mediante los cuales le mostraban al oyente qué hacer y qué no hacer a la luz de una doctrina; los usos de lamentación y persuasión, mediante los cuales el predicador intentaba que los oyentes fueran conscientes de la necedad ciega de aquellos que no responden a la gracia de Dios que era demostrada en la doctrina, con el objetivo de despertar en ellos la intención de actuar en respuesta a esta gracia; los usos de consolación, mediante los cuales la doctrina era mostrada como una respuesta a las dudas y la incertidumbre; los usos de juicio, o de auto examinación, mediante los cuales el predicador llamaba a la congregación a juzgar su propia condición espiritual a la luz de una doctrina (la cual, por ejemplo, podía declarar una de las marcas de un hombre regenerado, o alguna obligación o privilegio del cristiano); y muchos otros tipos de usos. Los detalles particulares de este método expositivo pudieron haber variado, pero siempre dentro de los conceptos de la doctrina y los usos. En ese sentido, John Owen comentó: «Si un sermón no tuviera doctrina y uso, sería un sermón muy burdo». 112
Читать дальше