Paco Sánchez - Las golondrinas nunca regresan en otoño

Здесь есть возможность читать онлайн «Paco Sánchez - Las golondrinas nunca regresan en otoño» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Las golondrinas nunca regresan en otoño: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Las golondrinas nunca regresan en otoño»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Las golondrinas nunca regresan en otoño es un recorrido por la vida de su protagonista, Alejandro Cantero , una historia donde se habla de amor, sexo, soledad, celos, malos tratos; en definitiva, sobre las relaciones humanas.A caballo entre el género romántico, en ocasiones erótico, y costumbrista , esta novela juega en numerosos momentos con un lirismo caracterizado por su elegancia. Cabe destacar también la originalidad en su construcción, lo que convierte esta obra en un texto singular e interesante a partes iguales, donde el lector descubrirá diferentes atmósferas y múltiples subtramas , repartidas entre España y Francia.

Las golondrinas nunca regresan en otoño — читать онлайн ознакомительный отрывок

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Las golondrinas nunca regresan en otoño», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Aquella mañana mi madre me despertó del sueño tirando de mi mano y luego sentándome en mi silla frente a unas tostadas y un tazón de leche humeante.

—Mamá, ¿dónde están las golondrinas?

Ella arrimó la silla un poco más a la mesa, antes de decir:

—Ahora come. Ya hablaremos de las golondrinas luego. Pero yo necesitaba respuestas.

—Mamá, ¿tú crees que se habrán quedado dormidas?

—Come, que se te va a enfriar la leche.

—Mamá...

—Ahora, a comer.

Mi madre sonrió, me acarició el pelo y me dio un beso; yo le di un bocado a una tostada y soplé la humeante leche sin dejar de pensar en las golondrinas, aquellos visitantes temporales de nuestro tejado. Pero entonces yo no sabía que eran temporales; yo creía que habían estado allí siempre y siempre estarían.

Desayuné tan rápido como me permitió la leche caliente, me bajé de la silla y salí corriendo hacia la calle esperando encontrar a las golondrinas sobre el caballete de las cuadras. Mi madre me regañó por comer tan deprisa, pero se dio por satisfecha al ver que apenas quedaban unas migajas de las tostadas y la taza vacía. Miré sobre los tejados, levanté la vista al cielo... Ni rastro de las golondrinas. Entonces pensé en mi padre, en sus trucos. Él haría que aparecieran porque mi padre sabía de qué hablaban los pájaros, entendía el lenguaje del viento, podía caminar en la oscuridad sin tropezar y sabía espantar mis miedos con solo un abrazo. Sí, mi padre haría aparecer las golondrinas como hacía aparecer el caramelo.

—¡Papá! ¡Papá! ¡Papá! —le llamé insistentemente.

—¿Qué quieres, Alejandro? —me respondió desde las cuadras.

—Papá, ¿dónde están las golondrinas?

—Se habrán ido, hijo.

—Pero ¿dónde se han ido, papá? —le pregunté extrañado.

—Se habrán ido al sur. Ya ha empezado la migración anual —me razonó.

—¿La qué? —le pregunté sin entender nada.

—La migración, hijo. ¿No sabes lo que es la migración? —me preguntó mi padre, aun sabiendo de antemano cuál sería mi respuesta.

—No... —dije. Pero ya me temía que aquello de la migración no podía ser nada bueno.

—La migración es un viaje que hacen algunas aves como las golondrinas. Ahora se van al sur en busca de lugares más cálidos antes de que aquí llegue el invierno —me explicó.

—Pero ¿por qué se van al sur?

—Porque a las golondrinas no les gusta el frío, hijo, por eso se van.

—Pero, papá, ¡yo no quiero que se vayan las golondrinas! —protesté—. Yo quiero que se queden siempre en nuestro tejado.

—Eso no puede ser, hijo mío. Ellas se tienen que marchar —dijo mi padre, esperando que yo lo entendiera.

—Pero ¿por qué se tienen que marchar?

—Alejandro, hijo, no le des más vueltas, la vida es así —me contestó, intentando dar el tema por zanjado.

“Migración”, aquella palabra extraña y nueva no paraba de dar vueltas en mi cabeza. “Migración” me había sonado a pérdida, a ruptura, a separación, a nuestro tejado sin las golondrinas, al aire huérfano sin sus gorjeos.

—Papá, ¿cuándo van a volver? Mi padre sonrió.

—Hijo mío —me dijo revolviendo mis cabellos—, las golondrinas volverán el próximo año, en primavera, como todos los años.

En primavera… El próximo año… Me quedé un instante pensativo. Luego, seguro de que mi padre podría hacer que volvieran antes, volví a insistir:

—Papá…

—Qué... —dijo mi padre, sin abandonar su tono dulce y paciente.

—¿Podrían volver el mes próximo?

—¿El mes próximo? ¿En octubre?

Mi padre sonrió de nuevo. Luego me miró un instante, en silencio, un silencio breve aunque eterno para mí.

—Papá, haz que vuelvan, por favor.

Mi padre se agachó y cogió mi cara entre sus manos. Luego me dio un beso en la frente, me miró a los ojos y, con una sonrisa llena de ternura pero con la firmeza en la voz de quien no quiere crear falsas expectativas, me dijo:

—Alejandro, hijo, las golondrinas nunca regresan en otoño.

Entonces no podía saberlo, pero aquellas palabras no tardarían en cambiarme la vida.

—Pero, papá, ¿tú no puedes hacer que vuelvan?

—No, hijo. Lo siento.

—Pero, papá, tú sabes hacer magia. ¿Por qué no haces que vuelvan?

—La magia no puede hacer que regresen las golondrinas, hijo. Lo siento, de veras que lo siento.

—Pero, papá, ¡yo quiero que regresen! Por favor, haz un truco. Prometo cerrar los ojos muy fuerte.

—Lo siento, Alejandro, pero tienes que aceptar la realidad: la vida es así y no podemos hacer nada por cambiarla.

Nunca... Nada... Esa era la realidad. Las golondrinas nunca regresaban en otoño y mi padre no podía hacer nada. Pero yo no quería vivir en la realidad, solo quería levantarme cada mañana y salir corriendo a contemplar las golondrinas. Hasta el instante anterior confiaba en que mi padre las haría volver, pero él no tenía un truco para eso, acababa de darme cuenta, de descubrir que mi padre ya no sabía hacer magia. Y, por un momento, lo vi diferente. Ya no era aquel mago que hacía aparecer los caramelos, solo era mi padre. Y, por un instante, solo por un instante, me sentí defraudado, profundamente defraudado por mi padre; incluso creo que dejé de quererlo momentáneamente y empecé a hacerme mayor, de repente, sin edades intermedias, de forma abrupta y dolorosa. Porque no crecemos por los años vividos sino por las experiencias acumuladas. Podemos vivir años sin apenas crecer en lo personal y podemos experimentar en un segundo el crecimiento de media vida. Yo acababa de vivir una de esas experiencias, uno de esos segundos que nos marcan para siempre: acababa de descubrir el desengaño. Pero, una vez más, mi padre me sorprendió. Hincó una rodilla en tierra, me rodeó con sus brazos y me apretó contra su cuerpo. Tardé años en comprender que, en aquel preciso instante, mi padre sufría más que yo, aunque él sonriera y yo no pudiera contener las lágrimas. Tardé muchos más años en saber cuánto nos duele la tristeza de los hijos, pero solo tardé un instante en sentir que mi padre no había perdido la magia, aquella magia que tenía el poder de espantar mis miedos, esa magia que solo podemos percibir en el abrazo de quienes más nos quieren, de las personas que más queremos, la magia de unir todos nuestros pedazos rotos.

En aquel abrazo empecé a querer de nuevo a mi padre, esta vez para siempre. Aquella mañana de septiembre del cuarenta y cuatro empecé a comprender el significado de las palabras “nunca” y “nada”; y también a crecer por dentro, a la fuerza, sin poder evitarlo. Aquella mañana empecé a hacerme mayor, incluso creo que envejecí. Quizá fue por el solo hecho de aceptar la “realidad”; quizá me hizo envejecer aquella sensación desconocida hasta entonces, una sensación que, tiempo más tarde, supe que se llamaba resignación. Aquella mañana de mi infancia, algo se rompió dentro de mí y, con el tiempo, he aprendido que solo hay una forma de recomponerse tras una decepción, de juntar todos los pedazos de nuestros sueños rotos: revelarse, no aceptar nunca imposibles, no sin antes poner todo de nuestra parte para hacerlos posibles. Aquella mañana de septiembre, cuando mi padre y yo nos separamos, me sequé las lágrimas para no volver a llorar en mucho tiempo. Porque «los hombres no lloran», eso me decían de niño. En aquella época los hombres no podían ser débiles, mucho menos aparentarlo, y yo era todo un hombre, un hombre que no tardaría en aprender a tragarse sus lágrimas. Pero el tiempo siempre acaba enfrentándonos a nuestros errores. La vida me ha enseñado que llorar no es un síntoma de debilidad y yo he aprendido a aceptar mis lágrimas sin avergonzarme. Los hombres también sentimos; los hombres también lloramos. Ahora, recordando aquel momento de mi niñez, me doy cuenta de cuánto aprendí aquella mañana de septiembre de 1944, aunque todavía era demasiado pequeño para tomar conciencia de ello. Lo más importante que aprendí, si duda, es que quienes están para abrazarnos en los malos momentos, esos nunca nos fallarán, siempre estarán ahí, dispuestos a darnos todo a cambio de nada; esos a quienes podemos agarrarnos cuando sentimos que todo se hunde a nuestro alrededor son los mismos a quienes no podemos fallarle nunca. Pero, aunque les falláramos, ellos seguirían estando ahí para darnos un abrazo cuando más lo necesitemos. Aquella mañana, por un instante, yo sentí que mi padre me había fallado y al instante siguiente sentí que no merecía aquel abrazo, pero aun así sabía que él me lo daría igualmente.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Las golondrinas nunca regresan en otoño»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Las golondrinas nunca regresan en otoño» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Las golondrinas nunca regresan en otoño»

Обсуждение, отзывы о книге «Las golondrinas nunca regresan en otoño» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x