Paco Sánchez - Las golondrinas nunca regresan en otoño

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Las golondrinas nunca regresan en otoño: краткое содержание, описание и аннотация

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Las golondrinas nunca regresan en otoño es un recorrido por la vida de su protagonista, Alejandro Cantero , una historia donde se habla de amor, sexo, soledad, celos, malos tratos; en definitiva, sobre las relaciones humanas.A caballo entre el género romántico, en ocasiones erótico, y costumbrista , esta novela juega en numerosos momentos con un lirismo caracterizado por su elegancia. Cabe destacar también la originalidad en su construcción, lo que convierte esta obra en un texto singular e interesante a partes iguales, donde el lector descubrirá diferentes atmósferas y múltiples subtramas , repartidas entre España y Francia.

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—¿La has encontrado? —le preguntó su amigo con una mezcla de preocupación y esperanza en la voz.

—Sí, está aquí. No, no te preocupes. Tranquilo, estará bien. De acuerdo, yo se lo haré llegar. Sí, lo sé, no tiene que sospechar nada. Sabes que puedes contar conmigo. No me debes nada, para eso estamos los amigos.

Pero su amigo desde la infancia nunca sabría la verdad porque, en el último instante, él inventó una mentira analgésica, porque había decidido mentirle para ahorrarle sufrimiento. Al otro lado del hilo telefónico un padre suspiró aliviado tras meses buscando a su hija sin saber dónde ni cómo estaba. Y gracias a la ayuda de un amigo acababa de saber que estaba bien. «¡Gracias! ¡Muchas gracias!», le repetía visiblemente emocionado. Lo que no podía sospechar era que su amigo la había encontrado por casualidad, que estaba a punto de hacerle una proposición indecente cuando la reconoció, cuando se dio cuenta de que estaba ante la chica de aquella foto que, meses antes, había recibido por carta tras la llamada de un padre desesperado, uno de los pocos amigos de su infancia que aún conservaba. «Ayúdanos a encontrarla, por favor. Quizás esté ahí, sabemos que cogió un autobús con destino a Valladolid», le había dicho por teléfono. Ahora que la había encontrado, lo que menos necesitaba saber su amigo era la verdad sobre su hija. Ya estaba pagando con creces su error, no merecía sufrir más. Además, como padre, él hubiera preferido cualquier mentira antes que conocer aquella dolorosa verdad. Luego, apenas colgó el auricular, pensó en su hija. Había sido un año difícil para todos, pero al final todo era como debía ser. Su pequeña estaba prometida y en breve se casaría con un miembro de la Benemérita, un guardia civil como su padre. Y, más que como a un yerno, a él lo trataría como a un hijo, como al hijo que nunca tendría.

Aquel hombre parecía un cliente más, otro más. A los ojos de Andrea aparentaba la edad de su padre, pero eso no le hacía diferente a otros muchos de los que acudían a aquel antro para demandar sus servicios. Aquel podía haber sido otro cliente cualquiera, pero acabó siendo distinto a todos y el último en entrar en su habitación, en aquel cuartucho de la última casa de una calle sin nombre. Andrea estaba convencida de no haberlo visto nunca hasta entonces, pero se equivocaba. Antes de aquella noche, ella y el misterioso mensajero se habían visto en dos ocasiones: la primera, cuando ella solo era una niña; la segunda, apenas unas noches antes. Andrea tampoco sabía que, aquella segunda vez, de no haberla reconocido, él habría pagado por acostarse con ella. Menos aún podía sospechar que llevaba meses buscándola. Aquella noche, cuando aquel hombre le propuso acompañarla a su habitación, Andrea jamás hubiera imaginado sus intenciones, mucho menos que estaba allí por encargo para cumplir la promesa que le había hecho a un amigo, alguien que nunca hubiera sospechado a dónde tendría que ir él para entregar aquel sobre.

Apenas entraron en la habitación y la puerta se cerró tras ellos, aquel hombre tomó a Andrea por el brazo y, mirándola a los ojos, le dijo: «Sigue tu camino. Ya es hora de que des el siguiente paso». Andrea lo miró sorprendida, incapaz de comprender lo que quería decirle. Él la miró como nadie la había mirado en aquella habitación. Luego, sin una palabra más, dejó aquel sobre encima de la cama y se dirigió hacia la puerta. Andrea quiso decir algo, pero apenas consiguió abrir la boca. Justo antes de salir el hombre se giró hacia ella, diciéndole:

—Mañana no quiero verte por aquí, ¿está claro?

Y a continuación cerró la puerta tras él, desapareciendo de su vida para siempre. Andrea se sentó en la cama sin entender nada. Luego cogió el sobre, rasgó el papel y lo abrió. Sus ojos se abrieron de par en par al descubrir el contenido, las piernas le temblaron y tuvo que taparse la boca para que su exclamación de sorpresa no retumbara en toda la casa. Nunca había visto tanto dinero junto. Al instante, Andrea se preguntó quién era aquel hombre, una pregunta que se seguiría haciendo mucho tiempo después. Quiso darle las gracias, preguntarle su nombre, abrazarlo..., pero, cuando salió al pasillo, él ya había doblado la esquina de aquella calle sin placa con su nombre. Lo que no tardó Andrea en saber era quién se lo enviaba, eso no necesitaba preguntárselo a nadie. Aquel dinero le ayudaba a alejarse de sus raíces pero, al mismo tiempo, le abría una puerta por la que volver y en aquel instante decidió hacerlo..., aunque aún era demasiado pronto. Sentada de nuevo sobre su camastro, se llevó el sobre al pecho y lo abrazó, apretándolo con fuerza, sin poder contener las lágrimas. Solo era un sobre con dinero, con mucho dinero, el suficiente para dar el siguiente paso pero, sobre todo, aquel dinero la liberaba de todas las noches de “dejarse hacer” que aún le quedarían de no haber recibido aquel sobre “anónimo”. Luego escondió el sobre entre el colchón y el somier, se secó las lágrimas, se recompuso y salió de la habitación fingiendo que nada ocurría. Pero ya lo tenía decidido, se iría aquella misma noche, cuando todas durmieran, cuando no tuviera que dar explicaciones a nadie.

Andrea abandonó la casa a hurtadillas, en silencio, a oscuras. Y, apenas salió a la calle, se encontró con una sensación que le duraría toda la vida, la sensación de ser libre. Caminó pegada a la pared, decidida, cargando con una maleta medio vacía aunque llena de vivencias nuevas, unas vivencias que deseaba olvidar para siempre. Era de madrugada y estaba oscuro, muy oscuro. Andrea sintió el frío en su cuerpo y el miedo erizando su piel. Pero no era miedo a la noche sino a ser descubierta, a encontrarse con alguien que la reconociera y, sobre todo, Andrea temía por el contenido del sobre, aquel billete hacia su nueva vida que apretaba bajo una ropa, incapaz de contener el frío y el miedo. Por un instante pensó en la posibilidad de ser descubierta y enseguida sintió un escalofrío recorriendo su columna vertebral. Se detuvo varias veces para recuperar el aliento, se giró muchas más para asegurarse de que nadie la seguía, para convencerse de que aquella sensación de sentirse observada solo era cosa del miedo. Andrea no podía saberlo pero nada debía temer. Alguien se encargó de seguirla, de vigilar sus pasos, de asegurarse de que nada le pasaría, de protegerla y de que tomara aquel autobús con destino a Barcelona. Alguien que aquella noche no estaba de servicio, una sombra que se deslizó entre las sombras, un hombre que le guardaría el secreto para siempre.

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