Grínor Rojo - Historia crítica de la literatura chilena
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La generación de 1810 no se hace sin embargo la pregunta de ¿qué escribir?, de hecho, en un número de La Aurora Camilo Henríquez se interroga «¿De qué sirve escribir si no hay quien lea?» (7 de mayo de 1812: 55). Una situación muy distinta ocurre con los miembros de la generación de 1842. Comparten el uso enciclopédico y no restrictivo del concepto de literatura, pero también les preocupa y mucho el destino de las «bellas letras». Un segmento significativo del discurso de Lastarria en la inauguración de la Sociedad Literaria está destinado a reflexionar sobre las características que debe tener la literatura de imaginación en Chile y sobre todo la necesidad de crear una literatura propia que no sea una simple imitación del modelo europeo. Reconoce y valora la literatura francesa: «De San Petersburgo a Cádiz –dice– no se leen mas que libros franceses: ellos inspiran el mundo» (109). «Debo deciros, pues, que leais los escritos de los autores franceses de mas nota en el dia», sugiere refiriéndose sin duda al romanticismo social, pero añade una advertencia: «no para que los copieis i trasladeis sin tino a nuestras obras, sino para que aprendais de ellos a pensar, para que os empapeis en ese colorido filosófico que caracteriza a su literatura» (112). Lastarria propicia una literatura que, rescatando del legado español sólo el don de la lengua, se independiza de los valores hispánicos, una literatura que se inspira en lo propio, en la historia patria, en las peculiaridades sociales, en el paisaje y en la naturaleza americana, una literatura que sea –dice– «la expresion auténtica de nuestra nacionalidad» (113). Propone también una literatura edificante: escribir para el pueblo, combatir los vicios y realzar las virtudes. Los miembros de la Sociedad Literaria se sienten, entonces, responsables de una tarea tanto o más importante que la de los padres de la Patria. Se trata de completar la Independencia política con la Independencia cultural; de la fundación de la nación y, simultáneamente, de la fundación de su literatura.
En 1843, Lastarria publica «El Mendigo», texto que concibió como una puesta en obra de lo debería ser la literatura nacional, incluyendo ideas que planteó en su discurso inaugural en la Sociedad Literaria de 1842. Concibe el texto como un «ensayo de novela histórica», pero la crítica lo considera por su extensión (38 páginas) el primer cuento de la literatura chilena. El tema básico del relato es el del proscrito, la trayectoria de un ser progresivamente excluido por la sociedad, un criollo y antiguo soldado de la patria que llega a ser pordiosero. Se trata de un tema frecuente en el romanticismo europeo, el mismo Lastarria en 1840 había traducido y adaptado Le proscrit, de Fréderic Soulié. Aunque Álvaro de Aguirre es –como los proscritos de Byron– un fatal man marcado por el destino, la diferencia reside en que los agentes de la desgracia del proscrito chileno tienen un común denominador: son, sin excepción, españoles. Se trata, en el caso de Lastarria, más que de un ángel caído, de un proscrito que sirve de pretexto para criticar los vicios de la Colonia y ejercitar la vocación patriótica.
La historia del proscrito –que ocupa 32 de las 38 páginas del relato– es la historia de una degradación progresiva. Siguiendo un orden cronológico, abarca desde los últimos decenios de la Colonia hasta los años que siguen a la Reconquista. Hay en la trama de esta trayectoria un notorio anti-españolismo. Los personajes villanos que empujan a Álvaro hacia la miseria son siempre españoles: un militar español se apodera del dinero de su amigo Alonso; la segunda separación de Lucía, fuente de sus posteriores desventuras, es provocada por el tiránico don Gumersindo, y la deshonra de Lucía es consumada por Laurencio, también militar peninsular. Finalmente, es uno de los oficiales realistas de la Batalla de Rancagua, el coronel Lizones, quien imposibilita la unión de los amantes, llevándose a Lucía primero a Lima y después a España. La trayectoria de soldado de la patria a pordiosero, de ser humano a criatura infrahumana, aparece vinculada al motivo del amor imposible, configurado en esta ocasión con todos los ingredientes melodramáticos que caracterizan a la literatura folletinesca de la época.
En cuanto al género, El mendigo no es un cuento, sino, como admitiera el mismo Lastarria, un «ensayo de novela histórica». Novela histórica en cuanto relata la trayectoria de personajes ficticios en un trasfondo diacrónico de hechos y personajes históricos (se mencionan entre otros a O’Higgins y Carrera); y ensayo porque es un intento frustrado, un esquema que no logra tomar cuerpo ni en el número de páginas ni como argumento y que carece, además, de espesor ficticio. En el contexto de esta sensibilidad afectada y comparado con otros relatos de esos años, el de Lastarria, en la medida que recrea la imagen de Santiago y la naturaleza que lo rodea, resulta, además de novedoso, consecuente con algunas ideas de su discurso. Hay, por lo menos, un intento de literatura con sentido nacional, que perspectiviza como antagónicos el mundo español y el criollo, y que busca representar algunos espacios característicos del país. Utiliza, por cierto, convenciones románticas de la literatura de la época, pero están enmarcadas en un argumento que obedece a su sensibilidad histórica, a la idea de que, terminada la Guerra de la Independencia, debía seguir «la guerra contra el poderoso espíritu que el sistema colonial inspiró en nuestra sociedad» 1. La poesía de la época es también de preferencia patriótica, conmemorativa, poesía cívica de trasfondo ilustrado y liberal.
Al considerar El mendigo como intento de poner en práctica la fundación de una literatura nacional, es preciso tener en cuenta que Lastarria escribe fuera de una tradición literaria viva y que su estética responde sobre todo a una vocación patriótica de filiación liberal, a un propósito fundacional, casi mesiánico, de conferirle identidad histórica al país. Con frecuencia, además, en países como Chile, en que la literatura nacional se gesta a la sombra de la cultura europea, los postulados estéticos se perfilan en una ideología literaria antes de lograrse plenamente en la producción artística. Recordemos también que la tradición literaria, especialmente en un primer momento, constituye una dinámica en que incluso los fracasos operan como fuerzas positivas. Desde este ángulo es posible establecer una relación literaria, y hasta biográfica, entre este primer Lastarria y las novelas de quien será el mejor exponente de la literatura chilena del siglo XIX: Alberto Blest Gana.
Desfase entre el ideal y la realidad
Hasta aquí nos hemos movido en el plano de las ideas, del deber ser, en el ámbito de un constructivismo utópico de cuño ilustrado. ¿Pero qué pasaba en la realidad con los libros y la lectura? ¿Con la educación? ¿Con la República de facto? Fuente importante son los testimonios de los viajeros, de personajes como John Miers, el botánico e ingeniero inglés que visitó Chile e Hispanoamérica entre 1818 y 1819, o de Alexander Caldcleuhg, que estuvo en el país en los mismos años que Miers, o de María Graham, la escritora y viajera británica que llegó a Valparaíso en 1822.
John Miers, refiriéndose al conocimiento y manejo del español en la sociedad chilena de la época, observa que «el idioma practicado usualmente entre los chilenos está lejos del límpido castellano». Luego de señalar que el idioma español es uno de los de mayor riqueza léxica y expresiva entre las lenguas modernas, Miers nos dice que «el de los chilenos», en cambio, «[…] es pobre y ramplón, agudizado por una intolerable pronunciación nasal y una carencia de vocabulario escasamente suficiente para expresar sus limitadas ideas». Agrega luego:
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