1 ...6 7 8 10 11 12 ...15 —Gracias por vuestros cumplidos mi señora. Los tendré en cuenta. Y yo de vos, no estaría tan seguro de que vuestro prometido satisfaga mis demandas.
Lady Aelis alzó el mentó con orgullo mirando a Hereward con cierta superioridad.
—Deliráis, sajón. Mi prometido lo hará y después os veré colgado de una soga como ha señalado Maurice.
—No lo veréis. Porque o bien paga y vos os marcháis con él. O bien no lo hace y vos seguís conmigo. En cualquiera de los dos supuestos no me veréis colgado de una soga. Y ahora os aconsejo que os agarréis con fuerza a las riendas si no queréis acabar en el suelo —le dijo azuzando a su caballo para que galopara más deprisa y lady Aelis acusara el brusco cambio de velocidad.
Ella se agitó bajo el brazo de él sintiendo como si el corazón se le subiera a la garganta. Le lanzó una última mirada de desdén y prefirió centrarse en el camino que restaba hasta llegar a su castillo.
Por detrás, Godwin cabalgaba al lado de lady Loana. Había cogido las riendas de la montura de ella para que no intentara escapar. Pero además, iba rodeada de caballeros sajones lo cual hacía harto complicado si quiera intentarlo.
—¿Por qué hace esto vuestro jefe? —se atrevió a preguntarle a Godwin, quien mantenía su vista la frente. Pero la volvió al escuchar la voz de la dama.
—¿Os referís a llevaros a Torquilstone?
—A secuestrarnos, me refería —Lady Loana se mostró indignada. Frunció el ceño y contempló al sajón enfurecida. Su tono dejó entrever que no estaba muy por la labor de mostrarse dócil, pensó Godwin—. Porque es lo que está haciendo. Cuando el prometido de mi señora lo sepa, no vacilará en acudir en nuestro rescate —le dijo frunciendo sus labios en un mohín de disgusto al tiempo que entrecerraba sus ojos mirando a Godwin con frialdad.
—Eso esperamos, mi señora —asintió Godwin de manera gentil inclinando su cabeza hacia lady Loana con respeto—. Pero decidme, ¿pagará vuestro rescate también, o solo el de vuestra señora? ¿O tal vez tengáis un prometido que pueda hacerlo? —Godwin se quedó mirando a lady Loana con una mezcla de diversión y extrañeza por pensar en ella como en una mujer atractiva o con dote para tener un prometido. Algo extraño por otra parte si acompañaba a su señora desde Normandía.
Lady Loana tenía el cabello oscuro, aunque Godwin no sabría precisar si se debía a que era noche cerrada. Sus ojos se asemejaban a un pozo sin fondo. Era de estatura media y sus curvas resaltaban bajo el vestido que lucía. Ahora, que ella le devolvía la mirada, Godwin pudo observar cierta sorpresa por lo que acababa de decirle. Esperó a que ella le rebatiera aquel comentario, pero en ese preciso instante las murallas y las altas torres de Torquilstone aparecieron frente a ellos. Godwin se quedó con las ganas de conocer la respuesta de Loana.
—Bienvenida a vuestro nuevo hogar, que espero que lo sea por un breve espacio de tiempo, mi señora —susurró Hereward en el oído de lady Aelis cuando esta menos lo esperaba.
Ella se agitó de nuevo entre los brazos de él cuando sintió la tibia caricia de su aliento sobre su rostro. No comprendía el motivo por el que reaccionaba así. ¿Tal vez se debiera a que estaba algo nerviosa y ofuscada con él?
—Yo también lo espero. ¿Qué haréis ahora? ¿Encerradme en una sucia, oscura y lóbrega mazmorra? —le preguntó con un aire de desdén. Era en un modo de defenderse de su estado de inferioridad ante él.
Hereward sonrió burlón sin decir nada más. Dirigió su caballo hacia la puerta del castillo, que se abría al mismo tiempo que se alzaba el rastrillo.
Aelis levantó la mirada hacia la fortaleza que se alzaba ante ella, con sus torres de vigilancia en una de las cuales ondeaba una bandera con un dragón rojo sobre fondo negro. Varios hombres acudieron a ellos cuando se detuvieron en el patio de armas.
—Llamad a Rowena para que las atienda —indicó Hereward dando órdenes antes de descender del caballo y tender los brazos hacia lady Aelis para que lo hiciera.
Ella se mostró reticente en un principio. No quería que las manos de él se posaran una vez más en su cuerpo, pero cuando quiso rechazarlo fue demasiado tarde. Él se había adelantado y en ese preciso instante volvía a rodearla por la cintura para bajarla del caballo como si de una pluma se tratara. Sin ningún esfuerzo, despacio, con parsimonia dejando que sus miradas no se apartaban la una de la otra en ese breve espacio de tiempo que duró ese gesto por parte de Hereward. Ambos permanecieron frente a frente, escrutando el rostro del otro como si buscaran algo. El corazón de lady Aelis brincó en su pecho acelerando sus latidos más y más deprisa hasta creer que le estallaría bajo la fija mirada del sajón. Pero lo que más le desconcertó fue su cínica sonrisa, que conseguía enervarle la sangre una vez más.
—Rowena —dijo Hereward cuando la joven muchacha de cabellos rubios y tez blanca se acercó hasta ellos—. Esta es mi hermana. Os ayudará a instalaros junto con vuestra dama de compañía.
Lady Aelis observó con detenimiento a la joven muchacha, quien le obsequió con una dulce sonrisa.
—Por cierto, creo que todavía no sé vuestro nombre.
—¿Qué importancia tiene para vos? A vos solo os interesa el dinero que podáis sacar de mi rescate —le dijo encarándose con él de una manera peligrosa. Lady Aelis sintió como su pulso se le aceleraba así como ese extraño ahogo en el pecho cada vez que se acercaba en demasía a él. Debía procurar no dejarse llevar por su rabia e ímpetu cuando él estaba cerca.
—Cierto, pero al menos sabré a quién dirigirme —Hereward se inclinó un poco sobre el rostro de ella, acrecentando el nerviosismo en lady Aelis.
Esta deslizó el nudo que acababa de formarse en su garganta y decidió que sería mejor responderle. De ese modo se apartaría y la dejaría en paz.
—Lady Aelis.
Hereward no se apartó un solo centímetro del rostro de ella.
—Lady Aelis, dejad que Rowena os conduzca a vuestros aposentos.
Iba a alejarse de él y a seguir a la muchacha sajona cuando una voz semejante a un trueno la retuvo. Se volvió sobre sus pasos para contemplar avanzar hacia ellos a un hombre de elevada estatura y gran envergadura.
—¡¿Qué significa todo esto?! —Eadric caminaba a grandes zancadas seguido por varios hombres hasta el lugar donde se encontraban.
Lady Aelis sintió miedo por primera vez desde que llegara allí. Lady Loana se acercó hasta ella cuando Godwin la dejó ir.
—¿Quiénes son? —preguntó mirando a las dos damas con gesto autoritario.
—Te lo explicaré después, padre —El pronunciar aquella palabra hizo que lady Aelis se sobresaltara y paseara su mirada por los rostros de ambos hombres buscando cierto parecido—. Tienen hambre, están cansadas y ha de cambiarse de ropas. Deja que Rowena las atienda. Que les proporcione alojamiento y aquello que precisen. Yo estaré encantado de contarte lo sucedido. Lady Aelis —dijo inclinándose ante ella con respeto.
¿Quién era aquella mujer? pensó Rowena al contemplar a su hermano mirarla con algo más que admiración. Su manera de inclinar la cabeza ante ella y esbozar una sonrisa. Y la mirada última que ella le dirigió a este, era una mezcla de rabia contenida pero también de sorpresa. ¿Qué estaba sucediendo? Lo único que Rowena podía vislumbrar por sus ropajes era que las dos mujeres no eran sajonas, sino normandas.
Lady Aelis no se movió del sitio mientras contemplaba como Hereward se alejaba en compañía de su padre. De igual manera, Lady Loana se había alejado y se dio cuenta de que caminaba sola en compañía de la muchacha sajona, Rowena, había creído escuchar que así se llamaba. De manera que Lady Loana se volvió hacia su señora con el ceño fruncido y la mirada reflejando su contrariedad porque se hubiera quedado allí.
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