—¿Disponéis de ciento cincuenta mil marcos de plata? Si tal es el caso entregádmelos y os podréis marchar con una escolta hasta vuestro destino —le aclaró él apoyado en la pared con los brazos sobre el pecho y su ceja arqueada. La miró con una mezcla de ironía y deseo por besarla. Tal vez fuera el hecho de estar cansado, alterado o preocupado por el devenir de la situación tras la charla con su padre y pensaba que un beso de ella lo tranquilizaría
—De sobra sabéis que no los poseo conmigo —le respondió enrabietada porque quisiera burlarse de ella. Lo miró con el deseo de golpearlo mientras cerraba sus manos en puños y los retenía contra sus costados—. Pero si los tuviera, con gusto os los daría para que nos dejaseis libres y de paso podáis liberar a vuestro querido rey Ricardo. Pero no temáis, mi prometido no tardará en abonarlos en cuanto sepa dónde me encuentro.
Hereward mudó la sonrisa. Por un instante pensó en la posibilidad de que tal situación no se produjera. ¿Cómo actuaría lady Aelis sin llegaba ese caso? Por ahora él no le comentaría nada acerca de esto. Dejaría que todo siguiera su curso hasta ver la reacción del prometido de ella.
—Es mejor que las dejemos a solas —comentó Rowena sacando a Hereward poco menos que arrastras de la habitación. Este no apartó su mirada de la de Aelis, quien enfurecida se volvió como una fiera enjaulada hacia la ventana presa de una agitación extrema en su interior. Y cuando escuchó que la puerta se cerraba se volvió hacia esta con el odio reflejado en su rostro.
—¡Maldito sajón! —murmuró crispada sin igual mientras era lady Loana la que acudía a su lado para tranquilizarla.
—Mi señora, calmaos.
—¿Cómo quieres que me calme? —le preguntó levantando la mirada hacia ella y en la que su dama de compañía pudo leer la desesperación de la que era presa su señora. El arrojo demostrado ante el sajón no eran si no el fruto de la desesperación y la impotencia por no poder decidir su propio destino. Siempre en manos de los hombres, normandos o sajones.
—Estoy segura de que todo se habrá solucionado mañana. Ahora sería mejor cambiarnos de ropa, comer algo y tratar de dormir un poco. Todo será distinto al alba, mi señora.
Aelis contempló a Loana entre las lágrimas que hasta ese momento no había derramado por orgullo. No quería que el sajón la viera llorar. Pero ahora, libre de su presencia y de su mirada, Aelis no tuvo reparos en hacerlo. Trató de calmarse y de sonreír tomando un vestido sencillo de color verde para probárselo. Debía olvidarse de todo por unas horas. Tal vez con el nuevo día viera la situación de otra manera, como le aseguraba lady Loana.
Rowena y Hereward regresaron al salón principal donde el fuego crepitaba con furia en la chimenea. No había rastro de su padre, ni de ningún hombre. Hereward se apoyó contra la repisa de piedra caldeada fingiendo interés por remover los leños a medio consumir. En su mente, la imagen de Aelis enrabietada por su situación y el deseo de él por besarla.
—¿Puedes contarme qué está pasando? ¿Por qué has secuestrado y traído a dos damas normandas a Torquilstone, Hereward? —Rowena se plantó delante de su hermano con las manos en las caderas, el ceño fruncido y una mirada que lo expresaba todo.
Hereward levantó la atención del fuego para contemplarla en aquella postura tan arrogante. Su hermana podía ser muy convincente cuando la situación lo requería, se dijo Hereward observando el reflejo de las llamas su piel más pálida y sus cabellos más luminosos. Se enfrentó a la mirada de ella por un segundo y después la esquivó.
—No lo sé —Hereward arrojó furioso el hierro candente con el que atizaba el fuego. Después, volvió a centrar su atención en su hermana, tal vez en busca de su respuesta.
—¿Cómo?
—Fue lo primero que se me ocurrió cuando dimos con la comitiva que las conducía al castillo de su prometido. Pensé que con ello lograría dinero para el rescate de Ricardo, y que le daría una lección a Brian de Monfort y al príncipe Juan.
—¿Por qué? ¿Porque se oponen a que Ricardo regrese al trono de Inglaterra? Es por eso, ¿verdad? Y después de hablar con nuestro padre no estás seguro del todo de que su prometido vaya a pagar el rescate —dedujo frunciendo los labios en una mueca de cinismo—. El rescate de un rey. Ella no lo vale y lo sabes.
—¡Claro que lo vale si en verdad su prometido tiene interés en recuperarla! —le espetó él arrojando el hierro con el que removía los leños. Hereward estaba cada vez más ofuscado por lo que estaba sucediendo.
—Pero no estás seguro de que vaya a hacerlo, ¿no es así? Es mucho dinero…
Hereward sacudió la cabeza.
—Apuesto a que el príncipe Juan se lo prohibirá porque es consciente de la finalidad de esa cantidad.
—¿Y tú qué harás con ella llegado el momento? ¿Piensas dejarla libre para que regrese a su hogar?
Hereward mantenía la mirada fija en el suelo. Con los brazos cruzados y el ceño fruncido en una postura de estar pensando en todo aquello. Se limitó a levantar la mirada hacia Rowena con una expresión de desconcierto.
—No creo que quiera regresar a esta. Su padre la desheredaría por haber renunciado a su matrimonio. Por no hablar de la vergüenza que padecería su familia.
—Entonces, si la dejas libre puede que ella sola vaya a las tierras de Brian de Monfort y te quedes sin rescate y sin dama. O cabría una tercera opción que sería retenerla contra su voluntad, aquí en Torquilstone. En cualquier caso todo esto no habrá servido para nada, Hereward.
Este sonrió con desgana pasándose la mano por el pelo.
—Supongo que… tendría que dejarla marchar.
—¿Así, sin más?
—No puedo retenerla contra su voluntad sin recibir nada a cambio.
—No sé qué diablos quieres decir con eso, pero prefiero no pensarlo —le rebatió Rowena cada vez más alterada y sorprendida por el comportamiento de su hermano.
—Puedo proporcionarle una pequeña escolta para conducirla dónde ella desee. ¿Qué quieres que haga si Brian de Monfort no paga su rescate? —Hereward miró a su hermana sin comprender hasta dónde quería ir a parar.
—Eso debiste pensarlo cuando decidiste traerla aquí, ¿no crees? Ahora ya no tiene arreglo. Esperemos por tu bien que logres el dinero por otros medios y que las damas normandas no se vean implicadas en todo esto.
—Ya es tarde como bien dices.
Rowena entrecerró los ojos lanzando una mirada de recelo a su hermano.
—¿Qué te ha dicho nuestro padre?
—¿De verdad quieres saberlo? —Había un toque burlón en la pregunta de Hereward. Cogió una jarra de vino y vertió una generosa cantidad en una copa. Luego, le ofreció a Rowena, quien lo rechazó.
—Supongo que no le ha hecho ninguna gracia.
—Cree que con mi acción he puesto en peligro Torquilstone —le dijo antes de llevarse la copa a los labios y beber un trago largo que lo tranquilizara.
—¿Teme una represalia del príncipe? —Rowena arqueó una ceja con suspicacia mientras temía que ello se produjera por la locura cometida por su hermano.
—Supongo. Pero si después de todo Brian de Monfort no viene por ella…
—En ese caso tienes razón, pero ten en cuenta que Juan no es tonto. Sospechará que lo has hecho para recaudar dinero para el rescate de su hermano. Yo no me preocuparía en demasía porque Brian de Monfort no reclame a su prometida.
Hereward sonrió.
—Sabes que valdrías para consejera real —le aseguró señalándola con un dedo.
—Ya, pero mi condición de mujer no me lo permitiría —le soltó irónica.
—Deberías ser tú quien dirigiera Torquilstone cuando nuestro padre falleciera.
Rowena sonrió divertida por esa apreciación. Sabía que su hermano hablaba en serio. No le hacía mucha gracia ser el señor del castillo. No cuando él prefería alistarse en cualquier ejército de Europa y pelear. Por ese motivo siguió a Ricardo a Tierra Santa. Su hermano no valía para ser el señor del castillo, sino el señor de la guerra.
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