Edith Stewart - El rescate de un rey

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El rescate de un rey: краткое содержание, описание и аннотация

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Inglaterra, siglo XII. La bella Lady Aelis ha sido prometida por su padre a Sir Brian de Monfort. Sin demora debe viajar a Inglaterra cuyo rey Ricardo se encuentra retenido en Alemania. Hereward, hijo del noble sajón Eadric, está más que dispuesto conseguir la cantidad de oro necesaria para pagar el rescate del rey Ricardo, retenido en Alemania. Espera sin duda, que el prometido de Lady Aelis aporte la gran parte de la suma, pera ello no dudará en secuestrar a la joven dama. ¿Qué ocurrirá cuando el barón se niegue a pagar el rescate de su prometida? ¿Y cuando Lady Aelis se se cuenta de que el sajón que la ha secuestrado no es como ella esperaba? Sumérgete de la mano de Edith Stewart en la lucha de sajones y normandos.
Una historia de amor que florece entre dos personas que poco o nada tienen en común.

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—En fin, pasaré a ver si tus huéspedes necesitan algo.

—Si quieres puedo encargarme yo.

—Oh no. Tranquilo. Bébete otra copa de vino antes de irte a dormir. Te vendrá bien.

—De verdad que…

—Ya he visto bastante por hoy —Rowena sonrió antes de volverse dejando a su hermano a solas junto al fuego del salón. ¿Qué había querido decir? ¿Qué había visto?

Hereward apuró la copa y en vez de quedarse sentado junto al fuego abandonó el salón y decidió darse una vuelta por las almenas de Torquilstone. Algunos hombres permanecían de guardia junto a las antorchas y los braseros para calentarse. Pese a que la rivalidad entre sajones y normandos parecía ir remitiendo, los últimos acontecimientos en torno al rey Ricardo y a su hermano Juan, habían vuelto a poner de manifiesto dicha rivalidad. Por eso, en Torquilstone los hombres montaban guardia día y noche por lo que pudiera suceder.

Caminaba envuelto en su capa intentando despejar su mente de pensamientos que le llevaran a error. La verdad era que tanto su padre como su hermana tenían razón cuando le habían preguntado lo que pensaba hacer con las damas, si Brian de Monfort se negaba a pagar el rescate. No había pensado en esa posibilidad porque desde el primer momento se había dejado llevar por su celo en favor de su rey. Pretendía libertar a Ricardo de Inglaterra a toda costa, sin importarle las consecuencias de sus actos. Pero ahora, apoyado sobre la almena y contemplando el cielo oscuro se preguntaba si había hecho lo correcto.

Athelstane vio a su amigo y señor Hereward solo en la almena y decidió acercarse a él. Había hecho la ronda para comprobar que todos los hombres estuvieran en sus puestos, y le había llamado la atención verlo a él.

—Hace una noche fría.

—Como las últimas semanas.

—¿Qué haces aquí arriba tú solo? Pensaba que te habrías retirado junto a compañía femenina —le dijo sonriendo de manera cínica, dándole un codazo en el costado.

—No. No tengo la cabeza para más cuestiones de mujeres —le aseguró sacudiendo esta.

—¿Es por todo este lío de las damas normandas por lo que estás así? —le preguntó mientras Hereward volvía su atención hacia su amigo sin saber qué quería decir—. No se habla de otra cosa en Torquilstone desde que llegaste. Los rumores y los cuchicheos circulan por cada rincón. Supongo que le estás dando vueltas ¿no? ¿Crees que Brian de Monfort tardará mucho en venir a por ellas?

Hereward se encogió de hombros.

—Depende de lo de este la eche de menos, ya me entiendes. Confío en que aparezca pronto. De ese modo todo será más rápido. Cuando lo vea, fijaré un precio por ellas y espero que el normando lo acepte y pague en la mayor brevedad posible. De ese modo podremos emplear el dinero en el rescate del rey, y ella quedará libre. Es una cuestión simple.

—Según tú, así lo parece. Salvo por un inconveniente del que seguro que ya te has dado cuenta.

—Si vas a contarme lo mismo que mi padre y mi hermana, ahórrate el sermón. Ya sé que si el normando no paga, estaré en un aprieto porque no sé qué diablos hacer con ellas —confesó Hereward apartándose de la almena y alejándose de Athelstane para no escucharlo.

—Entiendo.

—Ahora mismo estoy considerando todas las posibilidades que pueden darse llegado el caso. Pero prefiero seguir creyendo en la idea original: que Brian de Monfort pague el rescate de su prometida, y así no tendremos de qué preocuparnos —le dejó claro con un tono de enfado por lo que estaba sucediendo.

Todos venían a decirle lo mismo y él ya comenzaba a estar cansado. Hasta ahora nadie le había sugerido que se quedara con ella; salvo Rowena, pero no de una manera directa, sino asegurando que no podría retenerla contra la voluntad de ella. Esa posibilidad no la había si quiera contemplado porque no tenía la más mínima intención de alojar a dos normandas en Torquilstone. Estaría loco si aceptaba semejante propuesta como una posibilidad real.

—¿No ha intentando apuñalarte por la espalda?

Hereward miró a su amigo con un gesto de sorpresa por aquella cuestión.

—No. Me ha lanzado alguna que otra fría y cortante mirada. Algún gesto de altivez, ya me entiendes. Piensa que venir a Inglaterra le da derecho a mirarnos por encima del hombro. ¡Por muy normanda que sea y muy prometida de Brian de Monfort no voy a tolerarlo! —exclamó entre dientes mirando a su amigo como si él fuera el responsable de aquella situación. Pese a que en su interior no sentía esa necesidad. Recordaba la manera altiva y orgullosa con la que ella se había encarado con él momentos antes en la alcoba. Desafiante y preciosa a ojos de él. De haber estado a solas con ella, él no se habría andado con miramientos. La habría cogido y la habría…

—Dirás que no te ha apuñalado pero por tu manera de responderme… No me cabe la menor duda de que sabe cómo tratarte.

—Pues se equivoca. Estoy deseando que su prometido venga a por ella y se la lleve mañana mismo, si no puede ser ahora.

—Dime una cosa, ¿te comportas así porque es normanda o mujer? —Athelstane cruzó los brazos sobre su pecho y contempló a su amigo con un interés desmedido.

—¿Por qué? ¿Qué tienen que ver esas dos cualidades?

—Te lo pregunto porque es la primera vez que una mujer parece sacarte de tus casillas —ironizó Athelstane entre risas.

—¿Qué diablos estás insinuando? —Hereward entrecerró sus ojos escrutando el rostro de su amigo. Sí, ¿qué había querido decirle con aquella pregunta?

—He notado cómo la miras.

—¿Cómo?

—La deseas —le aseguró palmeando el hombro de Hereward mientras este ni se inmutaba—. Y no te lo discuto puesto que es una mujer bonita, pero ten en cuenta que no está destinada a ti. Está prometida, tú lo sabes.

Hereward contempló a Athelstane de la misma manera que si este acabara de insultarlo. Tal vez la deseara, no iba a negarlo. Pero tampoco iba a negar que sabía quién era y cuál era su inmediato destino. Regresar con su prometido.

—Conozco muy bien cuál es el final que le espera. Casarse con Brian de Monfort.

—Tú lo conoces, ¿verdad? A ese normando. Creo haberte escuchado hablar de él, y a más gente en Torquilstone.

Hereward no pareció escuchar la pregunta. Estaba absorto en sus pensamientos en torno a Aelis. No le importaba que se marchara con el normando porque de ese modo él se vería libre de sus responsabilidades. Y ni su padre ni su hermana podrían echárselo en cara.

—Dime, ¿conoces a su prometido?

—¿A Brian de Monfort? Sí. Coincidimos en Tierra Santa —le respondió Hereward con la mirada fija en el suelo y los recuerdos de aquellos días inundando su mente—. Es un guerrero. No le tiene miedo a nada ni a nadie. Estaba en el bando de los normandos que defendieron el estandarte de Felipe de Francia, como cabría esperar.

—Por ese motivo se ha aliado con Juan. Por la enemistad entre Ricardo y Felipe.

—Supongo. Y porque Juan paga bien a sus lacayos y a sus mercenarios. Ha sabido rodearse de la flor y nata de la aristocracia normanda.

—Tú estuviste con Ricardo y los sajones.

—Con los ingleses —matizó Hereward alzando un dedo—. Ricardo no quería distinciones entre sus filas. Ni sajones ni normandos, solo ingleses.

—Pero, Ricardo es normando. ¿Por qué esa distinción?

—Desde el primer momento ha querido zanjar las disputas entre ambos pueblos de una vez por todas, pese a que su padre ya lo consiguió.

—Si, pero siempre habrá recelos, envidias y diferencias entre ambos bandos. Los normandos no olvidan que ellos conquistaron nuestra tierra. Y nosotros, por nuestra parte, tampoco olvidamos al opresor.

—Los que le seguimos a Tierra Santa éramos ingleses, que combatíamos bajo la misma bandera. Debiste haberle seguido a luchar contra los sarracenos como hicimos Godwind y yo.

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