—¡Será por encima de mi cadáver! —protestó echando mano a la empuñadura de su espada. Pero en el momento en el que el filo de esta estuvo fuera de su vaina, la rápida intervención de Hereward extrayendo la suya, hizo que Maurice se viera desarmado al instante. En un rápido movimiento Hereward había golpeado al normando haciendo que su arma cayera sobre la tierra mojada.
—No me obliguéis a decirle a mis hombres que intervengan. Ambos sabemos que no tenéis nada que hacer puesto que estáis en inferioridad. De modo que las damas vendrán a Torquilstone —dijo con convicción de que así sería haciendo un gesto a Athelstane para que fuera a por ellas.
Cuando ambas mujeres vieron acercarse al sajón hacia ellas, las dos intentaron oponerse azuzando sus caballos para escapar al galope. Para sorpresa de los allí reunidos, lady Aelis fue más astuta o tal vez su yegua más veloz, ya que consiguió abrirse paso entre el grupo y emprender el galope sin sentido y sin rumbo fijo. Justo lo que había estado tramando durante los días de viaje que llevaba. Ante ella se presentaba la oportunidad.
—¡Godwin desarma a todos! No hagáis daño a la otra dama —gritó Hereward poniendo su caballo al galope tras lady Aelis.
Esta lanzó una rápida mirada por encima de su hombro para ver qué sucedía. Lamentaba no gozar de la compañía de su dama, pero no había tenido tiempo para explicarle su plan. Y al ver a todos confiados en que ella acataría las órdenes del sajón, había optado por jugársela. Lo veía galopar tras ella como si fuera el diablo en busca de un alma que escapaba para llevarla al infierno. Sabía que el caballo de él era más veloz ya que poco a poco le recortaba terreno, pero esto no impidió a lady Aelis seguir con su plan de fuga.
Hereward azuzó a su montura para lograr situarse al mismo nivel que la dama normanda. Esquivó varias ramas bajas y saltó un conjunto de piedras que parecían un obstáculo en el camino. Por un instante sonrió divertido ante aquella ocurrencia de la dama. Tenía valor, determinación y orgullo. Pero también era una inconsciente por someter a su yegua a semejante carrera sin que el animal estuviera acostumbrado a ello. Y cuando esta dio muestras de fatiga, Hereward se aproximó cuanto pudo para rodearla por la cintura y con un movimiento rápido sentarla delante él en su propio caballo ante las protestas de ella. Al verse sin la carga de su jinete, la yegua comenzó a aminorar su galope hasta trotar y por último detenerse.
Hereward comenzó a refrenar a su caballo hasta conseguir ponerlo al paso mientras con un brazo sujetaba a lady Aelis contra su pecho. La mujer se retorcía contra él intentando escapar.
—¡Soltadme! ¡Maldito sajón! —volvió el rostro para mirarlo y encontrarse con una sonrisa de satisfacción y diversión.
—Calmaos u os haréis daño.
—¡Prefiero hacérmelo antes que compartir el caballo con alguien tan rudo! —Lady Aelis entrecerró sus ojos lanzando una mirada fría a Hereward.
—Yo no soy tan escogido a la hora de tener compañía. Además, os quiero intacta para que vuestro prometido pague por vos —le aseguró bajando su mirada hacia ella y encontrarse con sus ojos que le devolvían una mirada fría llena de odio. Ella tenía el cabello despeinado, el rostro enrojecido y los labios entreabiertos por los que parecía respirar con dificultad. Hereward aflojó su abrazo para que ella estuviera más cómoda—. Si os sirve de algo os diré que no tengo ningún interés oculto en vos, excepto el rescate que pueda pagar vuestro futuro esposo.
Lady Aelis pareció calmarse por un momento cuando escuchó aquellas palabras por segunda ocasión.
—¿Para contribuir al del rey Ricardo? —ella acompañó su pregunta con un tono sutil y su ceja arqueada con suspicacia.
—Sí. Para el rescate del rey —asintió Hereward con suspicacia. ¿Estaba ella al tanto de lo que sucedía entre los sajones? ¿Conocía que estaban intentando reunir la cantidad fijada para liberarlo?
Sin darse cuenta habían llegado junto a la comitiva de Brian de Monfort. Todos los presentes los vieron llegar y como al parecer la dama normanda no ponía mucha resistencia. Venía subida sobre le propio caballo de Hereward y rodeaba por la cintura por el brazo de este para evitar que se cayera. Hereward había recibido las suaves caricias del pelo de ella, pese a estar algo húmedo por la lluvia; su aroma a jabón perfumado, o la firmeza de su cuerpo. ¡Una dama normanda! Por todos lo demonios, pensó Hereward centrado en aquellos detalles, que no había pasado por alto.
Lady Aelis trataba de contener la respiración en el trayecto de regreso a donde estaban ambas comitivas. El brazo del sajón la rodeaba para evitar que se cayera del caballo produciéndole la sensación de tener los nervios metidos en el estómago. Ella se limitó a achacarlo al cansancio y al hambre que sentía. Y cuando en alguna de las pocas ocasiones en la que las manos de él rozaron las suyas, ella se obligó a apartarla de las riendas para evitarlo. La proximidad del cuerpo de él la había obligado a mantenerse erguida sobre la silla en un intento por no rozarse, si quiera. Él controlaba al caballo con sus piernas sin que apenas tuviera que indicarle el camino. ¡Un sajón! ¡Montaba el caballo de un maldito sajón! ¡Alguien que iba a cambiarla por dinero como si ella fuera una simple mercancía o una baratija! No podía creer en que lo se estaba convirtiendo su viaje a Inglaterra. Primero, su padre la entregaba a un completo desconocido como si se tratara de una yegua para que este la desposara. ¡Para que engendrara un heredero! le había dicho. Y ahora un sajón, la secuestraba y pretendía cambiársela a su prometido por una cantidad de monedas. Pensarlo hizo que se enfureciera todavía más. Pero, ¿qué podía esperar de aquellos salvajes, que eran los sajones?
—¿Qué pensáis hacer? —Maurice se dirigió a Hereward con desdén a pesar de estar en derrotado y en inferioridad.
—Ya os lo he dicho. Llevarme a las dos mujeres hasta Torquilstone.
—¡Maldito perro sajón! —exclamó incorporándose en su caballo dispuesto a golpearlo. Pero el filo de la espada de Athelstane lo retuvo.
—Cuidad vuestro lenguaje. Hay damas delante —ironizó Hereward apretando un poco más su brazo en torno a la cintura de Aelis como si ella fuera de su propiedad.
Esta acusó aquel gesto. El estómago se le encogió y su pecho se alzó generoso. Aelis se enfureció todavía más, aunque consciente de que no conseguiría nada.
—No os saldréis con la vuestra. Mi señor…
—Eso esperamos todos. Que vuestro señor eche de menos tanto a su prometida que esté gustoso de pagar su rescate. De ese modo todo volverá a la normalidad. Estoy seguro que la dama en cuestión lo estará deseando tanto o más que yo. Creedme —profirió Hereward con cierta burla mirando a Aelis a los ojos.
—Lo hará. Os aseguro que lo hará antes de veros colgado de una soga.
—Para tales menesteres, lo esperamos en Torquilstone. Decidle que acuda a negociar los términos del rescate. Ah, y recordadle también que no intente tomar la fortaleza por la fuerza. Saldría mal parado. Y por último no hace falta que os advierta del riesgo que corréis si se os pasa por la cabeza seguidnos.
Hereward espoleó su caballo y tirando de sus riendas emprendió el camino hacia Torquilstone con lady Aelis sentada en su regazo. Le gustaba sentirla tan cerca de él. Ese ligero temblor que la sobrecogía en ocasiones, o esas miradas cargadas de reproche, de ira y frialdad con las que lo miraba. Una mujer valiente y decidida que no había vacilado ni un solo instante en tratar de ponerse a salvo.
—Mi prometido pagará la cantidad que le pidáis por mí —le espetó entrecerrando los ojos y apretando los dientes con ira. Pero lo que consiguió de Hereward fue una sonrisa cínica que la encendió todavía más—. Sois un salvaje incivilizado.
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