Maurice refrenó su caballo al ver que estaban completamente rodeados de sajones.
—¡Capitán! Proteged a las damas con vuestra propia vida. En especial a la prometida de nuestro señor —le ordenó con el semblante serio mientras buscaba la empuñadura de su espada como si temiera que no estuviera en su sitio.
—¿Teméis un combate? —El capitán se sorprendió al recibir aquellas órdenes.
—No me fío de estos mal nacidos de sajones. Muchos todavía no han aceptado su situación social. Debe tratarse de una partida de rebeldes. Por eso os digo que no me extrañaría que pretendieran atacarnos. Y más si saben que escoltamos a la prometida de un señor normando.
El capitán volvió grupas seguido de cuatros soldados, hacia la posición que ocupaban las dos damas y no se separó de estas mientras proseguían la marcha.
—¿Sucede algo, capitán? —Aelis pretendía parecer serena y entera pero un ligero temblor en su voz le hacía parecer lo contrario.
—Tomamos precauciones, mi señora. Nada más.
Ella no pareció complacida del todo con aquella vaga explicación. Temía que hubiera algo más, que no querían decirle para no alarmarla. Intercambió una rápida mirada con lady Loana cuyo gesto la delató. Permanecía con sus ojos abiertos como platos y retorcía las riendas en sus manos con nerviosismo indicando a lady Aelis una idea fehaciente de lo que pensaba. No hacía falta más. Lady Aelis trató de serenarse y pensar en que nada malo iba a sucederles después de todo. Que en realidad aquellos sajones no tenían nada que ver con ellas. Pero entonces, escuchó las voces de estos galopando a sus espaldas y acercándose hasta rodearlas. Se vieron en inferioridad en aquel claro mientras el agua parecía concederles una tregua en su manera de caer sobre sus cabezas.
Lady Aelis pensó que incluso la meteorología se había puesto de parte de aquel grupo de sajones, de entre los que destacaba uno, que parecía ser el jefe de ellos. Alto, de pelo negro y enmarañado por el agua, ojos oscuros que brillaban escrutando al grupo, un fino bigote y perilla. Llevaba un jubón de color rojo bajo una capa oscura. Su apariencia era la de un noble al que todos miraban esperando sus órdenes.
—¿Qué sucede? —le preguntó Maurice dirigiéndose a Hereward—. ¿Por qué nos habéis venido persiguiendo y ahora nos rodeáis? ¿Acaso tenéis idea de quienes somos?
—No hace falta que me deis más explicaciones. He visto vuestras enseñas —le dijo haciendo un gesto hacia estas—. ¿Dónde se encuentra vuestro señor?
—No tengo por qué responderos a esa pregunta —rebatió Maurice irguiéndose sobre la silla de montar de manera desafiante.
—En ese caso yo os lo diré puesto que hemos sido informados de primera mano. Recaudando dinero entre los sajones para el príncipe Juan con el pretexto de incluirlo en el rescate del rey Ricardo.
—En ese caso ya tenéis la respuesta…—Maurice entornó la mirada hacia el sajón esperando conocer su nombre.
—Hereward de Torquilstone.
—Vaya, mirad a quién tenemos aquí —exclamó Maurice con cierta sorna y sorpresa—. Desconocía que el vástago de un alto cargo de la nobleza sajona como es Eadric, se dedicara ahora a perseguir a nobles damas normandas por el bosque en mitad de la noche.
—Solo queríamos saber si vuestro señor se encontraba entre vosotros. No me interesan vuestras damas.
—Pues ya habéis visto que no lo está. Cualquier cosa que necesitéis tratar con él…
—El dinero recaudado para libertar al rey Ricardo —le informó con un tono directo y autoritario.
—No sé de qué dinero me habláis. Yo solo me encargó de conducir a su prometida y a su dama de compañía a su castillo.
Lady Aelis permanecía expectante antes aquella más que interesante conversación entre el hombre de confianza de su futuro esposo y aquel sajón. Sabía que Ricardo estaba preso en una cárcel de Alemania. Según había sabido ella por boca de su propio padre y de los nobles de Normandía. Y que al parecer todo se debía a cierta rencilla que Ricardo y Leopoldo de Austria tuvieron en el sitio de San Juan de Acre en Tierra Santa. También se rumoreaba que el príncipe Juan se había confabulado con el emperador alemán para mantener preso a Ricardo. Y mientras, en su ausencia era Juan quien regía el futuro de Inglaterra y de sus habitantes. Pero lo que más intrigaba a Aelis era lo que había escuchado decir al sajón. ¿Qué significaba que estaban reuniendo el rescate de Ricardo? ¿Y qué había querido decir el con que buscaba a su prometido para recoger el dinero recaudado? Aelis se irguió en su montura deseosa por escuchar un poco más de aquella conversación.
—Mi señor lo hará en persona al rey Juan.
—¿Rey Juan, decís? —se burló Hereward mostrándose orgulloso sobre su montura y paseando su mirada por sus hombres primero y por la comitiva normanda después. Un par de ojos claros llamaron su atención de manera poderosa por su brillo y su manera de contemplarlo. Su dueña parecía expresar una mezcla de temor y de expectación. ¿La prometida de Brian de Monfort?—. Juan no es más rey que vos o que yo mismo —le corrigió Hereward volviendo su atención a Maurice.
—Es el regente ante la ausencia de su hermano. Y por lo tanto…
—¿Regente? Walter de Longchamp fue nombrado regente por el propio Ricardo antes de partir hacia Tierra Santa. Juan no ostenta más que el título de señor de Irlanda concedido por su padre, Enrique II de Inglaterra. Le obsequió con este título toda vez que Ricardo sería su sucesor. Pero Juan supo esperar su oportunidad y cruzar desde Irlanda para granjearse la amistad de los normandos y de Waldemar de Fitzurse. De todos es sabido que Ricardo no quería que su hermano reinara en Inglaterra dada su extrema ambición. Por ese motivo nombró a Walter de Longchamp como regente.
—Todo eso no son más que palabrería que podéis discutir en la corte. Pero ahora si nos disculpáis y viendo que ha escampado, nos gustaría llegar al castillo de mi señor de Monfort cuanto antes. Estamos cansados del viaje y deseosos de quitarnos la carga de agua que llevamos encima. Necesitamos calentarnos con un buen fuego y comer algo.
Hereward sacudió la cabeza chasqueando la lengua.
—Podéis proseguir vuestro camino, a condición de que las damas se queden a nuestro cargo como garantía de que vuestro señor se presentará en Torquilstone para entregar la cantidad recaudada —le propuso esgrimiendo una sonrisa socarrona y buscando con su mirada a las dos damas que había en el grupo.
—No os atreveréis a ponerle un dedo encima a la prometida de mi señor —Maurice se irguió en la silla de manera desafiante lo cual captó todo la atención de Hereward.
—Bien, en ese caso, vuestro señor acudirá sin mayor dilación a entregar el dinero. De esa manera su prometida quedará en libertad.
Hereward volvió la mirada hacia las dos damas para ver cuál de las dos podía ser la prometida de Brian de Monfort. La dama que en ese momento permanecía con la boca abierta y una expresión de desconcierto en su rostro. Demasiado bonita para acabar en las manos de alguien como de Monfort, se dijo Hereward refrenando a su caballo.
Lady Aelis sintió un repentino escalofrío abriéndose paso por su espalda hasta morir en su nuca. Apretó con fuerza las riendas que crujieron bajo la piel de sus guantes. Lady Loana se mostró igual de aturdida ante aquella petición del sajón. Miró a su señora con temor a que pudiera raptarla y ultrajarla.
—No estáis en vuestros cabales si pretendéis cometer semejante disparate —Maurice mudó el color de su rostro al escuchar semejante proposición.
—¿Acaso os parece que estoy bromeando? Nosotros también estamos cansados y empapados por el agua. Necesitamos de un buen fuego que nos haga entrar en calor y comida para reponer las fuerzas. De manera que no demoremos más la situación.
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