—Señora, la muchacha os está esperando —le advirtió situándose al su lado.
Lady Aelis pareció estar perdida en sus pensamientos porque después de un momento, reaccionó y volvió su mirada hacia su dama de compañía.
—Sí, es mejor que marchemos. Quiero descansar, comer algo y… —Aelis cogió aire relajando sus hombros y sintiéndose abatida por un momento—. Olvidarme de todo lo que ha sucedido por esta noche. Aunque dudo que lo consiga.
—Veréis que todo esto queda en algo pasajero. En cuanto vuestro prometido descubra lo sucedido, vendrá a por vos sin ningún reparo.
Lady Aelis sonrió de manera tímida. Algo en su interior le decía que no sería tan rápido, ni tan sencillo que ella quedara en libertad. Tal vez recordar las palabras del sajón sobre que tal vez ello no sucediera. No, cuando había reyes de por medio. En estos casos el resto de vasallos, incluidos los miembros de la nobleza, pasaban a un segundo plano. Aelis decidió que sería mejor aceptar el alojamiento y la comida de aquel majestuoso castillo donde por lo poco que había visto no se privaban de nada, pese a ser sajones. Ella pensaba que estos eran más rudimentarios y más salvajes, pero a cada paso que daba en aquel lugar su concepción de estos parecía ir cambiando. Incluso la del tal Hereward, se dijo entrecerrando los ojos y pensando en este.
CAPÍTULO 3
Eadric permaneció de pie esperando que su hijo le explicara qué demonios había sucedido para que dos damas, de aspecto normando, hubieran llegado a Torquilstone.
—¿Vas a decirme de una vez qué está sucediendo? ¿Quiénes eran las dos mujeres? Porque sajonas no son. De eso estoy más que seguro cuando he visto sus caros y finos vestidos —declaró con extrema autoridad sirviéndose una copa de hidromiel y vaciando su contenido de un solo trago.
—No, no son sajonas, sino normandas como bien señalas —confirmó Hereward—. ¿Importa mucho su origen?
—Sí, si ponen Torquilstone en peligro.
Hereward cruzó los brazos sobre su pecho e inclinó la cabeza con gesto reflexivo.
—Confío en que esta situación se resuelva con la mayor rapidez posible para todos. Y sin que haya que recurrir a las armas —Hereward arqueó las cejas en señal de expectativa por lo que su padre pudiera decir.
—¿Qué has querido decir? ¿Quiénes son?
El viejo sajón apoyó las manos abiertas sobre la mesa contemplando a su hijo sin miramientos. Él era la máxima autoridad en aquella fortaleza y deseaba seguirlo siendo hasta el último día de su existencia. No quería ver Torquilstone bajo el mando de un normando.
—Esas mujeres son la prometida de Brian de Monfort y su dama de compañía, por lo que he podido deducir.
—¿Y qué pretendes conseguir trayéndolas aquí? Espero que por la mañana se hayan marchado. No quiero tratos con los normandos; y menos con De Monfort.
—Dinero para el rescate de Ricardo —le aseguró Hereward mirando a su padre con determinación.
El viejo sajón palideció al escucharlo. No podía cree que su hijo estuviera actuando de aquella manera tan irracional.
—¿Qué diablos estás diciendo? ¿Has osado secuestrar a la prometida de uno de los hombres más cercanos al príncipe Juan? —preguntó sin creer que así fuera. Pero ver a su hijo asentir sin vacilar provocó en el viejo sajón un ataque de ira que no vaciló en dejar salir—. ¿Eres consciente de lo que acabas de hacer? De Monfort se presentará a las puertas de Torquilstone, con cientos de caballeros, dispuesto a tomarlo si no se la entregas.
—No lo hará estando su prometida tras sus muros —le aseguró Hereward caminando hacia el generoso fuego que ardía en la chimenea del salón. Por un momento se había olvidado de que él también estaba calado hasta los huesos y que necesitaba entrar en calor.
—Te crees muy listo pero no lo eres. Con este acto provocarás la ira de Juan y la de los normandos.
—De Monfort está recaudando dinero y objetos de valor por orden de Juan. O más bien, robando.
—Sí, lo sé. Aseguran que es para reunir el rescate de su hermano Ricardo —le confesó el viejo sajón sacudiendo la mano en el aire restando importancia a este hecho.
—¿Y tú lo crees, padre? —Hereward siguió de pie frente al fuego con las manos extendidas pero giró el rostro hacia su progenitor para que este le asegurara que creía al príncipe Juan.
Eadric sacudió la cabeza.
—Claro que no. Pero eso no me da derecho a cometer la estupidez de raptar a su prometida.
—No he ido a raptarla sino que nos encontramos con la comitiva cuando regresábamos a Torquilstone, después de saber que De Monfort estaba saqueando las aldeas sajonas de los alrededores en busca de dinero u objetos valiosos para evitar que puedan contribuir al rescate del rey. ¿No lo ves padre?
Hereward se apartó del fuego y se acercó a su padre con el ceño fruncido y sus manos cerradas en puños por la rabia que sentía.
—Ya lo veo y sé que Juan no es tonto aunque lo parezca. Una vez más saquea al pueblo para evitar que este pueda contribuir al rescate de su hermano.
—Y para justificar estos actos los disfraza de contribución a una buena causa.
Eadric se sentó en silencio sin mirar a su hijo. Todo aquello era una completa locura. Tras unos segundos volvió a fijar su atención en él.
—¿Pretendes que De Monfort pague el rescate de su prometida? —Había un toque de burla en la pregunta de Eadric.
Hereward inspiró hondo antes de responder.
—No estoy seguro de que vaya a hacerlo.
—¿Cómo dices? —el viejo sajón apoyó sus manos sobre los reposabrazos y se inclinó hacia delante mirando a su vástago como si estuviera loco.
—Sabe que estaría contribuyendo con su dinero al del propio Ricardo.
—¿Entonces, por qué diablos lo has hecho si concebías esa posibilidad?
Eadric se levantó de su asiento como un resorte para encararse con su hijo, a quien ahora señalaba con el brazo extendido acusándolo de semejante disparate. Su voz había sonado como un trueno. Miraba a Hereward sin terminar de creer que hubiera sido tan inconsciente.
—La opción se presentó en el camino. Sin más. No pensé en las posibles consecuencias sino en pagarle a De Monfort con la misma moneda, con la que paga él a los sajones.
—Entonces, ¿se trata de una venganza? —Eadric arqueó una ceja con suspicacia.
—No es tal, sino más bien demostrarle que los sajones también sabemos defendernos sin emplear la espada. Está recaudando dinero con el pretexto de pagar el rescate de Ricardo, ya te lo he dicho —Hereward parecía alterado en su intento por hacerle ver a su padre cuál era la situación.
—Juan se lo impedirá; lo del rescate. Le dirá que la repudie en cuanto sepa que está aquí. Que no será una dama de fiar y que es mejor dejarla a un lado. Si esa situación llega a producirse, ¿qué vas a hacer con las dos normandas? —Eadric arqueó una ceja con suspicacia ante el panorama que podía presentársela a su hijo—. Porque si tengo algo claro es que De Monfort no pagará. Obedecerá a Juan para no perder su posición en la corte. Tal vez venga con sus caballeros e intente llevársela por la fuerza. En ese caso, deberemos estar preparados.
Hereward apretó los labios con gesto de preocupación. Pero no porque Torquilstone pudiera sufrir un asedio, si no por la suerte que pudiera correr lady Aelis y su dama de compañía. ¿Qué haría si De Monfort no pagaba el rescate, como le había sugerido su padre? ¿Lo había llegado a considerar?
—Sí, en ese caso deberemos estar preparados.
—¿Dónde se encuentran las dos normandas en este momento?
—Las dejé al cargo de Rowena para que las instalara, ya lo has visto antes en el patio. No quiero que se lleven una mal imagen de los sajones ni de su hospitalidad —le informó mientras el viejo sajón asentía convencido de que había hecho bien—. Iré a hablar con ella a ver qué tal ha ido.
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