Edith Stewart - El rescate de un rey

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El rescate de un rey: краткое содержание, описание и аннотация

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Inglaterra, siglo XII. La bella Lady Aelis ha sido prometida por su padre a Sir Brian de Monfort. Sin demora debe viajar a Inglaterra cuyo rey Ricardo se encuentra retenido en Alemania. Hereward, hijo del noble sajón Eadric, está más que dispuesto conseguir la cantidad de oro necesaria para pagar el rescate del rey Ricardo, retenido en Alemania. Espera sin duda, que el prometido de Lady Aelis aporte la gran parte de la suma, pera ello no dudará en secuestrar a la joven dama. ¿Qué ocurrirá cuando el barón se niegue a pagar el rescate de su prometida? ¿Y cuando Lady Aelis se se cuenta de que el sajón que la ha secuestrado no es como ella esperaba? Sumérgete de la mano de Edith Stewart en la lucha de sajones y normandos.
Una historia de amor que florece entre dos personas que poco o nada tienen en común.

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—Alguien debía quedarse en Torquilstone —se excusó Athelstane. Godwin y él lo echaron a suertes para ver quién acompañaba a Hereward hasta Jerusalén—. Según hablas del prometido de lady Aelis no parece que esté dispuesto a pagar. Si es un guerrero…

Hereward suspiró.

—Ya lo veremos. Que sea un guerrero no lo hace invencible —le aseguró sonriendo al recordar las justas que se hacían en honor de los reyes en San Juan de Acre, y como los caballeros de Ricardo, habían logrado imponerse a los de Felipe de Francia, entre los que se encontraba Brian de Monfort—. Es mejor retirarnos. Mañana promete ser un día largo.

—¿Crees que Brian de Monfort dará señales de vida mañana mismo?

—Debemos esperarlo en cualquier momento. Y además, es lo mejor para todos.

Hereward se dirigió hacia su habitación, pero no pudo evitar pasar por delante de la puerta de la que ocupaban Aelis y Loana. Se quedó de pie frente a esta con el deseo de tocar y ver si necesitaban algo. Si todo era de su agrado. Que fueran sus rehenes no significaba que fuera a matarlas de hambre o a torturarlas en las mazmorras. No era un hombre sin corazón ni piedad, aunque ella lo pudiera ver como tal. Quería que su estancia en Torquilstone fuera de su agrado hasta que hubieran de marcharse. Pensar en su futura partida hizo que Hereward golpeara de manera inconsciente la pared con su puño. ¿Por qué? Sacudió la cabeza y tras lanzar una última mirada a la puerta decidió alejarse de allí, no fuera a ser que alguien lo viera; o bien que alguna de las damas normandas abriera la puerta y lo encontrara allí. Aunque esto último le parecía más bien poco probable. Apostaba a que ambas damas permanecerían en su alcoba hasta que alguien fuera a buscarlas para conducirlas junto al normando. Pero no había terminado de pensarlo cuando los goznes chirriaron.

Una figura menuda con una vela en la mano apareció en el umbral. Al ver a Hereward se sobresaltó hasta el punto de dejar caer la vela al suelo. Esta rodó hasta el mismo pie de este, quien se agachó para recogerla y entregársela pero antes la prendió en una de las antorchas del pasillo. Cuando Hereward la acercó y la tenue luz iluminó el rostro de ella, Hereward creyó estar soñando. Le pareció que aquella mujer no era si no una aparición. Alguna especie de espíritu que habitaba en el castillo y que lo contemplaba con los ojos abiertos como platos y boqueando como un pez fuera del agua.

Aelis ahogó el chillido de espanto o de sorpresa que la aparición de él le había provocado. Su corazón latía de manera frenética en el interior de su pecho. Y no encontraba el aliento ni las fuerzas necesarias para decirle lo que pensaba de él y de su aparición.

—Disculpadme si os he asustado, mi señora —se apresuró a expresar Hereward con calma y contemplándola como si esta fuera una completa desconocida para él.

—¿Qué… qué hacéis aquí? ¿Habéis llamado a la puerta?

Hereward no supo qué decirle puesto que seguía ensimismado con su aparición. Su mirada brillaba con una mezcla de ira, de espanto y de emoción. Sus labios entre abiertos eran toda una tentación. Se había recogido el pelo en una trenza que ahora caía sobre su hombro, y que le permitía contemplarla en toda su naturalidad. Sin joyas, ni adornos de ninguna clases. Era ella . Hereward se sobresaltó y bajó su mirada hacia aquel cuerpo de exquisitas formas, que se dejaban entrever bajo la tela de camisón. Hubo de hacer un esfuerzo titánico para no raptarla una segunda vez y llevarla a su propia alcoba. Deslizó el nudo que le impedía hablar. Sintió la boca seca. En verdad que aquella mujer era deseable, pero era una normanda. Y aunque él concibiera la posibilidad de retenerla en el castillo, ella nunca vería en él a nadie más salvo a un salvaje. A un sajón.

—Os pido disculpas, mi señora. Pasaba por delante de vuestra habitación camino de la mía cuando tropecé y hube de sujetarme contra la puerta. Siento haberos asustado —le explicó empleando una mentira tal vez poco convincente.

Aelis le lanzó una mirada de pies a cabeza en la que no escatimó ni un ápice de desdén. Entrecerró los ojos y escrutó su semblante. Aquel maldito sajón le seguía pareciendo atractivo. Tal vez fuera su lado indómito o primitivo lo que le provocaba a ella ese pensamiento. Se decía que no podía andar pensando eso de otros hombres. Y menos de un sajón como el que tenía delante. ¡Su captor!

—En ese caso tened cuidado en no volver a tropezar. Podríais abriros la cabeza de un golpe —le advirtió con una mueca cargada de ironía, adornada de una sonrisa. Sintió una ola de calor en sus mejillas cuando sintió la mirada de él en su cuerpo. Aelis había olvidado que tan solo iba cubierta con un fino camisón y que la luz de la vela dejaba entrever sus formas bajo este. Por ese motivo dio un paso atrás rápido cerrando la puerta con virulencia. Se volvió apoyada contra la espalda y cerró los ojos por unos segundos en los que trató de recomponerse de aquel mal trago pasado. El sajón la había visto poco menos que desnuda ante la puerta de su habitación. Pareciera que lo estuviera invitando a pasar como si fuera una meretriz.

—¿Qué sucede Aelis? —La voz de Loana la sacó de su ensimismamiento. Había perdido la noción del tiempo por un momento. Y tal vez el sentido común al pensar en el sajón como un hombre atractivo. Abrió los ojos y miró hacia su dama de compañía mientras caminaba con la vela en la mano, que depositó en la repisa de la chimenea.

—Pensé que habían llamado a la puerta y salí a ver quién era —le comentó sin darle importancia. Llevaba despierta un rato siendo incapaz de conciliar el sueño y justo cuando parecía irse quedando dormida, aquel golpe en la puerta, ¿o tal vez había sido en la pared? ¿Por qué se aventuró a salir de su alcoba en mitad de la noche?

—Pero… ¿cómo has podido hacerlo? ¿Y si fueran una banda de sajones dispuestos a entrar en la habitación para violarnos? —Loana se había incorporado en la cama sujetando la sábana para cubrirse ante la atenta mirada de su señora.

—No lo eran. De manera que quédate tranquila.

—Entonces, ¿con quién hablabas? —Loana entornó la mirada cargada de curiosidad por averiguar qué había sucedido en el pasillo.

Aelis inspiró. Pensó no contarle nada a Loana para que no sacara conclusiones erróneas. Pero finalmente optó por hacerlo.

—Era ese sajón que nos ha traído aquí —le refirió con cierto desprecio, mirando hacia el otro lado.

—¿Hereward? —Loana se quedó con la boca abierta debido a la impresión que le causó saberlo.

—El mismo.

—¿Y… qué quería? —Loana entornaba la mirada con preocupación aferrándose con fuerza al borde de la sábana.

—Nada. Se había tropezado y en su caída había golpeado la puerta.

Loana se quedó callada meditando aquella explicación que no le parecía muy creíble. Pero ante la cual no dijo nada más para no importunar a su señora. Era mejor dejarlo estar. Ya había observado las miradas que Hereward lanzaba a su señora. A ella no le engañaría. Sabía cuál podía ser su interés en su dama. Pero por fortuna, Brian de Monfort aparecería de un momento a otro y sus inquietudes cesarían.

Aelis recordó la manera en la que el sajón la había contemplado cuando le entregó la vela. Había sorpresa, inquietud, admiración y un toque de calidez en su mirada, que sacudieron el interior de ella. ¿Podría un hombre como él sentir y expresar al mismo tiempo todas esas cualidades? ¡Era un sajón! ¡Un bárbaro incivilizado! O esa era la idea que ella tenía de estos cuando viajó a Inglaterra. Esa era la idea que había preconcebido escuchando a los nobles hablar de los sajones. Pero, ¿y si no era cierto? Por lo poco que había visto, vivían igual que ella en Francia. Sus modales eran parecidos. Atentos y caballerosos por parte de todas las personas con las que había tratado. Y él, pese a haberla secuestrado y llevado a su fortaleza, no la había tratado mal. La habitación era amplia y acogedora. Le habían proporcionado ropas y comida para que se recuperaran del viaje. Tal vez después de todo, el sajón no fuera el salvaje que ella esperaba que fuera desde la primera vez que lo vio esa noche.

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