El rescate de un rey
Edith Stewart
Primera edición en ebook: junio 2019
Título Original: El rescate de un rey
©Edith Stewart, 2019
©Editorial Romantic Ediciones, 2019
www.romantic-ediciones.com
Diseño de portada: ©Olalla Pons
ISBN: 978-84-17474-46-1
Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los titulares del copyright , en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.
CAPÍTULO 1
Bolougne sur le mer, Francia
Lady Aelis seguía nerviosa e indignada por la noticia recibida por parte de su padre hacía una semana. Su vida iba a experimentar un repentino cambio tan inesperado como cruel, a sus ojos. Su padre la enviaba a Inglaterra para contraer matrimonio con un noble y poderoso señor normando de la corte del príncipe Juan. El caballero había solicitado su mano a su regreso de Tierra Santa, donde había obtenido grandes riquezas y alabanzas. A esto debía añadirse que, Sir Brian de Monfort era uno de los paladines de Juan en Inglaterra. Pero a Aelis todo ello le parecía carente de importancia. Un acto tan precipitado como incongruente ya que ni si quiera se habían visto. Luego que decir de haberse conocido y conversado para conocerse. Pero su padre había aceptado tal proposición a cambio de una buena posición en la corte para su hija. De igual modo este matrimonio paliaría la situación económica de la familia.
Estar casado con él suponía estar cerca del trono, lo cual enorgullecía al padre de Aelis; no así tanto a su madre, pero esta a penas si tenía poder de decisión. Ella, al igual que ahora su hija, fue entregada por su propio padre para contraer matrimonio y engendrar hijos. Llegaba el turno de su propia hija. Ella sería la encargada de perpetuar el linaje de la casa de Monfort.
Aelis sabía que como hija mayor, su padre debía buscarle un esposo que la mantuviera, pero ¿era lógico que ni si quiera este la hubiera cortejado? ¿Que ni si quiera la hubiera ido a visitar, o a charlar con ella? Y por encima de todo estaba el hecho de tenerse que trasladar a vivir a Inglaterra. ¿No había ningún caballero en toda Normandía dispuesto a pedir su mano? se preguntó en el preciso instante que conoció la noticia.
Aelis paseaba inquieta por su estancia. Se frotaba y retorcía las manos fruto de los nervios que le provocaba su inminente partida, cuando la puerta de su alcoba se abrió captando toda su atención. Su padre penetró en esta sin que ella se moviera de su sitio junto a la ventana. Por un instante las miradas de padre e hija se cruzaron expresando diferentes emociones. Mientras la mirada de lady Aelis era de indignación contra su progenitor; la de este reflejaba la autoridad que se le presuponía como cabeza de familia. Sabía que su hija tenía carácter; que había salido a él y que era obstinada y rebelde. Lástima que no fuera un varón, se repetía en esas ocasiones en las que su genio y su fuerza afloraban. Pero en esta situación, el carácter de su hija no le valdría de nada. Tenía que acatar su voluntad. Y esta era casarse con Brian de Monfort.
—Venía a comunicarte que dentro de unas horas partirás hacia el puerto de Le Havre para embarcar rumbo a Inglaterra. Confío en que tengas todo dispuesto.
—¿Por qué? —Lady Aelis no pudo evitar hacerle la pregunta mientras sostenía la mirada de su padre, y cerraba sus manos en puños apretándolos contra sus costados.
—No entiendo a qué te refieres. ¿Tal vez a qué es pronto para marcharte?
—¿Por qué he de casarme con un hombre que no conozco?
—Ah, es eso otra vez —murmuró el caballero con resignación—. Ya hemos hablado de ello. Brian de Monfort ha solicitado tu mano. Y yo he visto con buenos ojos dicho enlace. Como primogénita de esta casa, debes ser la primera en contraer matrimonio. Y esta proposición llega en un inmejorable momento ahora que la situación en Inglaterra está más calmada con los sajones.
—¿Pero, por qué he de marchar a Inglaterra? Una tierra extranjera, lejos de casa y… llena de sajones —le rebatió mostrando cierto recelo e incluso desprecio a estos.
—Brian de Monfort es un allegado al rey Juan y para esta humilde casa es todo un honor que se haya fijado en ti. Un guerrero de renombre tras su regreso de Jerusalén. Y en cuanto a tu recelo por los sajones, ya te he dicho que las luchas entre ambos pueblos han cesado. Hay un clima de tranquilidad en toda Inglaterra. Y por otra parte no has de preocuparte por estos ya que tú no vas a relacionarte con ellos en ningún momento porque pasarás tu tiempo en la corte de Juan. Solo hallarás a los normandos.
—Seguro —asintió lady Aelis con un toque irónico en su voz y poniendo los ojos blanco—. El honor es para ti, padre pero no para mí porque no siento necesidad de contraer matrimonio con alguien que…
—Ha sido un referente en el sitio de San Juan de Acre. Uno de los caballeros normandos más distinguidos en la cruzada, hija —su padre se esforzaba por hacerle comprender el significado de aquel enlace. La prosperidad y el renombre que traería a su casa ahora que estaban atravesando momentos difíciles. Pero esto se lo ocultaría a su hija para no alarmarla. Su unión con el noble normando daría estabilidad.
—Por mí podía haberse quedado en Tierra Santa combatiendo a los sarracenos —murmuró indignada con todo aquello.
—He dado mi palabra a Brian de Monfort de que en una semana, más o menos, estarías en sus dominios en Inglaterra. No hay más que hablar —terció su padre con voz potente y gesto sombrío—. A lo mejor, deberías haber sido más receptiva a las atenciones que algunos nobles locales interesados en ti.
—¿Receptiva? ¿Qué queríais que hiciera? ¿Pedirle yo su mano?
—La verdad, no entiendo por qué ningún noble local lo ha hecho. Tal vez se deba a tu carácter. De haberlo controlado un poco no tendrías que haber llegado a esta situación. Partirás en cuanto todo tu equipaje esté dispuesto.
—¡No seré dichosa con ese hombre, padre!
—¿Qué importancia tiene tu felicidad mientras engendres un heredero y traigas el bienestar a esta casa? —le preguntó su padre volviéndose hacia su hija sujetando el pomo de la puerta y mirándola desconcertado por aquellas palabras.
Lady Aelis apretó sus puños y maldijo en voz baja su destino. ¿Qué hubiera elegido un pretendiente entre los jóvenes nobles normandos que restaban en la ciudad, como le había dicho su padre? ¿Desde cuándo su carácter era un obstáculo? Lo cierto era que ni quiera podría crearse un pretendiente decente con la poca validez de cada uno de ellos, se dijo en un intento por calmarse.
Enfurecida con su inminente destino, se volvió hacia la ventana de su habitación por la que contempló a varios sirvientes preparando su partida. Sintió un escalofrío al comprender que no había otra solución y que en breve se alejaría de su casa.
La puerta de su habitación volvió a abrirse haciendo que Aelis se pusiera en guardia ante su padre. Se disponía a enfrentarse a este de nuevo, cuando contempló el níveo rostro de su madre, enmarcado en su cascada de rizos color del cobre, como los suyos. Su mirada reflejaba el mismo sentimiento que tenía ella en su interior; una mezcla de desilusión y tristeza. Su madre caminó hacia ella con paso dubitativo, al tiempo que apretaba los labios y fruncía el ceño fruto de la tensión del momento. Entornó la mirada hacia su hija e intentó sonreír.
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