Edith Stewart - El rescate de un rey

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Inglaterra, siglo XII. La bella Lady Aelis ha sido prometida por su padre a Sir Brian de Monfort. Sin demora debe viajar a Inglaterra cuyo rey Ricardo se encuentra retenido en Alemania. Hereward, hijo del noble sajón Eadric, está más que dispuesto conseguir la cantidad de oro necesaria para pagar el rescate del rey Ricardo, retenido en Alemania. Espera sin duda, que el prometido de Lady Aelis aporte la gran parte de la suma, pera ello no dudará en secuestrar a la joven dama. ¿Qué ocurrirá cuando el barón se niegue a pagar el rescate de su prometida? ¿Y cuando Lady Aelis se se cuenta de que el sajón que la ha secuestrado no es como ella esperaba? Sumérgete de la mano de Edith Stewart en la lucha de sajones y normandos.
Una historia de amor que florece entre dos personas que poco o nada tienen en común.

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—¿Qué noticias hay de Ricardo?

—Nada halagüeñas mi señor Eadric. El rey se encuentra preso del emperador alemán Enrique IV —profirió con serenidad mirando de manera fija a Eadric, quien emitió una sonrisa ahogada que dejó paso a un gruñido de desaprobación. Volvió a sentarse sacudiendo la cabeza sin decir ni una sola palabra.

—¿Estáis seguro de vuestras palabras?

Un hombre joven de pelo oscuro, ojos claros con un fino bigote y perilla se adelantó. Vestía un jubón de color rojo, unas calzas grises y botas de piel. En un acto instintivo cerró su mano en torno a la empuñadura de un espadín que pendía de su cinturón.

—Tan cierto cómo os estoy viendo, mi señor Hereward —le aseguró el hombre asintiendo sin remisión.

—Pero, ¿cómo habéis llegado a obtener dicha información?

—Por un viajero que ha llegado a Sheffield desde la propia región alemana. Asegura que allí no se habla de otra cosa que del ilustre prisionero que el emperador tiene encerrado en la prisión de Durstein. Leopoldo de Austria se lo entregó a cambio de una considerable suma.

—No me extraña nada —intervino Eadric llamando la atención de los presentes—. Leopoldo se la tenía jurada a Ricardo desde que este lo humilló en Acre delante de todos, cuando mandó colocar su estandarte por delante del de los demás monarcas europeos. Leopoldo fue uno de los agraviados, junto con Felipe de Francia.

—El emperador exige ciento cincuenta mil marcos de plata a cambio de su libertad.

—¡Ciento cincuenta mil marcos de plata! —exclamó Edric—. ¡No hay ese dinero en toda Inglaterra!

—Tiene que haberlo, padre —profirió Hereward apoyando las manos en la mesa y mirando a su progenitor como si lo desafiara.

—Ni si quiera lo hay para pagar los desmanes de Juan y sus caballeros normandos. ¿Cómo va a haberlo para rescatar a un rey?

Eadric se reclinó en su asiento con las manos cruzadas sobre su estómago y miró a su hijo esperando su reacción.

—¿Habláis del príncipe Juan como si fuera un traidor a su hermano?

Eadric sonrió.

—¿Crees que Juan va a mover un solo dedo por liberarlo cuando desde siempre ha ansiado el trono de su hermano? ¿Quién se beneficia de su situación? Piénsalo por un momento, hijo. Enrique, el padre de ambos le dejó todo a Ricardo. Y como contrapartida nombró a Juan señor de Irlanda —le resumió con una sonrisa sarcástica moviendo su cabeza en clara negación—. Juan ha aprovechado la ausencia de su hermano en la Cruzada para regresar a Inglaterra y sentarse en el trono con la ayuda de la nobleza normanda. De ese modo esta recupera ciertos privilegios abolidos por el propio Ricardo.

—De ser cierto lo que decís —comentó fijando la mirada en el mensajero—. Tendríamos que conseguir el dinero entre la propia nobleza sajona. Padre, tú los conoces. Podrías hablar con ellos para comenzar a reunir el rescate.

—Ya te he dicho que no queda un solo marco de plata entre los sajones. ¿Ya has olvidado que fue Ricardo quien saqueó a su propio pueblo para costearse su Cruzada? Vendió a Escocia los castillos que todavía estaban bajo poder inglés. Saqueó los monasterios aludiendo que era en beneficio de la Iglesia; que era una contribución para liberar los santos lugares de Jerusalén. No, hijo, no pienses que los sajones tienen esa cantidad. Y aunque la tuvieran, dudo que la entregaran para libertar a un rey que les dio la espalda.

—No podéis estar hablando en serio —le aseguró Hereward mirando a su padre con cierta decepción—. El rey debe regresar al lugar que le corresponde, esto es, el trono de Inglaterra.

—Tú y tu romántica idea de la lealtad hacia Ricardo. Te fuiste a Tierra Santa siguiéndolo sabiendo que era una empresa inútil. Y ahora después de haber terminado la Cruzada y haber regresado, sigues defendiéndolo. Ricardo es un normando, ¿lo has olvidado acaso? —le recordó Eadric arqueando su ceja con suspicacia.

—No, no lo he olvidado. Y en cuanto a la Cruzada, no creo que liberar los lugares santos de los hombres de Saladino haya sido un fracaso. Por lo que concierne a la persona de Ricardo, no creo que sea peor que Juan.

—Ya te he contado lo que hizo a su pueblo. Y ahora mira la manera que tienen el resto de monarcas de devolverle su despotismo.

—Ninguno de los otros monarcas tuvo la determinación que Ricardo en Tierra Santa.

—Tal vez, pero eso ahora no nos incumbe. Si piensas seguir adelante con esta romántica idea tuya, será mejor que vayas pensando de dónde piensas sacar el dinero.

Hereward frunció el ceño y convirtió sus labios en una delgada línea que denotaba su preocupación. Miró de soslayo a los otros dos nobles sajones, pero ambos sacudieron la cabeza.

—Tal vez la comunidad judía pueda prestarnos dicha cantidad.

—Ja, los judíos. Olvidas que Ricardo casi los deja sin patrimonio. No hijo mío. El rescate de Ricardo tendrás que buscarlo en otro lugar, aunque no te discuto que intentes hacerlo entre los nobles sajones cercanos a Ricardo. Pero ten en cuenta a Juan y sus normandos. Si Juan llega a enterarse de que estás reuniendo el rescate de su hermano, no vacilará en acusarte de traidor y ponerte bajo el hacha del verdugo.

—Entonces el príncipe Juan es más traidor que yo —bramó Hereward mirando a todos los allí presentes.

—¿Y piensas decírselo? Se prudente hijo mío. No te dejes llevar por el celo hacia Ricardo. Solo te advierto de cómo está la situación en este país para que no te lleves una decepción.

—¿Y qué sugieres que hagamos? ¿Cruzarnos de brazos y dejar que Ricardo se pudra en una prisión extranjera mientras el usurpador de su hermano se sienta en el trono de Inglaterra? ¿Que los sajones sigamos pagando los desmanes de Juan y de sus fieles caballeros normandos?

—Tal vez lo tenga merecido por haberse marchado —apuntó Eadric con total normalidad, sin inmutarse lo más mínimo en la reacción de su propio hijo—. Escúchame antes de que digas algo. Si vas a buscar el dinero para el rescate, deberás ser juicioso. Hay muchos espías normandos entre los sajones, a eso me refiero. Yo por mi parte hablaré con algunos miembros de la nobleza sajona para que puedan aportar algo. No será gran cosa, ya te aviso dada la situación que estamos atravesando. ¿Qué harás tú? —preguntó Eadric deseoso de saber qué tramaba su propio hijo.

—Partir hacia York para hablar con la comunidad judía. Saber hasta dónde están dispuestos a llegar en el rescate. Pediré a Godwin y Athelstane que me acompañen.

—Tened cuidado de no toparos con normandos. Hay patrullas por los alrededores de York porque son conscientes de que si alguien puede aportar dinero son ellos: los judíos. Y ten también en cuenta que a estas alturas, el príncipe Juan intuirá que los sajones trataremos de reunir el dinero del rescate de Ricardo. No es tonto.

—Lo sé. Partiré cuanto antes. El rescate del Ricardo debe comenzar a reunirse desde hoy mismo.

Hereward abandonó la estancia de su padre en busca de los dos hombres aludidos a quienes encontró a ambos ejercitándose con las armas en el patio. Se detuvieron en cuanto vieron a Hereward acercarse a ellos.

—Hereward, ¿a qué tanta prisa? —preguntó Godwin, el más alto de los dos.

—Partimos a York.

—¿A York? —preguntó Athelstane arrojando la espada sobre la tierra y entornando su mirada hacia Hereward con gesto de preocupación.

—Hemos sabido que Ricardo está preso en Alemania.

—¡¿El rey?! ¡¿Preso en Alemania?! —exclamó Godwin fuera de sí.

—¿De qué estás hablando? Ricardo viene camino de Tierra Santa. Es cuestión de días o tal vez semanas que se presente aquí en Inglaterra —le recordó Athelstane repitiendo las noticias que circulaban entre los sajones.

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