El gesto de esta le mostró a su señora, que no era de buen recibo decir esas cosas ante el hombre confianza de Brian de Monfort. Pero a la joven normanda no pareció molestarle. Ni tampoco al hombre que permanecía delante de ella a la espera de iniciar el viaje.
—Si sois tan amables de subir a los caballos. Nos pondremos en marcha cuanto antes. El cielo amenaza con echarse a llover de un momento a otro y no me gustaría que tuviéramos que pernoctar en algún albergue o posada sajona.
Lady Aelis inspiró cogiendo el vestido entre sus dedos y se dirigió hacia la yegua de color blanco que había sido destinada para ella. Sin duda que se reafirmaba en el comentario que le había hecho hacía un momento a su dama de compañía. No empezaba nada bien su vida en Inglaterra. Lanzó una mirada muy significativa a lady Loana por este hecho. Pero una vez más, esta le restó importancia sacudiendo la cabeza. Lo bueno de todo aquello era que contaba con un caballo, lo cual podría hacer su huída algo más cómoda en principio. Pero sus temores se acrecentaban si pensaba en las palabras del tal Maurice acerca de la lluvia y de los albergues y posadas del camino. No era partidaria de dormir en un lecho sajón.
Una vez que las dos damas estuvieron sobre sus respectivas monturas y sus pertenencias acomodadas en un carro junto con los pocos sirvientes que la habían acompañado desde Normandía, Maurice dio orden de emprender la marcha.
Lady Aelis no se consideraba demasiado supersticiosa pero debía reconocer que su nueva vida en Inglaterra no parecía iniciarse con buen pie. ¿Qué más le deparaba el destino? ¿Era todo aquello algún tipo de aviso para que no siguiera adelante con su matrimonio? Desde que salió de Normandía todo habían sido disgustos. Una tormenta en alta mar, los contratiempos causados por esta en forma de rotura de la vela; el cielo gris de Inglaterra, su prometido que no había acudido a recibirla y por último la posibilidad de pasar la noche en un albergue o posada sajona.
Lady Aelis resopló mientras sacudía la cabeza y procuraba dejar la mente en blanco.
Hereward y un nutrido grupo de sus hombres regresaban al castillo de Torquilstone en mitad de un aguacero. Había acudido a la llamada de un noble que había sido asaltado de manera literal por los normandos de Brian de Monfort. Este mismo aseguraba hacerlo en nombre del príncipe Juan, y que su contribución ayudaría a traer de regreso a Inglaterra a su hermano Ricardo. Ante esa opción, muchos sajones comenzaban a cuestionarse si el príncipe estaba en verdad interesado en liberar a su hermano.
El grupo marchaba al galope como si tuviera prisa por llegar cuanto antes a Torquilstone.
—Hereward, mira —le señaló Athelstane llamando su atención hacia un grupo de jinetes que en ese momento galopaban para escapar de la lluvia.
—Parecen normandos —dijo con inusitado interés.
—Llevan pendones de la casa de Brian de Monfort.
—Uno de los nobles más influyentes y cercanos al príncipe Juan. Encargado de recaudar el dinero para el rescate del rey, según nos han contado —apuntó Hereward obligando a su mente a trabajar a toda prisa para que una descabellada idea se le cruzara por su mente. Pero que sin duda podría contribuir a su propósito. Y de paso, dar un buen golpe al príncipe Juan—. Coge a la mitad de los hombres y córtales el paso a la salida del bosque. Yo lo seguiré por detrás obligándolos a adentrarse en este.
—¿Qué diablos pretendes? —preguntó Godwin temeroso de que su amigo y señor cometiera una estupidez.
—Si son hombres de Brian de Monfort, tal vez puedan llevar el dinero recaudado por este —le resumió con una sonrisa irónica.
—¿No se te ocurrirá atacarlos? Son normandos —le advirtió haciendo un gesto hacia el grupo de jinetes. Pero lo máximo que llegó a percibir Godwin de su amigo, fue una sonrisa concluyente de lo que pretendía hacer.
—La mitad de los hombres. Seguidme —dijo en voz alta para que se le escuchara por encima del sonido provocado por la lluvia al caer sobre las copas de los árboles; y el propio viento que azotaba sin piedad sus ramas—. El resto partid con Godwin.
—¿Qué diablos pretende? —preguntó Athelstane mirando a este sin comprender nada.
—Una completa locura. Vamos, es mejor que nos demos prisa.
—¿Para qué?
—Tiene la intención de cortar el paso a aquel grupo de normandos para ver si llevan dinero sajón con ellos. Algo que no me agrada nada. Y menos en estos días que corren.
El grupo de jinetes normandos seguían su marcha, ajenos a sus perseguidores. Lady Aelis cabalgaba lo más rápido que podía y se aferraba a las bridas de su yegua. A su lado lo hacía lady Loana.
—¿Decíais algo antes acerca de los malos augurios? ¿Qué tenéis que decir ahora del aguacero que llevamos encima de nuestras cabezas?
Lady Loana no respondió. Estaba más preocupada de no caerse de su montura que de los comentarios negativos de su señora. Pero si se dio cuenta de su tono mordaz. ¿Acaso pensaba que el destino se había confabulado contra ella? ¿Por su matrimonio con un noble normando al cual no conocía?
Uno de los soldados llamó la atención sobre Maurice cuando se dio cuenta de que los seguían un grupo de jinetes.
—Sajones —le dijo haciendo un gesto hacia el grupo.
—Escapan de la lluvia de igual manera que lo hacemos nosotros. No hay por qué preocuparse. Las relaciones con ellos son buenas pero tomaremos precauciones por las damas. Que algunos hombres se retrasen y se pongan en los flancos —aclaró Maurice temiendo la represalia de su señor su a su prometida le sucedía algo a manos de una partida de sajones.
Cuando Lady Aelis escuchó la palabra <> sintió un frío todavía mayor al que le provocaba la lluvia que comenzaba a calarle las ropas. Sintió su miedo acrecentarse cuando se percató de los movimientos que hacía algunos de los hombres de la escolta. Y no pudo evitar volver el rostro hacia atrás para comprobar que en efecto, un grupo de ocho jinetes cabalgaban detrás de ellos.
—¿Qué miráis con tanta curiosidad? —la pregunta de lady Loana no logró que lady Aelis apartara la atención del grupo, que parecían ir ganando terreno con respecto a ellos.
—Nos sigue un grupo de sajones. Lo escuché cuando el capitán se lo comentaba a Maurice —le relató intentando imprimir algo más de velocidad a su yegua.
Lady Loana abrió la boca para decir algo, pero en el último momento pareció pensárselo; o bien el temor a caer en manos sajonas atenazó su garganta. Abrió los ojos como platos sorprendida por este hecho y mudó el color de su rostro. Aquello no podía estar sucediendo, se dijo. Lluvia, frío, el prometido de su señora que no se había presentado a recibirla y por último un grupo de jinetes sajones cabalgando tras ellas. Después de todo, su señora iba a tener razón con lo de los malos augurios desde que salieron de Normandía.
—Seguramente no nos sigan, sino que más bien huyen de la lluvia como nosotros —comentó lady Loana en su intento por quitar hierro al asunto y apartar cualquier atisbo de temor de la mente de su señora, y de la suya propia.
Maurice dio las órdenes para proteger a las damas. Lady Aelis se aferró con determinación a las riendas de su yegua. Experimentó un ligero temblor cuando varios soldados se rezagaron hasta situarse junto a ella y a lady Loana. ¿Acaso temían por sus vidas? ¿Representaban un peligro real aquellos sajones? Pero si había escuchado decir a sus padres y a mucha gente, que la rivalidad entre ambos pueblos había cesado. Pero… sus fantasmas se materializaron a la salida del bosque. Otro grupo más numeroso que el que los perseguía, los aguardaba cortándoles el paso. Aquello no tenía nada de casualidad ni de amistoso, pensó lady Aelis deslizando el nudo en su garganta.
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