Desde entonces, las circunstancias históricas y sociales dan pie a una multiplicidad de interpretaciones que, de alguna manera, se contrastan en los contenidos de esta publicación. En España, desde la instauración de la democracia, la profesionalización de la política alimenta la controversia. Ahora mismo, en un marco muy extendido de rechazo o desafección hacia la política por numerosas razones, hay una creencia aceptada de que la política se ha convertido en un medio de vida. Ello hace de la supervivencia una cuestión de dependencia no fácil de solventar, pues se complica cuando los recursos son limitados y los factores sociopolíticos, incluida la pugna intrapartidista, condicionan notablemente la accesibilidad a tareas de responsabilidad pública.
Entonces, la necesidad antes que la vocación. Y ese es otro debate que cuesta afrontar. El historiador de las ideas morales y políticas Roberto R. Aramayo, autor de La quimera del rey filósofo, se preguntaba hace algún tiempo si acaso es tan difícil encontrar políticos vocacionales que no se conviertan en políticos profesionales. Citando de nuevo a Weber, «no se conseguiría lo posible si en el mundo no se hubiera recurrido a lo imposible una y otra vez». Para Aramayo, «abundan los políticos vocacionales amateurs e inmunes a la profesionalización política y que bastaría con hacerles sitio en la gestión pública, con ayuda de mecanismos democráticos como el sorteo o la espontánea postulación, tal como preconiza Arendt en las páginas finales de Sobre la revolución, sometiéndoles luego al escrutinio electoral. Pero eso significaría el final para muchos políticos profesionalizados, incapaces de advertir que la política nunca ha precisado tanto como ahora del compromiso estrictamente vocacional».
Pero compromiso impregnado de ideología, que algunos bandazos y comportamientos incoherentes desconciertan enormemente y nutren la desafección aludida, además de aumentar la merma de credibilidad. La política de nuestros días requiere de personas con preparación para estar a la altura de las exigencias de los cometidos y de la sociedad misma. En ese sentido, parece pasado el tiempo del voluntarismo, que fue inevitable cuando empezamos a convivir en democracia. Hoy, los partidos políticos deberían dedicar más tiempo y sensibilidad a la formación de sus recursos humanos así como a la captación de valores que reúnan las cualidades indispensables para convertirse en eficaces gestores de lo público. El expresidente de Uruguay, José Mújica, dijo que «la política no es un pasatiempo, no es una profesión para vivir de ella; es una pasión con el sueño de intentar construir un futuro social mejor».
En un sustancioso trabajo, el catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad Pompeu y Fabra (UPF), Carles Ramió, señala que, para lograr eficacia, eficiencia y, especialmente, inteligencia y ética institucional que conduzca a un buen gobierno, es condición necesaria poseer buenos profesionales inteligentes y con buenos valores. «Pero no es la condición suficiente -explica-. La argamasa que permite canalizar en positivo (y desgraciadamente también en negativo) estos beneméritos recursos es el liderazgo institucional. Es tarea del líder, de los líderes, lograr la máxima capacidad de sus organizaciones públicas articulando los conocimientos, ideas y valores de los empleados públicos».
Abundando en estos conceptos, el médico y licenciado en Derecho andaluz, Ramón Ribes, ha afirmado recientemente en el diario Córdoba que «frente a los profesionales de la política, deben emerger con fuerza los profesionales en la política». De ahí que las siguientes páginas despierten el natural interés que deriva de los enfoques con que se afronte la profesionalización de la política, especialmente desde las perspectivas de mayor actualidad.
Que se hable aquí del consultor político, de la organización de eventos, del periodismo y la abogacía en la política, de la dirección de comunicación política, campañas y elecciones, y de fenómenos tan recientes como la storytelling, el copywriting o la irrupción de Instagram en el ámbito político, supone un acercamiento riguroso y bien fundamentado a esas materias para favorecer el entendimiento de las interioridades, de la evolución y de las perspectivas en su relación directa con la política. En definitiva, una acertada promoción de Isaac Hernández para una iniciativa editorial plausible.
Jerónimo Saavedra Acevedo
PRIMERA PARTE
1. LA PROFESIONALIZACIÓN DE LA POLÍTICA
Hasta ahora los partidos políticos tradicionales han ideado su estructura en un entramado de caminos y puestos orgánicos donde no aparece por ningún lado el agente más importante, el ciudadano. La profesionalización de la política viene a poner remedio a este problema y a colocar al elector en el lugar que le corresponde. Comités locales, ejecutivas, presidencias, vicepresidencias, secretarías, áreas de no sé qué y así un sinfín de nomenclaturas que, si bien son importantes para la organización legal y jurídica de las organizaciones políticas, de cara a las nuevas formas de orientar y dirigir los partidos políticos no tienen ya razón de ser. A eso hay añadir que, dependiendo del color o la ideología política, puedes encontrarte con el añadido extra de más divisiones o cargos que, francamente, a mí me cuesta entender. Bueno, la verdad, no tanto: nos gusta mucho la titulitis y la palabra jefe, aunque sea de sí mismo.
Hablamos de innovar y de vender un producto llamado candidato político. El votante es el componente más relevante de la estructura de cualquier formación dedicada a vender confianza y a cambio obtener más papeletas en las urnas. ¿Cuántas veces escuchas esa frase de «eso también es política», refiriéndose a realizar gestiones o tareas relacionadas con la sociedad? Bien, compro una parte, pero no toda. Trabajar gobernando y gestionando un departamento o presupuesto público es eso, trabajo, una responsabilidad y en casi todos los casos una obligación. Los modelos de organización de ayuntamientos, gobiernos, diputaciones, comunidades o cualquier otra entidad pública fragmentada en áreas son gestión de recursos o de carteras de gobierno y no búsqueda de votos. Cuando hablas con cualquier dirigente político de cómo tiene definido o dividido su equipo, en el gobierno o en la oposición, enseguida oyes carteras, concejalías o departamentos como hacienda, igualdad, trabajo, patrimonio, turismo, servicios sociales, infraestructuras, deportes, etc.
Y ahora ¿dónde está el cliente político en todas esas definiciones? Solo en el discurso o mensaje político; solo ahí, encorsetado en palabras y en publicaciones de todo tipo en los canales de comunicación ya conocidos o las nuevas plataformas como las redes sociales, internet y todos los que forman la política 2.0. Los nuevos sistemas políticos deben orquestarse en base a procesos políticos de trabajo; unos claramente estratégicos, unos procesos más operativos; y otros más de apoyo, como puedan ser aquellos relacionados con la comercialización del producto político, la administración y contabilidad del partido o aquellos que dan soporte en el día a día y que son también importantes para el correcto funcionamiento de los equipos políticos. Son las nuevas formas de entender las estructuras políticas las que orientan la organización al votante, a dar respuesta a sus inquietudes o necesidades; nuevos diseños organizativos donde el ciudadano está al inicio y al final de cualquier proceso relacionado con el producto político y que serán los que darán posibilidades de continuar representando a su electorado. Operaciones, procesos, procedimientos, perfiles políticos son algunos de los nuevos conceptos que implantar en partidos que realmente quieran ganar elecciones. Es en este nuevo contexto donde ya no es suficiente ser político, simpatizante o aficionado a esa rama de las ciencias sociales llamada política. Ahora toca contar con profesionales. Profesionales de la empresa política.
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