119. Declercq, S. J. L., op. cit ., 193 y ss.
120. Bueno Bravo, I., 2007, 158-175. Cervera Obregón, M. A., 2011, 54-59. Acerca de los tarascos, cuya capital, Tzintzuntzan, era una urbe de 25 000 a 30 000 pobladores, vid . Hassig, R., 1992, 152-154. Cabe decir que los grandes enemigos de los mexicas, como tarascos y tlaxcaltecas, no solo tenían sociedades evolucionadas y ejércitos profesionalizados, sino que contaban con casi las mismas armas, pues los tarascos no usaban átlatl , y con defensas corporales de algodón. Pero los mexicas tampoco pudieron conquistar a los chichimecas dada su condición de nómadas y sus aptitudes para la guerra de guerrillas. Hassig, R., 1992, 151.
121. Cervera Obregón, M. A., 2017, 74-89.
122. Al respecto, vid . León-Portilla, M., 1993, 251-257.
123. Acerca de este dios, vid . Heyden, D., 1989, 83-93.
124. Hassig, R., 1992, 140.
125. Bueno Bravo, I., 2007, 186-204. Hassig, R., 1992, 142.
126. Tirado Salazar, R. O., 2017, 359.
127. Aimi, A, op. cit ., 41-49.
128. Ibid ., 49.
129. Al respecto, vid . Carmona Fernández, F., 1993.
130. México-Tenochtitlan dispuso de 25 canales, de los que 14 se trazaron con un sentido o dirección de oriente a poniente, lo cual respondía a la lógica de tener muy presente la función compensadora del nivel del agua ante las crecidas del lago de Tetzcoco, que estaba precisamente al oriente de la ciudad. Luego, otros 9 iban de norte a sur, lo cual es natural pues su función era llevar el agua entre vasos que estaban comunicados por ellos. «En otras palabras, la función de los canales en la ciudad prehispánica era muy importante ya que servían como reguladores del nivel del agua que rodeaba la ciudad y, de esta manera, se lograba un equilibrio en el que podía coexistir la ciudad con la laguna». Tirado Salazar, R. O., op. cit ., 384.
131. López Luján, L. y López Austin, A., 2011, 64-71.
132. Alonso de Santa Cruz señala cómo, tras la toma de la gran urbe mexica, «Hoy, puesto que el marqués del Valle, don Hernando Cortés, reedificó hasta parte de ella al modo de España, haciendo caballerizas para trescientos caballos y seis y siete herrerías, que a la continua hacían armas, están en ellas el visorrey y la audiencia y sus oidores y la casa de la moneda y la de la artillería y armas y todo muy anchamente aposentado». Santa Cruz, A., 1983, 346-357.
133. León-Portilla, M., 2005, 128. Miralles, J., 2004, 151-152. Cervantes de Salazar, F., op. cit ., lib. IV, capt, IX.
134. Aimi, A., op. cit ., 49-51.
135. Escribe López Austin de los macehualtin : «Tras cultivar sus tierras, acudían por turno a las destinadas al sostenimiento estatal, que se encontraban entre las del calpulli . Acudían también, por tandas, a aportar su fuerza de trabajo a las grandes obras erigidas por el gobierno estatal y bajo la dirección de la clase gobernante y a labrar las tierras que el estado tenía dispuestas para satisfacer sus gastos. El tributo era fijado por lo regular en productos agrícolas usualmente cultivados en cada región y en proporción a la productividad de la tierra. Las obligaciones militares de los adultos se cumplían con la participación en las guerras en calidad de tropa y los jóvenes estudiantes iban como cargadores de armas y vituallas». López Austin, A., op. cit ., 253.
136. León-Portilla, M., 2005, 128-130.
137. Cervera Obregón, M. A., 2019, 64-78.
138. Diego Durán citado en Aimi, A., op. cit ., 154-155.
139. Aimi, A., op. cit ., 154, n. 148.
140. Ibid ., 158-159.
141. Ibid ., 159-168.
142. Ibid ., 168-170.
143. El Requerimiento era un documento elaborado, como es sabido, por el doctor Juan López de Palacios Rubios en 1513; un manifiesto que los futuros conquistadores –Pedrarias Dávila fue el primero en 1514– debían leer a los indios antes de comenzar legalmente las hostilidades, siempre que aquellos no lo aceptasen. De manera sucinta, en el Requerimiento se pregonaba el señorío universal del papa, la donación pontificia de las Indias a los Reyes Católicos y sus descendientes y el mandato impuesto a estos de evangelizar y predicar la fe cristiana a los amerindios; en virtud de todo ello, el monarca hispano debía ser reconocido como soberano por los príncipes y caciques de las Indias. De esta forma se justificaba la conquista de aquellas tierras y, al mismo tiempo, en caso de resistencia, se amenazaba a los indios con hacerles la guerra; una guerra justa, por supuesto. Hanke, L., 1988, 40 y ss. Pereña, L., 1992, 33 y ss.
144. Aimi, A., op. cit ., 194.
145. Ibid ., 200.
*N. del E.: «Contemplar las muertes atroces, no solo de los combatientes enemigos, sino también de esclavos, niños y, de vez en cuando, alguien del vulgo, debió de hacer que la mayor parte de la gente se lo pensase dos veces antes de resistirse contra su rey o el noble local».
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