Antonio Aimi explica de la siguiente forma la secuencia de los hechos. A partir de los presagios, como se ha señalado, que son las fuentes menos manipulables tal y como llegaron a los escritos de los cronistas del siglo XVI, la historia mexica de la conquista parte de los siguientes fundamentos: es el huey tlatoani Moctezuma II quien traicionó los principios y equilibrios sobre los que se había fundado el señorío mexica y marginó a la casta sacerdotal. A través de los presagios, pues tal era su función, el dios Tezcatlipoca le invitaba a arrepentirse. Moctezuma no supo interpretarlos correctamente, de ahí que el dios volviese, mediante nuevos presagios, a darle una segunda oportunidad. Pero el tlatoani sigue en sus trece, una señal de su «locura», que terminó con su destrucción por parte de Tezcatlipoca. Para castigarlo, el instrumento elegido es la llegada de los españoles, de modo que el líder mexica paga con la muerte, pero, de paso, el imperio también sucumbe, traicionado por aquel que debía garantizar su protección. 142
Es más, la asociación de Hernán Cortés con el dios Quetzalcóatl, con todas las implicaciones que tiene, sobre todo políticas, es una «invención» ocurrida a posteriori de los hechos y muy conveniente para los intereses del extremeño, en primer lugar. Pues asimilar la llegada de los españoles con el retorno del dios implicaba la «devolución» del imperio a su legítimo dueño, de ahí que una conquista ilegítima, como veremos, no necesitase de la lectura obligatoria del famoso Requerimiento, 143 que implicaba, nada menos, que el emperador mexica se declaraba vasallo de Carlos I, en este caso, y aceptaba el cristianismo como verdadera religión. En esas circunstancias, si Cortés hubiera leído el Requerimiento a Moctezuma, no se podría hacer la guerra a los mexicas, pues esta sería injusta, en caso de aceptación del mismo por el tlatoani . Y la detención del monarca mexica sería un acto punible según las propias leyes castellanas de la época. De ahí que a Cortés le interesase muchísimo, y así lo escribió en su Segunda carta de relación , que sus actuaciones en lo que fue la Nueva España no estuviesen marcadas por la ilegalidad, señalada, entre otras circunstancias, por la ausencia de la lectura del Requerimiento, como se ha dicho, sino también por la libre elección de Moctezuma II de «entregarse» a su captor, asimilado nada menos que a un dios. Como señala Aimi, y son cuestiones que trataremos más adelante:
Solamente la invención de la devolución del Imperio y la prospectiva del hecho cumplido pueden dar alguna esperanza a un puñado de golpistas que se han rebelado contra la autoridad del gobernador de Cuba. La historia del regreso de Quetzalcóatl hace plausible la devolución (normalmente los Imperios no se regalan, como mucho se compran, y Carlos V lo sabe bien); la devolución vuelve legítima jurídicamente la Conquista. 144
Y concluye Antonio Aimi: «Cortés captó de forma inteligente las ventajas que tendría para su persona, y su empeño, esa extraña asimilación con el dios mexica». Para Aimi, Cortés no puede ser considerado solo como
un aventurero sin escrúpulos, un asesino a sangre fría, un feroz capitán, sino también un hábil comunicador, un gran orador de masas y, sobre todo, un extraordinario antropólogo. Un antropólogo que deberíamos incluir en los manuales de esta disciplina […] Si se aprecia a Cortés desde este punto de vista, se vuelve mucho más plausible que, en los largos meses de «pacífica» convivencia con los mexicas (noviembre de 1519-mayo de 1520), se diera cuenta de que Quetzalcóatl era contemporáneamente un título honorífico reservado a los altos exponentes de la élite mexica y una especie de rumor que rodeaba a su persona. En el campo antropológico, el golpe de genio es la Segunda Carta [de Relación] a Carlos V, donde, para justificar su ilegalidad, funde el título honorífico con el rumor, inventando uno de los mitos más afortunados de la Edad Moderna. 145
No se puede explicar mejor.
1. En las siguientes páginas sigo, básicamente, a Hassig, R., 2008, 275 y ss.
2. Hassig, R., 1992, 171.
3. Las lanzas, que fueron descritas por los españoles como armas de 167 centímetros de longitud, podían tener una punta en forma de sierra o bien eran de tipo bifacial y de obsidiana. Podían ser arrojadas, pero servían asimismo en la lucha cuerpo a cuerpo, ya que no solo tenían una función punzante, sino que también podían cortar. Por ello, podían tanto abrir las filas del contrario desde lejos, como servir para abrirse paso entre ellos. Cervera Obregón, M. A., 2007, 136-137.
4. Esta arma consistía en un mango largo de madera, de unos 60 centímetros, con una ranura en la que se insertaba una saeta terminada en una punta afilada y endurecida al fuego o bien se le encajaba una punta de proyectil de pedernal, sílex u obsidiana. Algunos diseños incluían sendos agujeros para introducir los dedos medios de la mano. En manos expertas, el dardo lanzado con este ingenio podía volar 150 metros. Cervera Obregón, M. A., 2007, 65-66. Cervera Obregón, M. A., 2014, 46-49. Hassig, R., 1992, 137. Según el cronista Antonio de Herrera, los indios, entre otras armas, disponían de «[...] baras con amientos, que tiraban con tanta fuerza, y maña, que pasaban una puerta, y era el arma que más temieron los castellanos». Herrera, A. de, 1601, década II, libro VI: fol. 185.
5. Esos dardos, o minacachalli , estaban fabricados de roble con su extremo recubierto de diversos tipos de plumas. Las puntas podían ser de obsidiana, pedernal, cobre o espinas de pescado. Había dardos con púas muy peligrosos, pues al herir obligaban a cortar el cuerpo del proyectil y eran difíciles de extraer al lacerar la carne. Cervera Obregón, M. A., 2007, 137.
6. Teotihuacan fue una de las mayores urbes del planeta en su época, pues llegó a alcanzar los 22 kilómetros cuadrados y una población de unos 125 000 habitantes y, a pesar de que su dominio directo se extendía solamente por un área de unos 25 000 kilómetros cuadrados, su influencia alcanzó gran parte de Mesoamérica. Aimi, A., 2009, 43.
7. David Webster asegura que los átlatls y el arco y la flecha se usaban, pero muchas de estas armas, salvo el arco y las defensas de algodón, fueron, en realidad «only modest innovation in armament throughout Maya cultural history». Webster, D., 1999, 343. Asimismo, para el mundo maya, es interesante Koontz, R., 2018.
8. Durán, D., 1880, II: 44.
9. Se trataba de una talla sobre lasca de entre 10 y 30 centímetros de largo por entre 5 y 10 de ancho a la que se había dotado de filo. Cabe recordar que, si bien el filo es realmente cortante, la solidez del material es muy inferior a la de los metales. Cervera Obregón, M. A., 2007, 67.
10. Tula, aun estando situada en la zona menos fértil del altiplano, consiguió ser una gran centro urbano que alcanzó una extensión de 16 kilómetros cuadrados y una población de unos 50 000 habitantes. Aimi, A., op. cit ., 45.
11. Este arma, de 50 a 70 centímetros de largo, era un bastón de madera tallado en forma de remo para que en cada extremo se pudiesen colocar hasta seis navajas de obsidiana con función de doble filo, pero no de punción. No es una espada exactamente, pues no penetra, ni una maza al modo de una macana, pues no pretende tener una función contundente, sino de tajar. De hecho, es un arma diferente. Cervera Obregón, M. A., 2007, 69.
12. El arco prehispánico, o tlahuitolli , se fabricaba con cartílago animal y madera con un largo de 150 centímetros. Ibid ., 67. En el mundo mexica, cada hombre llevaba un solo carcaj, con unas 20 flechas, todas iguales, solo que con diferentes tipos de puntas obtusas: de obsidiana, de pedernal, espinas de pescado. Las puntas las recubrían de fibra de magüey y las pegaban a la saeta con resina de pino. Pero no estaban envenenadas, un gran hándicap. Con todo, eran capaces de atravesar una armadura de algodón tupido. Ibid ., 131-132. Su alcance podía ir de los 90 hasta los 180 metros. Hassig, R., 1992, 137-138.
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