¿Podemos hacer algo?
¿Podemos hacer algo? Me preguntó un profesor de la Escuela de Medicina de la Universidad del Rosario con ocasión de un encuentro con los científicos del IPCC que preparaban en 2019 un nuevo informe sobre el cambio climático. Lo que revelaron estos científicos en su informe de 2018 indica que no será fácil revertir la tendencia del calentamiento global. El informe fue muy explícito en señalar que para limitar el calentamiento global por debajo de los 1,5 °C adicionales se necesitarían “cambios de gran alcance y sin precedentes” en todos los aspectos de la sociedad. Se trata de un informe bastante robusto: más de 6000 referencias citadas y la contribución de miles de examinadores expertos y gubernamentales de todo el mundo. Noventa y un autores y editores-revisores de cuarenta países. Panmao Zhai, copresidente del Grupo de trabajo I del IPCC, dijo:
Uno de los mensajes fundamentales de este informe es que ya estamos viviendo las consecuencias de un calentamiento global de 1 °C; condiciones meteorológicas más extremas, crecientes niveles del mar y un menguante hielo marino en el Ártico, entre otros cambios 81.
¿Podemos hacer algo? Ante esta pregunta el mundo de los entendidos no se divide —como muchos pudieran pensar— entre optimistas y pesimistas, sino entre los realistas y los teóricos de una nueva civilización. Soñadores quizá, cultivadores de utopías, faros desde los cuales podemos construir alternativas viables. Entre los realistas destaco a Saramago, Lovelock, Trainer, Brown y Judt. Entre los teóricos a Rifkin, Latouche, Jackson, Max Neef, Elizalde, Gisbert, el papa Francisco y Taibo. También Giacomo D’Alisa, Federico Demaria y Giorgios Kallis 82. Los realistas se dedican a contrastar los datos de la ciencia y a compararlos con los escenarios de evolución de las transiciones necesarias hacia una sociedad libre de carbono. Los teóricos dan cuenta de las alternativas aún posibles para acelerar ese tránsito, y trabajan a toda marcha para ofrecer a la sociedad caminos hacia una nueva economía.
Los miembros de ambos grupos saben que si la humanidad no implementa los ‘cambios de gran alcance’ será muy difícil esperar un mundo sin catástrofes masivas entre 2030 y 2050, y sin destrucción de ecosistemas enteros y pérdidas de especies, sin migraciones climáticas masivas, sin ascensos del nivel del mar que harán desaparecer ciudades enteras, y sin un mayor número de desastres climáticos causados por huracanes, lluvias intensas, sequías e inundaciones. Los teóricos también saben que hoy disponemos de las tecnologías necesarias para implementar una transición ambiciosa hacia una civilización sin carbono. Más difícil resulta que abandonemos, en tan poco tiempo, el paradigma del crecimiento.
Lo cierto es que aún podemos hacer algo, y corresponde al sistema educativo identificar los ejes de esta actuación global y preguntarse por ello —con sentido crítico— para elaborar —con sentido de urgencia— un programa de educación para la sostenibilidad real que nos garantice el futuro. Podemos hacer algo (o mucho) desde la educación para identificar la raíz del problema; el cultivo del pensamiento crítico es la misión esencial de la educación. El fomento sistemático de la duda, la práctica de la sospecha ante las verdades aparentemente ‘consabidas’ y que nunca se cuestionan, ¿modelos mentales?
Enunciemos algunos de estos modelos mentales relacionados con la crisis:
• El crecimiento económico facilitará la solución de todos los problemas ambientales.
• Si el balance de las economías es que ha crecido el PIB, quiere decir que vamos por buen camino.
• La tecnología se ocupa de aportar los medios necesarios para satisfacer las necesidades humanas y por lo tanto tiene las soluciones para todos los problemas.
• Los países desarrollados son los primeros en tomar medidas para proteger el medio ambiente por lo cual debemos seguir sus ejemplos de globalización, crecimiento y consumo.
Estas ideas son, evidentemente, suicidas, por lo tanto debemos reemplazarlas por ideas para la vida. La propuesta curricular no puede mantenerse en este modelo mental equivocado; enseñar que todo puede resolverse mediante más tecnología, más producción y más crecimiento es un error. Es sabido que muchos educadores se dedican a proclamar que todo está bien, a sabiendas de que todo, como escribe Tony Judt, está mal. También James Lovelock escribió que el futuro pinta mal, incluso si tomamos medidas inmediatas 83. Es probable que ellos (los optimistas categóricos o los educadores optimistas) no sepan del todo que esto anda mal, que casi todo anda mal; que no lo sepan con la profundidad que recomienda Sampedro. Es probable que no tengan la información necesaria para valorar adecuadamente la crisis que vivimos. Es preciso abandonar, cuanto antes, el síndrome de los valores fundamentales a que se refiere Trainer: la obsesión por la riqueza, el empeño por la competición, la jerarquía, el poder y el dominio, la aceptación y el respaldo del individualismo y la falta de preocupación por los valores colectivos, la falta de responsabilidad social, la indiferencia hacia las cuestiones y los problemas sociales, los fallos y el sufrimiento, la apatía política y la falta de compasión y compromiso con el bien común.
Se supone que en la escuela se construye nuestra comprensión del mundo. Si pronto descubrimos que todo anda mal, es en la escuela, en la universidad, en la educación, donde debemos cuestionar lo que está mal y reformularlo. No obstante, el pensamiento crítico de la educación se ha centrado más en cuestionar la calidad de la propia educación y su limitada cobertura, que los contenidos sobre el viejo paradigma. Traigo a colación un texto de Ted Trainer: “Esto no tiene arreglo, hay que cambiarlo casi todo” 84. Pero sucede que en el “casi”, que él desliza como una brizna de esperanza, radica precisamente la posibilidad de arreglarlo todo. Hay cosas que no es necesario cambiar totalmente, que se pueden reparar por un tiempo. Pero hay que emprender “cambios de gran alcance y sin precedentes”. Trainer, por su parte, lo explica así: “Nuestros problemas no tienen arreglo” (en esta sociedad). Y uno no sabe si la anterior aclaración acaba siendo una declaración de esperanza o de resignación, porque construir una nueva sociedad es, evidentemente, un propósito y un desafío tan descomunales, que pocos apostarían hoy por su viabilidad. ¿Cuántas generaciones se requerirían para ello? Precisamente debido a aquella dramática disyuntiva, mis colegas de la cátedra de Cambio Climático en la Universidad del Rosario de Bogotá y yo, decidimos en 2010 abandonar el subtítulo que tenía esta asignatura (ya hablaré sobre ella) 85. Al comprender que fomentar la desesperanza, así fuera de manera involuntaria, era un error pedagógico, decidimos poner todo el énfasis en aquel mínimo casi que subraya Trainer, y que —en nuestro caso— se explicaba en forma de “acciones climáticas ambiciosas”. Ahora esta cátedra (que ya lleva 28 versiones) se titula Cambio Global: la Acción Climática para la Descarbonización, y se dedica a examinar las transiciones para la descarbonización de las sociedades en el marco de la Acción Climática Global: la nueva esperanza del Acuerdo de París, especialmente de sus grupos no estatales. Examina también la índole de la crisis, anclada, como viene dicho, en un modelo mental proclive al crecimiento ilimitado como único paradigma del progreso colectivo. Tratamos de enseñar la posibilidad de una prosperidad sin crecimiento, de una vida buena bajo criterios bajos en carbono. No es fácil, pues del otro lado está una educación para el crecimiento (el paradigma predominante) y a esos mismos estudiantes los educan en ella. Trainer anota que este modo de educación se empecina en legitimar la situación social actual y la desigualdad, en producir competidores y consumidores entusiastas, en generar una masa ciudadana políticamente pasiva, sumisa, dócil y acrítica. Sobre estos temas también ha escrito profusamente Martha Nussbaum.
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