Manuel Guzmán-Hennessey - La armonía que perdimos

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Hay un hilo que conecta todo lo que existe: la trama de la naturaleza, la sociedad y la cultura. Ese tejido es vulnerable. Desde el siglo XIX consideramos plausible dominarlo todo: las leyes de la vida, la naturaleza, las sociedades y los mercados. Consideramos que podíamos crecer de manera infinita, y lo intentamos. El resultado es el mundo que vivimos: el antropoceno. La crisis se profundizará cada vez más. Hemos perdido la esencia de aquello que podía facilitarnos la construcción de una respuesta colectiva: la esencia de nuestro ser de humanos.Este libro examina el papel de la educación en la construcción de una sociedad más humana. ¿En qué consiste esa sociedad?, ¿es posible construirla antes de que sea demasiado tarde?, ¿cómo podemos acelerar las transiciones después de la pandemia?, ¿cuál es el papel de los más jóvenes? El autor ofrece una mirada panorámica sobre el problema, pero en lugar de aventurar respuestas absolutas invita a la construcción de un pensamiento colectivo. Escribe que no tenemos mucho tiempo para reaccionar, pero si empezamos ya, hay esperanza. Advierte que el desprecio acelerado por el cultivo de las artes y las humanidades podrá llevarnos a una peligrosa simplificación de la naturaleza humana y la no humana.La educación sobre la crisis debe partir de una educación para la vida, estructurada desde las ciencias de la complejidad. Si perdemos definitivamente la visión (la noción) de los vínculos, las sutiles e innumerables interconexiones que conectan todo lo que existe, habremos perdido también la posibilidad de reconstruirnos como sociedades y como culturas. Una cruzada educativa global será útil para reconstruirnos como sociedades y cambiar el paradigma del crecimiento sin límite por el de una sociedad más humana y sostenible.

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La enumeración de los cinco ejes de la cátedra pretende servir de marco de trabajo a la convicción que la sustenta: la necesidad de apelar al sentido de lo humano, más que al propósito de una ciencia, una ideología o una categoría geográfica o nacional. Más adelante hablaré de este tema. Por ahora declaro que a José Ángel Valente 64no lo conocía, “cuánto se aprende al término de un día” 65, pero al linfoma no Hodgkin sí, aunque de una forma menos invasiva que la que inspiró al autor de Hoy es siempre todavía. Melanoma que horada la piel de la tierra. Más lento que otros males de su especie, pero igual de mortal. Células que se incubaron en la historia del pensamiento de los humanos del siglo XX. La crisis global es, quizá, el linfoma sí Hodgkin de una civilización que descubrió en la química del carbono, la vida, el progreso, la felicidad, el crecimiento, la bicicleta Giant de fibra de carbono, pero también la muerte.

Sobre el tiempo presente, José Ángel Valente 66

Escribo desde un naufragio,

desde un signo o una sombra, discontinuo vacío

que de pronto se llena de amenazante luz.

Escribo sobre el tiempo presente,

sobre la necesidad de dar un orden testamentario

a nuestros gestos,

de transmitir en el nombre del padre,

de los hijos del padre,

de los hijos oscuros de los hijos del padre,

de su rastro en la tierra,

al menos una huella del amor que tuvimos

en medio de la noche,

del llanto o de la llama que a la vez alza al hombre

al tiempo ávido del dios

y arrasa sus palacios, sus ganados, riquezas,

hasta el tejo y la úlcera de Job el voluntario.

Escribo sobre el tiempo presente.

Con lenguaje secreto escribo,

pues quien podría darnos ya la clave

de cuanto hemos de decir.

Escribo sobre el hálito de un dios

que aún no ha tomado forma,

sobre una revelación no hecha,

sobre el ciego legado

que de generación en generación

llevará nuestro nombre.

Escribo sobre el mar,

sobre la retirada del mar que abandona en la orilla

formas petrificadas

o restos palpitantes de otras vidas.

Escribo sobre la latitud del dolor,

sobre lo que hemos destruido,

ante todo en nosotros,

para que nadie pueda edificar de nuevo

tales muros de odio.

Escribo sobre las humeantes ruinas de lo que creímos,

con palabras secretas,

sobre una visión ciega, pero cierta,

a la que casi no han nacido nuestros ojos.

Escribo desde la noche,

desde la infinita progresión de la sombra,

desde la enorme escala innumerable de números,

desde la lenta ascensión interminable,

desde la imposibilidad de adivinar aún la conjurada luz,

de presentir la tierra, el término,

y la certidumbre al fin de lo esperado.

Escribo desde la sangre,

desde su testimonio,

desde la mentira, la avaricia y el odio,

desde el clamor del hambre y del trasmundo,

desde el condenatorio borde de la especie,

desde la espada que puede herirla a muerte,

desde el vacío giratorio abajo,

desde el rostro bastardo,

desde la mano que se cierra opaca,

desde el genocidio,

desde los niños infinitamente muertos,

desde el árbol herido en sus raíces,

desde lejos, desde el tiempo presente.

Pero escribo también desde la vida

desde su grito poderoso,

desde la historia,

no desde su verdad acribillada,

desde la faz del hombre,

no desde sus palabras derruidas,

desde el desierto,

pues desde allí ha de nacer un clamor nuevo,

desde la muchedumbre que padece

hambre y persecución y encontrará su reino,

porque nadie podría arrebatárselo.

Escribo desde nuestros huesos

que ha de lavar la lluvia,

desde nuestra memoria

que será pasto alegre de las aves del cielo.

Escribo desde el patíbulo,

ahora y en la hora de nuestra muerte,

pues de algún modo hemos de ser ejecutados.

Escribo, hermano mío, de un tiempo venidero,

sobre cuanto estamos a punto de no ser,

sobre la fe sombría que nos lleva.

Escribo sobre el tiempo presente.

Algunas preguntas

Me hago algunas preguntas orientadas a confrontar un mito de reciente data, que no por estúpido deja de tener adeptos: el cambio climático no existe, y si existe, no es tan grave. Wallace-Wells es más benigno. Le llama patrañas tranquilizadoras al mito en construcción (el estúpido y homicida mito) 67. Las preguntas son:

• ¿Por qué no empezamos ya?

• ¿Hasta cuándo nos mantendremos aplazando las soluciones de fondo? El porcentaje de reducción de emisiones que los países asumieron en conjunto durante el periodo que duró el Protocolo de Kioto 68fue de 5,2 %. Esta meta se consideraba insuficiente, a la luz de los datos de la ciencia, por lo menos desde 2007, cuando se conoció el Cuarto Informe de Evaluación del IPCC.

• ¿Por qué no hicimos entonces lo que deberíamos haber hecho? Aumentar significativamente estas metas de reducción de emisiones de los países. El esquema actual de contribuciones nacionalmente determinadas (NDC) del Acuerdo de París estará vigente, por lo menos, hasta 2030, y puede representar, en el caso de muchos de los países altamente emisores, metas reales aún más insuficientes que las del Protocolo de Kioto.

• ¿Por qué la diplomacia internacional (léase, las Naciones Unidas) no se ha movilizado para hacer una enmienda del Acuerdo de París?

• ¿Por qué no atienden el llamado de los científicos que han pedido que estas metas (que hoy rondan el 25 %) se aumenten, por lo menos, hasta el 45%?

Entrego un primer avance (quise escribir andanada) sobre la ineficacia, a mi juicio, de la diplomacia internacional para enfrentar la crisis climática en los últimos treinta años. Me baso en una certeza: la Convención Marco de Cambio Climático y las Conferencias de Partes de esta Convención no han dado muestras de atender seriamente los datos de la ciencia. He aquí un elocuente ejemplo de ello: como insumo de la que en su momento se consideró una oportunidad (única, decisiva) para la reacción global: la Cumbre de Copenhague de 2009 (COP 15), las organizaciones ambientales del mundo, basadas en los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos redactaron el Tratado Climático de Copenhague. Allí se consignó que un nivel de reducciones globales aceptable sería de 35 % para el año 2020 y de 70 % para el 2050, tomando como referencia las emisiones de 1990. Ese mismo año el IPCC había pedido a las economías emergentes que debían reducir sus emisiones entre un 25 y un 40 % para el año 2020, con respecto a las emisiones de 1990; hoy ese mismo IPCC pide reducciones mínimo de 45 %. Si el mundo quisiera actuar con la celeridad que pide la ciencia hoy, le bastaría con actualizar el Tratado Climático de Copenhague. Lo que pedían las organizaciones que lo suscribieron, apoyadas por más de 150 000 personas que marcharon desde el centro de Copenhague hasta el Bella Center (donde se había reunido la COP 15) era que los gobiernos facilitaran acciones para “una transición justa y sostenible de nuestras sociedades hacia un modelo que garantizara el derecho a la vida y a la dignidad de todas las personas”. Nadie las escuchó 69.

Dos lenguajes se oponen y establecen dos mundos: el de los ciudadanos y el de los gobiernos y las burocracias multilaterales. Los primeros atienden los llamados de la ciencia, los segundos se empecinan en complacer a las ‘leyes del mercado’. Confían en que estas resolverán el problema y que, por lo tanto, no hay razón para tomar medidas radicales y mucho menos para alarmarse. Mientras no haya un diálogo que acerque estas dos posiciones y unifique en el lenguaje de la vida y de la humanidad una respuesta global frente a la emergencia climática, estaremos cada vez más atrapados, y no habrá nada que podamos hacer.

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