Incluso con un calentamiento de menos de 2°C, más de mil millones de personas tendrían que ser reubicadas. La escala de la destrucción está más allá de nuestra capacidad de modelar, con una alta probabilidad de que la civilización humana llegue a su fin 135.
A pesar de que en el año 2007 se constató que el cambio energético debería ser el eje de las acciones climáticas globales, y de que el Panel de Científicos recomendó a la energía nuclear de fusión como una de las tecnologías clave para la mitigación del calentamiento global (en su Cuarto Informe), el Protocolo de Kioto no solo decidió excluir esta forma de energía, sino descartarla, incluso, como una opción de transición hacia un esquema futuro conformado por una mezcla de energías renovables y energía nuclear de fusión. Esto determinó el panorama energético global, especialmente en Estados Unidos y Europa, entre 2007 y 2020, los años que han debido considerarse decisivos para hacer la transición energética 136.
En el año de 2007 nos aproximábamos, sin duda, a un mundo más vulnerable. A un mundo nuevo y a un peligro creciente para las condiciones de la vida.
Cuando el hombre cambia el entorno a una velocidad demasiado rápida, digamos, por ejemplo, convirtiendo los inmensos océanos de petróleo que hay en la corteza terrestre en un gas en la atmósfera de la Tierra, crea una situación en que el entorno cambia mucho más de prisa que su propia velocidad de adaptación [escribió el Dalai Lama].
Las vulnerabilidades claves estarían asociadas a gran número de sistemas climáticos sensibles, como el abastecimiento de alimentos, la infraestructura, la salud, los recursos hídricos, los sistemas costeros, los ecosistemas, los ciclos biogeoquímicos mundiales, los mantos de hielo, o los modos de circulación oceánica y atmosférica. Y, en aquel informe, se advertían —con toda claridad— los riesgos: amenazas a sistemas únicos, riesgos de fenómenos meteorológicos extremos, distribución de impactos y de vulnerabilidades, riesgos de singularidades de gran escala.
Ya estamos en ese mundo: amenazado, incierto, peligroso. Si pudiéramos hacer una analogía entre el avance de la crisis del clima y el recorrido de los meses del año (aquellos puntos críticos que no debimos haber superado, ciertos hitos peligrosos), podríamos decir que estamos en octubre y que el punto de no retorno es diciembre, como (ya dije) afirmó perentoriamente James Lovelock.
¿Once años?, ¿once de la noche?, ¿octubre o noviembre? Tenemos poco tiempo, en todo caso, bien sea en términos de horas, semanas, meses o días. Pero asumamos, para ser algo optimistas, que es en octubre (2020-2030) que debemos actuar. Y pensemos, en grande, sobre un programa global para esta década realmente decisiva.
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