Manuel Guzmán-Hennessey - La armonía que perdimos

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Hay un hilo que conecta todo lo que existe: la trama de la naturaleza, la sociedad y la cultura. Ese tejido es vulnerable. Desde el siglo XIX consideramos plausible dominarlo todo: las leyes de la vida, la naturaleza, las sociedades y los mercados. Consideramos que podíamos crecer de manera infinita, y lo intentamos. El resultado es el mundo que vivimos: el antropoceno. La crisis se profundizará cada vez más. Hemos perdido la esencia de aquello que podía facilitarnos la construcción de una respuesta colectiva: la esencia de nuestro ser de humanos.Este libro examina el papel de la educación en la construcción de una sociedad más humana. ¿En qué consiste esa sociedad?, ¿es posible construirla antes de que sea demasiado tarde?, ¿cómo podemos acelerar las transiciones después de la pandemia?, ¿cuál es el papel de los más jóvenes? El autor ofrece una mirada panorámica sobre el problema, pero en lugar de aventurar respuestas absolutas invita a la construcción de un pensamiento colectivo. Escribe que no tenemos mucho tiempo para reaccionar, pero si empezamos ya, hay esperanza. Advierte que el desprecio acelerado por el cultivo de las artes y las humanidades podrá llevarnos a una peligrosa simplificación de la naturaleza humana y la no humana.La educación sobre la crisis debe partir de una educación para la vida, estructurada desde las ciencias de la complejidad. Si perdemos definitivamente la visión (la noción) de los vínculos, las sutiles e innumerables interconexiones que conectan todo lo que existe, habremos perdido también la posibilidad de reconstruirnos como sociedades y como culturas. Una cruzada educativa global será útil para reconstruirnos como sociedades y cambiar el paradigma del crecimiento sin límite por el de una sociedad más humana y sostenible.

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El mito en construcción se compone básicamente de tres ejes alrededor de los cuales se renuevan, refuerzan o compensan componentes subsidiarios de las ideas fuerza:

• El cambio climático es un problema de la naturaleza que no afecta la vida humana.

• Los factores del calentamiento no están relacionados con el uso de combustibles fósiles. No podemos prescindir de ellos debido a que no hay otra forma de sostener el crecimiento económico. Sin crecimiento económico no puede haber progreso.

• La ciencia del clima no es lo suficientemente clara, los científicos manipulan los datos. Periodistas, académicos y ambientalistas alarman a la sociedad. Cuando el calentamiento se agrave surgirán soluciones tecnológicas que lo mitiguen, y la mano invisible de los mercados actuará para regular los efectos de la crisis.

A lo largo de las páginas que siguen me referiré a todo ello e insistiré en el desafío que tiene la educación para comunicar, apropiadamente, los datos de la ciencia. Por ahora, repetiré que esto es serio y que tenemos poco tiempo para reaccionar. Citaré nuevamente a Lovelock, no para alarmar sino para remarcar la necesidad de actuar ya, en ese poco tiempo que tenemos. Lovelock dijo: “Si la duración de la vida fuese de un año, ahora estaríamos en la última semana de diciembre” 70. Yo prefiero pensar que estamos en octubre.

Octubre, octubre

Se empecinó José Luis Sampedro en decirnos que íbamos mal, que si seguíamos obedeciendo, sin rechistar, los dictados de la sociedad del crecimiento, acabaríamos en la hecatombe total. Se empecinó en incitarnos a desobedecer las órdenes de los titiriteros vengadores y los dioses impostados. Quizá debido a ello consideró necesario invitarnos a pensar profundamente sobre nuestra equivocada idea de progreso; y puso un epígrafe de San Juan de la Cruz en su libro Octubre, octubre: entremos más adentro, en la espesura 71. Es justamente lo que nunca hemos hecho. Como civilización y como cultura actuamos como si no hubiera una amenaza, y la diplomacia internacional del clima no hace más que interpretar esa percepción social en lugar de interpretar a la ciencia: actúa sobre los síntomas de la amenaza en lugar de actuar sobre las raíces: más adentro, la espesura.

La sociedad del crecimiento nos obliga a permanecer en el afuera. Indagar demasiado puede ser peligroso (se piensa), todo debe ser superficial y pasajero. Deleble, vulnerable, efímero, inacabado. Las cosas se fabrican para que sean provisionales (se sabe). Sin embargo, la era del crecimiento, la del consumo masivo de bienes y servicios, con energía barata y abundante, basada en el tener más para vivir mejor, ha terminado, sostiene Florent Marcellesi; ha terminado, sí, pero su cadáver aún insepulto es hoy la ‘obsesión patológica moderna’, explica: “un factor de crisis que genera falsas expectativas obstaculiza la búsqueda de bienestar y amenaza el planeta. El crecimiento ya no es la solución, es un problema central” 72.

La sociedad del crecimiento es también la sociedad del vértigo y de la provisionalidad: paisajes que pasan raudos por las ventanas de un tren suicida, o tal vez homicida. El conductor no existe; el tren es manejado por un sistema de mandos inhumanos que ha programado los viajes con punto de no retorno y fecha de caducidad. Un día caeremos todos al abismo, pero no sabemos cuándo, aunque tenemos algunas intuiciones y certezas. Casi todos los pasajeros están ciegos y sordos, no ven ni escuchan las alertas de los pocos que aún alcanzan a ver el peligro que se cierne sobre todos. La sociedad del crecimiento no considera necesario pensar en el largo plazo; su misión es actuar en el cortísimo plazo. Si algo puede suceder en veinte, cincuenta o cien años, qué nos importa, ya no estaremos aquí para vivirlo. ¿Y nuestros hijos, nietos, biznietos? ¡Qué nos importa, ya se las arreglarán! El tren viaja hasta la última estación: diciembre… ya vamos por octubre 73.

“No hay salida”, alcanzó a decir José Saramago antes de morir. Estamos atrapados, no solo por la magnitud y la severidad de los cambios físicos que han sucedido en el mundo, sino, principalmente, por la trampa civilizatoria que nos impone un modo de pensamiento dominante que no reconoce límites al crecimiento: la equivocada ruta hacia el progreso. Saramago le concedió una entrevista al periodista Ángel Darío Carrero del diario La Nación de Puerto Rico, y en lugar de ofrecer respuestas se hizo algunas preguntas que nos dejó como testamento de su periplo vital (más adelante me referiré a ellas). Sus reflexiones, a mi juicio, complementan el aserto de Tagore, que sirve de marco a los pensamientos que este escrito contiene: “el hombre íntegro está cediendo cada vez más espacio, casi sin saberlo, al hombre comercial, al hombre limitado a un solo fin” 74. Dijo Saramago:

En un momento determinado de la historia de la humanidad, tomamos un camino lateral que nos ha traído hasta aquí. Nos equivocamos. ¿Estamos obligados a vivir como vivimos? ¿Esta era la vida que teníamos que construir? ¿Había otra vía pero la abandonamos? ¿Por qué la abandonamos? Estas preguntas no tienen respuestas, pero lo que no puedo aceptar es que la vida humana tiene que ser lo que de hecho es. Aunque nosotros desaparezcamos, y eso ocurrirá, quizás quede algo suficiente de vida para seguir imaginando una vida que podría haber sido. Resumo todo mi sentir actual en dos palabras: ¡Estamos atrapados! No lo había dicho nunca antes. Lo digo hoy por primera vez en mi vida, y estoy muy consciente de lo que estoy diciendo. Estamos atrapados, no tenemos salida 75.

Boecio dijo que aquel cuyo espíritu ambicioso suspire solo por la gloria creyéndola el bien supremo, y que mire a las inmensas regiones del firmamento y al reducido círculo de la morada terráquea, no podrá menos de sentirse confuso y avergonzado de llevar un nombre incapaz de llenar un ámbito tan estrecho 76.

¿Cuál es el problema? Me preguntó una periodista al término de una conferencia: Usted dijo que solo atendíamos a los síntomas y no al problema: ¿cuál es el problema? Consciente de que podía iniciar una larga respuesta inmanejable, tomé el riesgo: el problema es el ‘paradigma del crecimiento ilimitado’; opino que más temprano que tarde nos atreveremos a cuestionar este paradigma. La obsesión por el crecimiento nos ha llevado a superar los límites del planeta (ver Informe IPBES, 2019) 77. “Dale a un arco hasta su límite y desearás haberte detenido a tiempo”, se dice que escribió Lao Tse.

Cuestión de vida o muerte. El consumismo irracional es consecuencia del modelo mental del crecimiento; he ahí el problema: la sociedad del crecimiento es el síntoma, la economía del crecimiento es el motor del paradigma. Pero si nos atrevemos a cuestionar el crecimiento, ir más adentro y escarbar en la espesura, como pidió Sampedro citando a De la Cruz, habrá salida (“entremos más adentro en la espesura. Y luego a las subidas cavernas de la piedra nos iremos que están bien escondidas”, Cántico espiritual, San Juan de la Cruz, 1542-1591) 78.

Si apresuramos el paso del pensamiento colectivo del mundo y nos atrevemos a plantear economías donde prevalezca la vida en lugar de insistir en economías donde prevalezcan las cosas sobre las personas, si somos capaces de imaginar una prosperidad más cercana a la felicidad que al crecimiento per se, si entendemos que es posible imaginar y concretar en el mundo una prosperidad sin crecimiento como escribe Tim Jackson 79, habrá salida. No tenemos mucho tiempo para ello, pero si aceleramos la conciencia pública y estimulamos un rápido cambio de paradigma, especialmente entre los más jóvenes, habrá salida.

Los pensadores Peter Sloterdijk, Tim Jackson, Diana Ackerman, Serge Latouche, Vaclav Smil y Crispin Tickel, entre otros, han indagado en la espesura y hoy nos ofrecen salidas, aunque teóricas aún 80.

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