Nectalí Ariza - Las clientelas del general Wilches

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El lector no tiene entre las manos la biografía de Solón Wilches, que en estas páginas se va desgranando como un lazarillo que nos conduce a lo largo de la narración y nos sirve de guía en su transcurso, dándonos además continuadas referencias que nos ubican en el tiempo y el espacio. Este libro nos muestra que, más que decisiones espontáneas que podrían parecernos son las que estructuran estas historias familiares enlazadas, son en cambio la naturaleza y la entidad de las negociaciones urdidas entre ellas y establecidas con terceros, las que arman toda la trama de lo que vamos poco a poco, página a página, descubriendo, porque el autor así nos lo va desvelando.

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En los últimos decenios del siglo se había consolidado un nuevo sector empresarial y comercial, tanto de criollos como de extranjeros, que superaba de lejos la riqueza de los hacendados tradicionales, gracias a que tenían acceso a los recursos del sector financiero internacional, recursos que fluían desde diversas ciudades: Bremen, Liverpool, Londres, Nueva York, entre otras. Ejemplo de esos nuevos empresarios fue Reyes González, un conservador que por el año 1890 era quizá el hombre más rico de Santander. Su compañía, Reyes González & Cía., operaba con capital internacional54. La prosperidad de unos cuantos comerciantes se hizo notoria en ciudades como Cúcuta y Bucaramanga, en las que un reducido grupo social disfrutaba la riqueza generada por las exportaciones de quinas en los años setenta y café en los ochenta. En estas dos capitales provinciales se asentaron nuevos ricos, algunos de los cuales asumieron formas de vida ostentosa, escenificada en la construcción de cómodas mansiones, mientras que la pobreza se extendía por sus alrededores entre labriegos y artesanos.

Entre las circunstancias que favorecieron a Santander están su centralidad respecto al conjunto geográfico neogranadino, así como su extenso límite con el gran río de la Magdalena, pues facilitaron desde la Colonia un activo comercio de manufacturas con las regiones del interior del país y de la Costa Atlántica. Desde la llegada de los españoles y hasta avanzado el siglo XX, el río fue la principal vía de comunicación y comercio con el mundo; por esto los caminos y vías férreas proyectadas confluían en él o en sus ríos subsidiarios (mapas 4, 5 y 6)55. Las circunstancias geográficas y la demanda internacional contribuyeron a que Santander fuese la región pionera del café en Colombia, la que más producción del grano registró hasta finales del siglo XIX. A la vez, y pensando en aumentar la capacidad de exportación tanto en Santander como en otros estados de la Confederación, los políticos y empresarios emprendieron la construcción de ferrocarriles, pues eran el símbolo del progreso. Emprendimientos que en la mayoría de casos solo dejaron frustración y arruinaron el tesoro público de los Estados.

Los cultivos de café se consolidaron en las provincias del norte, de modo que ya en los años setenta dominaban el paisaje de San José de Cúcuta, Ocaña y Soto. Los datos lo confirman: en 1873 Colombia registró una exportación de 10.000 toneladas de grano, a las que Santander aportaba el 90 %. Si consideramos que en 1834 solo se exportaron 150 toneladas, es notorio el incremento de su producción en la economía santandereana, un éxito explicado por los precios y la demanda internacional, aunque tal preponderancia cesó a finales del siglo cuando los cultivos se propagaron por la región antioqueña56.

En 1879, cuando los cultivos de café estaban en plena expansión en las provincias del norte, Wilches, que ocupaba por segunda vez la presidencia, señalaba en su informe a la Asamblea que en 11 distritos de Soto había 445 plantaciones que sumaban 80.079.028 árboles y producían 10.021 cargas que se vendían a una media de 20 pesos. Resulta excepcional la precisión de los datos sobre el número de plantas y producción. Con seguridad se trataba de una aproximación, o de una cifra completamente especulativa, pues las estadísticas nunca fueron buenas en el Gobierno de Santander; quizá por ello, a renglón seguido, Wilches acotaba que «no habiéndose expedido en años anteriores un decreto especial reglamentario de la formación estadística general […] me propongo expedirlo en el presente año»57. Además del café, entre 1878 y 1881 se incrementaron los precios de la quina, cuya extracción era igualmente dominante en Santander respecto al resto de estados; en ese lapso representó el mayor ingreso de divisas para el país.

La prosperidad del norte cafetero es evidente en los informes presentados por los presidentes a la Asamblea del Estado. Así, por ejemplo, en 1873 Narciso Cadena señalaba en el suyo que el estancamiento del sur y el progreso del norte tenían como causa «la significativa cantidad de capitales invertidos a la agricultura [gracias a la cual] […] había una tendencia al alza en los jornales y en el valor de la propiedad raíz»58. A esto agregaba que en el sur los comerciantes se limitaban a la compraventa para el consumo, mientras que en Cúcuta y Ocaña «se revelaba a primera vista la mejora de las poblaciones en el aspecto de los campos, en el movimiento de cargas y en el alza de las rentas públicas». Cadena pensaba de modo lógico que el progreso se debía al flujo de recursos del café, y también a la explotación de las quinas. La tendencia al alza en los precios de estos dos productos tuvo entre sus consecuencias una fuerte competencia entre los políticos empresarios por apropiarse de títulos de tierras baldías59.

Las ciudades de Bucaramanga y Cúcuta recibieron de manera acusada el impacto por el crecimiento económico generado por el café y las quinas, y se convirtieron en los polos del poder político y económico regional y en sedes de casas comerciales internacionales dedicadas a la exportación y la importación. En las dos capitales provinciales surgieron grupos empresariales que desarrollaban múltiples actividades económicas, pues además del comercio se dedicaban a la compraventa de tierras y a los préstamos hipotecarios. Fueron los comerciantes de estas ciudades quienes fundaron los primeros bancos de la región a partir de 1870. Los habitantes de las ciudades más tradicionales vieron cómo en sus principales plazas se levantaban molinos de trigo, herrerías, tiendas y una pequeña industria fabril para el consumo interno60, que daba soporte logístico a las exportaciones efectuadas por casas extranjeras, que mantenían representaciones en las prósperas ciudades santandereanas.

Las investigaciones acerca de la economía de Colombia en el siglo XIX respecto al librecambio plantean que el progreso de comerciantes y hacendados tuvo como contrapartida el empobrecimiento de los artesanos, sobre todo de los productores de lienzos y telas burdas con las que se vestía el común de la población. Tanto los ricos como la gente del común preferían los textiles que llegaban de Europa, sencillamente porque resultaban más baratos; tan solo perduró la producción de sombreros que surtía al mercado neogranadino y al de países vecinos. A juzgar por los datos conocidos, esa producción era significativa, pues entre 1857 y 1858 cerca del 95 % del total de los sombreros exportados y consumidos en la Nueva Granada provenían de Santander61. Sin embargo, Marco Palacios señala que tal impacto pudo ser menor en algunas regiones por factores de aislamiento y transporte. Argumenta que en el año 1870 poblaciones como Bucaramanga y Girón seguían siendo exportadores netos de textiles de algodón, y que el censo de ese mismo año mostraba que en el país había una alta ocupación en el oficio de los textiles y otras artesanías62. También es fácil inferir que un determinado descenso en la producción artesanal obedeció a una mayor oferta de trabajo por el incremento de los cultivos de café, si bien debe contemplarse el factor temporal, toda vez que el grano durante la cosecha reclama un mayor número de peones, los conocidos “temporeros”. Por otra parte, debemos aceptar que la supervivencia de la producción artesanal no dice nada del empobrecimiento de los artesanos ni de sus condiciones de vida. En los relatos de la época los artesanos son descritos como gente muy pobre, a tal punto que se hizo común catalogar a cualquier pobre como “artesano”. De manera que el común de la población estaba conformado por artesanos, pues en su mayoría eran pobres.

Si nos atenemos a los datos existentes acerca de los artesanos de oficio, encontramos que en Santander hubo una población estadísticamente representativa, pues el trabajo artesanal constituía una actividad familiar extendida por todas las provincias. En los censos se contaba como tales a fabricantes de sombreros y de lienzos, a talabarteros, hojalateros, ceramistas, fabricantes de velas, dulces, alpargatas, herramientas, etc. En Santander los artesanos se dedicaban principalmente a fabricar lienzos y sombreros. Estos últimos comenzaron a producirse por miles desde los años veinte63, mientras que los lienzos se remontan a la época precolombina, pues los guanes y otros pueblos de la región fueron, además de agricultores, habilidosos tejedores; de hecho, su tributación se realizaba con mantas, y, pese a su desaparición durante la Colonia, a mediados del siglo XIX su oficio subsistía64. La crisis de mercado fue más tardía para los sombreros, mientras que los textiles desaparecieron con el ingreso masivo de los tejidos ingleses. Los sombreros quizá hayan perdurado por tratarse de un producto singular de la palma nacuma, propia de los bosques tropicales. Todavía hoy, durante las ferias de Bucaramanga y de las poblaciones vecinas, se producen y venden estos sombreros, sin que sus volúmenes y precios sean representativos para la economía.

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