Villanueva de Tapia
A una hora de camino, nos metimos entre unas espesas nubes y después de otra hora ya las habíamos remontado, con lo que las vistas se hicieron sorprendentes y bastante singulares; las nubes tenían el aspecto del mar mientras que algunos de los picos más elevados que sobresalían parecían islas. Seguimos subiendo y bajando hasta el mediodía, a veces por encima de las nubes, otras por debajo y con frecuencia tan envueltos por ellas que no podíamos ver ningún objeto a una distancia de sólo unas cuantas yardas. Durante estos cambios de altura también íbamos experimentando iguales cambios en el clima y sentimos cada grado de temperatura, desde la cortante helada de una mañana de invierno al calor de un mediodía de mayo. Aunque nos encontrábamos a unas cincuenta millas de Sierra Nevada, sentíamos que cuando las montañas no detenían el viento de la sierra, la temperatura de la atmósfera sufría un apreciable cambio que variaba en los distintos puntos de 48 a 68 grados Fahrenheit. Yo calculé que la parte más baja de nuestro viaje matutino estaba a unas mil yardas sobre el nivel del mar, y la más alta a unas dos mil quinientas ya que en ningún momento llegamos a alcanzar la nieve aunque había en las cumbres de algunas de las montañas que nos rodeaban.
Después de viajar cinco horas, llegamos a una montaña que tenía una altura de unas seiscientas yardas casi perpendicular y que en apariencia termina en un sólo punto; pero al rodearla su aspecto se convirtió en algo como las puntas piramidales que tenían las coronas de nuestros viejos reyes. En uno de esos puntos hay una fortaleza árabe, que como los fortines de montaña en la India, debe ser inexpugnable, pudiendo ser reducida sólo por hambre. A los pies de esta colina encontramos el pueblo de Chiuma ****15, un lugar que tiene unos siete u ocho mil habitantes. El paisaje que se extiende alrededor consiste principalmente en campos de maíz pero entremezclados con olivares. Hay muy poca agua en las cercanías y, como consecuencia de la escasez de este bien necesario, durante algunos años los campos han sido tan poco productivos que los habitantes, al no tener exceso de mercancías para mandar a zonas más fructíferas a cambio de artículos de primera necesidad, están pasando hambre.
Desde Chiuma bajamos a una llanura en cuyo extremo alcanzamos el río Guadalhorce, que va serpenteando por entre las montañas hasta que desemboca en el mar en Málaga; en este punto es simplemente un pequeño, aunque bello arroyuelo que baña la base de una elevadísima roca perpendicular, muy célebre en el período en que los árabes gobernaban Granada. Mariana el historiador relata una trágica historia de dos amantes, los cuales huyeron de Granada y que al ser perseguidos por los árabes se lanzaron desde esta roca para evitar el cautiverio. Mr. Southey ****16se la ha ofrecido al lector inglés en su balada:
La doncella, por la oscuridad de la noche favorecida, desde Granada se dio a la fuga.
Dijo adiós a la casa de su padre,
y con Manuel comenzó su huída.
Ninguna doncella mora podía rivalizar
Con las mejillas o la mirada de Laila.
No hubo muchacha que amase con más pura verdad,
o que hubiese amado a un apuesto joven con más lealtad.
Temiendo por sus vidas cruzando la Vega en su huida,
La cólera del padre, la cadena del cautivo. Llenos de esperanza hacia Murcia en su partida,
hacia la paz, el amor y la libertad.
Etc., etc.
Desconozco la razón del poeta para aprovecharse de la licentia poetica y haber colocado esta roca en el camino de Murcia, cuando se encuentra en el sentido opuesto, y cuando el nombre de Sevilla, el lugar al que se dirigían en su huida, podría haber convenido para su propósito justo tan bien como el de Murcia.
Una hora de camino desde la Peña de los Enamorados nos llevó a través de un fértil valle hasta esta ciudad ****17. Como otras muchas en esta parte de España, se encuentra bellamente situada, está rodeada de bonitos jardines y ricos campos, y está adornada por las magníficas montañas que se levantan al fondo; aunque una inspección desde más cerca creó el disgusto habitual. Estamos, sin embargo, en una cómoda posada, donde podemos disfrutar nuestras comidas y nuestras camas de paja cuando volvemos de ver las curiosidades que nos llaman la atención. Debo señalar que en todo el camino desde Loja hasta este lugar, una distancia de unas veinticinco millas, no nos cruzamos con ni un sólo viajero; y, a excepción del pueblo de Chiuma, no vimos ni una sola casa.
La siguiente carta está fechada en Antequera en enero de 1810 desde donde escribe acerca de la población, de su antigüedad, de las pinturas de Mohedano, de la variedad de arbustos y de los manantiales de agua mineral.
Creo que un grado de vanidad con respecto a las ciudades donde ellos viven induce con frecuencia a los españoles a exagerar su población. Yo había sido informado de que esta ciudad tenía ocho mil familias, las cuales, tomando el modo usual de estimar familias, darían una población de cuarenta mil. La ciudad, de hecho, es muy grande y ya que es muy antigua en ella abundan los edificios romanos y árabes lo que le proporciona una apariencia de extraordinaria grandiosidad. No se conoce la fecha de su fundación pero se hace referencia a ella en el Itinerario de Antonino y se menciona como un municipio en una de entre las numerosas inscripciones que se han conservado. En otra hay prueba de su existencia en el año 77 de la era cristiana, ya que está citada en el octavo consulado del Emperador Vespasiano.
Ochenta años antes de la conquista de Granada, esta ciudad fue tomada por Juan, el segundo Rey de Castilla, y aún se conservan en el castillo árabe las armas que fueron requisadas por los cristianos. Parece que estos restos nos muestran que los árabes utilizaban armaduras defensivas muy pesadas y que empleaban unas jabalinas cortas para arrojarlas al enemigo, ballestas para lanzar piedras o flechas y escudos de forma ovalada, formados por dos pellejos, tan bien pegados como para resistir la bala de un mosquetón. El castillo en el que se encuentra depositado este armamento está en mejor estado de conservación que ninguna de las fortalezas que he visto y su entrada, llamada el Arco de los Gigantes, es la más bella muestra de su arquitectura. Dentro del recinto se encuentra la iglesia de Santa María, que fue con anterioridad una mezquita musulmana y donde no se ha llevado a cabo ninguna alteración, salvo la introducción de un gran número de cuadros malísimos, estatuas de mala calidad y ornamentación de muy mal gusto y ahora está convertida en un lugar cristiano para la oración.
El convento de los franciscanos tiene algunas columnas del mármol rosa veteado más bonito que yo haya visto nunca. Son veintiocho y sostienen los arcos del claustro. Observé en varias de las iglesias algunas pinturas al fresco bastante buenas las cuales supe que fueron obra de Antonio Mohedano, quien fue conocido, allá por el 1600, como uno de los mejores artistas de su tiempo. Aunque sus principales trabajos se encuentran en los muros de las iglesias de esta su ciudad natal, en los de las iglesias de Córdoba y en los claustros del convento de los franciscanos en Sevilla, su mérito sólo puede ser apreciado por aquellos que contemplan sus obras en el lugar en el que fueron ejecutadas. Mohedano obtuvo gran celebridad como poeta y sus composiciones, publicadas en 1605, se siguen admirando hasta hoy día. Este lugar tuvo otro pintor de singular mérito, de acuerdo con sus contemporáneos, pero ya que mostró su talento en muros y no en lienzos, al igual que Mohedano, su fama no se ha extendido tanto como merece. Su nombre fue Jerónimo Bovadilla, discípulo de Zurbarán y llegó a ser miembro de la Academia de Sevilla, donde murió en 1680, dejando a esa institución sus bocetos y dibujos, los cuales son muy apreciados.
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