En estas redes, los estudios de la relación entre religión y educación han sido escasos, y más aún, los que vinculan ética y religión. Por otra parte, el estudio de la relación entre educación y valores —un tema cercano a la ética y la religión—, ha sido específicamente trabajada en la Red de Educación y Valores centrada particularmente en la dinámica de lo que se conoce como formación de valores. De manera incipiente, en los encuentros y congresos que realizan las redes anteriores, el tema de ética y religión ha estado presente en algunos trabajos, pero se puede considerar, al revisar la literatura publicada por estas organizaciones en el formato de memorias o libros, que el tema está prácticamente ausente, por lo que se sostiene que se trata de un campo emergente. En esta lógica se encuentra el trabajo que ahora se presenta.4
En el caso mexicano los estudios presentados en las redes de investigadores señaladas, se enfocan particularmente a observar los siguientes asuntos: la transformación de las creencias religiosas y neorreligiosidades, el desarrollo del culto, la subjetivación de las creencias por los actores religiosos, los estudios de grupos religiosos y la relación entre política y religión. Así, se deja de lado el planteamiento de la moral religiosa por considerarlo alejado del campo de las ciencias sociales, y por su relación con la filosofía. Es en el caso de las instituciones de educación superior (ies) públicas y privadas de matriz religiosa, donde se han realizado algunos acercamientos al tema.5
Este trabajo da cuenta de un acercamiento cualitativo a un grupo de jóvenes, estudiantes de pregrado en una universidad particular situada en la zona metropolitana de Guadalajara. La edad de los estudiantes se sitúa en el rango 18-22 años. Se eligió a 20 personas de un grupo de 907 para dar seguimiento a sus opiniones escritas a propósito de dos momentos de discusión en un curso que tiene como eje de análisis los sistemas de creencias religiosas.6 Los textos analizados giraron acerca de las siguientes intenciones: establecer la narrativa en torno a la experiencia religiosa con la que los estudiantes iniciaban el curso; y establecer un posicionamiento —al final del curso— sobre cómo será la religión del futuro. La pregunta que ha guiado el estudio es ¿qué rasgos religiosos muestra la configuración moral de estudiantes de pregrado en una universidad privada de la zmg? El análisis de los textos muestra la correlación que establecen los estudiantes entre los asuntos de ética y religión, los vínculos y distancias que detectan, y la crítica que realizan a los sistemas de creencias en los que fueron educados. El aporte de este acercamiento al estudio de la relación entre ética y religión muestra que, ante la reconfiguración del sistema de creencias religiosas, las creencias morales se deslindan de la religión de manera formal en temas puntuales, pero no se localizan distancias entre los posicionamientos de los estudiantes cuando reflexionan sobre su marco ético.
La relación ética-religión
Todo sistema religioso tiene tres componentes básicos: un conjunto de creencias, una forma de relacionarse con lo trascendente y una manera de exponer la relación del creyente con el mundo. Si bien no existe homogeneidad total en la comprensión de cada componente, es un hecho ampliamente apuntado, la existencia de estos componentes.7 La tendencia en muchos grupos de investigadores es el señalamiento de la muerte de la religión o al menos el fin del imaginario religioso católico (González Faus, 1998: 39-55). Sus acercamientos al objeto de estudio de corte religioso fenoménico, les permite especificar que el vaciamiento de los templos con el alejamiento de sus implicaciones rituales muestra el repliegue de las creencias religiosas. Así lo suelen señalar estudiosos del asunto como José María Corbí8 al señalar un cambio radical en la epistemología y en los sistemas de valores en las sociedades europeas, al mismo tiempo que la emergencia de una espiritualidad laica vinculada al silencio, al vaciamiento y a la reconversión de la religión que se sostienen en la construcción de un camino interior que supera o va más allá de las tradiciones religiosas. Se trata de reconocer el camino de sabiduría frente a los caminos rituales y dogmáticos de los sistemas religiosos, hecho que identifica con la espiritualidad y a la que llamará cualidad humana profunda. En otro extremo, el teólogo José María Vigil señala —moviéndose en dos arenas: el del catolicismo progresista de la teología de la liberación y del pluralismo religioso, así como el paradigma posreligional— que ante la vivencia del hecho religioso se puede reconocer la emergencia de un momento axial de la historia de los sistemas religiosos, ante los que el cristianismo se enfrenta a la posibilidad de una conversión epistemológica (Vigil, 2018). Dicha conversión epistemológica consiste en transitar de la comprensión de la verdad en términos abstractos identificada con la divinidad, a una verdad relativa a los sujetos históricos, contextualizada, donde las religiones pierden su carácter absoluto para convertirse en mapas para el camino.
Las características de la verdad del cristianismo, que inicia su construcción con Constantino, tuvo consecuencias desastrosas para la relación ética-religión:
Aquella verdad religiosa no era inocua ni gratuita, sino una Verdad que hizo de las Iglesias cristianas, de la raza blanca, de la raza europea, y también del varón, los seres privilegiados de la Tierra. Aquella Verdad, que aun siendo software al fin y al cabo, era una poderosísima arma de dominación, que sometió imperios, entronizó razas, destruyó culturas y religiones, justificó esclavitudes, degradó a la mujer (Vigil, 2018: 89).
Desde esta lógica, la comunicación de los elementos morales pasó a ser un proceso colonizador de la moral de las comunidades y sujetos que recibieron el mensaje cristiano. La ética, como reflexión sobre la moral, fue obviada ante la seguridad de las respuestas cerradas. Se llegó a implementar un sistema objetivista de la verdad moral que permitía erróneamente considerar la existencia de una y única verdad. Con ello aparecen las respuestas universalistas tradicionales que sostienen el valor de las normas morales en un horizonte trascendente —algunas veces con Dios a la cabeza como dador de sentido de la existencia (Tugendhat, 2010: 65)—. Así, el criterio de verdad fue el de la adecuación entre las cosas y lo que se piensa, se dice, y se hace con ellas. Este criterio se expresó en la fórmula adecuatio rei et intellectus, acuñada por los medievales. La modernidad, con Kant a la cabeza, se encargó de señalar las insuficiencias de esta cuestión, para mostrar la necesidad de la construcción válida de un fundamento de la acción humana, que permitiera la búsqueda de una estructura formal que diera cobijo a la universalidad de las normas, desde la racionalidad y el reconocimiento del reino de fines, sin necesidad de entidades trascendentes y de mediaciones institucionales como las religiones. Si bien la modernidad no pierde el carácter universalista de la ética por la extensión del concepto de deber, abre la puerta al reconocimiento de la pluralidad en términos epistemológicos.
En oposición a lo anterior, la ética del sistema religioso cristiano, tal como se comprendió en la época del paradigma helénico hasta el de la cristiandad tradicionalista, derivó en un alejamiento de la humanización del ser humano, y en los casos menos conflictivos, en una humanización bajo el modelo religioso. La tarea de acompañar en el crecimiento y el desarrollo humano fue asumido como una acción de adecuación a una visión de mundo, que no permitía rupturas a riesgo de condenas caracterizadas por el “excesivo celo teórico, por el acento intelectual, doctrinario, teológico, dialéctico, polemizador, buscador de criptoherejías” (Vigil, 2018: 93).
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