Esto vendría a significar que lo “local” es un sitio idóneo para el capital transnacional y un lugar fundamental —desde la fuerza de trabajo que ofrece hasta la publicidad que podría demandar— para la configuración de formaciones particulares de capital-y-cultura global-locales. Hace poco Coca-Cola Inc. aseguró que “no somos una multinacional, somos una multilocal”. Sony podría haber agregado: “y personal”. En palabras de Nederveen Pieterse, también citadas por Robbins, “el otro lado de la hibridez es la convergencia transcultural”. Desde esta perspectiva, los capítulos sobre la economía cultural de la globalización, y la tendencia a la fusión de capital y cultura, constituyen una pedagogía ideológica; pero, por supuesto, el corazón de la ideología siempre ha sido el lugar —la localización— más propicio para el estudio cultural en su vertiente más radical.[25]
El problema de la serie, sin embargo, es que funciona sin un concepto de ideología. Decantándose por los análisis contingentes, se resiste a emprender una crítica de las formaciones transnacionales de cultura-capital contemporáneas, en las cuales, no obstante, se inscriben las prácticas culturales híbridas que recupera. Con el aparente “regreso” de la instancia económica en los estudios culturales, la serie se rehúsa explícitamente a pensar el problema en términos políticos. El abandono de lo “político” en favor de lo “cultural” —en la economía política— significa también que no hay señal alguna de negatividad política, tan sólo formas “locales” de resistencia administrada dentro de configuraciones de capital global-locales. Ello podría deberse a que la idea de “producción” que forma parte del circuito de la cultura es más cercana a la idea de “trabajo” y, por otra parte, explícitamente antimarxista; de hecho, una de las estrategias retóricas clave de los textos de la serie consiste en que crean su propio espacio intelectual situándose entre las versiones neoliberal y marxista. En otras palabras, se trata de una producción sin relaciones de producción. O, recurriendo una vez más a la crítica de Morris al populismo, una producción sin producción. Claro que, así como se ha vuelto difícil trazar los contornos de una cambiante y fantasmagórica burguesía transnacional dominante, también se hace cada vez más difícil reconocer sus modos de negación. Pero tal vez el concepto posgramsciano de la subalternidad, acuñado por historiadores críticos de la India durante los años ochenta, podría servir para lidiar con esa negatividad socializando y politizando —a través de la escisión— la “hibridez” y “lo local” dentro de lo global, los cuales, sin tal teorización, se vuelven a su vez réplicas fetichistas de los deseos del capital,[26] en otras palabras, se vuelven ideológicos. Los estudios culturales sin una ideología-crítica corren el riesgo de volver a convertirse en la antropología que habían dejado atrás. Quizá no se tratará de una antropología populista, dadas las geometrías contingentes del poder que evoca, y podría incluso ser históricamente “llena”; pero también potencialmente “ciega”.
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