Los libros del Deuteronomio y del Éxodo contienen numerosas referencias normativas sobre moralidad y que hoy podrían, con la debida actualización, estar incluidas en un tratado de normas de etiqueta y cortesía social aunque, desde luego, enunciadas de diferente forma.
2.3. Los 613 mandamientos o preceptos de la Torá
En este punto, quizá convendría citar los mandamientos o preceptos de la Torá, denominados Mitzva, y cuyo número asciende a 613.
Estos mandamientos no utilizan la forma condicional del Código de Hammurabi o el Antiguo Testamento de la Biblia, sino que son más tajantes y menos descriptivos. La mayoría de ellos comienzan negando una actividad impropia a la que no se impone castigo.
La lectura de la Torá requiere una especial dicción y entonación y, por lo tanto, es necesario conocer su protocolo. Parece que existe un significado y un mensaje paralingüístico en la lectura de este libro sagrado que suele ser leído por un profesional de la lectura denominado Jazan, aunque cualquier hombre judío mayor de edad tiene el derecho a hacerlo.
Algunos de los mandamientos recogen códigos de conducta que aún hoy tienen validez en determinados lugares. Muchos de los valores que hoy entendemos como necesarios para ser considerado como persona de “buena educación” son comunes a religiones y culturas. Prueba mínima del espacio común que comparten diferentes religiones son las Mitzva que le detallo a continuación:
Verdad y sinceridad. Mitzva 236: no calumniar.
Veneración por la ancianidad a la que se considera sabia, Mitzva 257: respetar a los ancianos.
Norma de relación social. Mitzva 48: no comer ni beber glotonamente y sin modales.
La religión hebrea valora sus normas frente a las de otras religiones o grupos sociales, lo que refuerza la idea de comunidad y mantiene la tradición y cultura propia. Mitzva 262: no conducirse según las costumbres y leyes específicas de las naciones.
2.4. El islam y el protocolo
Parece que el islam es la religión que más mandamientos tiene relacionados con los modales, la etiqueta y la cortesía.
Hay numerosos relatos en los escritos sagrados de esta religión que detallan extensísimos catálogos de normas para las relaciones sociales, además de especificar los rituales que deben seguirse antes, durante y después de las ceremonias.
La religión musulmana orienta a sus practicantes hacia la perfección espiritual y presencial. Todos los musulmanes deben cuidar su presencia y comportamiento público “distinguiéndose por su apariencia, vestimenta y comportamiento decente y buenas acciones, para que sea un buen ejemplo y un digno portador del grandioso mensaje que le transmite a las personas[7]”.
Para un buen musulmán, es inseparable la naturaleza interna de la persona de su apariencia, procurando un equilibrio entre las exigencias de cuerpo, mente y espíritu.
Menciono, a continuación, algunas de las normas de conducta que un buen musulmán debe cumplir:
“Si alguno de vosotros quiere bostezar, que trate de evitarlo tanto como le sea posible[8]”. El bostezo es la muestra inequívoca de aburrimiento y, por lo tanto, pone de manifiesto que lo que acontece carece de interés.
“Menciona el nombre de Allah, come con la mano derecha, y come de lo que está directamente delante de ti[9]”. La izquierda es una mano impura en el islam y por eso, tanto el saludo llevado a cabo por los hombres como cualquier otra acción pública se practican con la mano derecha. En cuanto a la obligación de comer “[…] de lo que está directamente delante de ti”, parece que es un requerimiento social para evitar entorpecer a los demás.
“El creyente se lleva bien con las personas y ellas se sienten cómodas con él. No hay beneficio en el que no se lleva bien con las personas y con quien ellas no se sienten cómodo”[10]. La amabilidad y la benevolencia son condiciones exigibles para el buen musulmán.
“El musulmán nunca se olvida que el islam lo anima a cuidar su apariencia y vestirse con ropa limpia cada vez que reza, y que también le advierte de no excederse en eso convirtiéndose en un esclavo de su apariencia”[11].
Como conclusión, cabría destacar el importante papel que las religiones han desempeñado en la regulación de las conductas públicas de sus practicantes y que, de modo determinante, han permitido la evitación de conflictos desde sus inicios hasta nuestros días. Evitar los problemas entre personas puede ser considerado uno de los principales objetivos del protocolo.
Muchas de las actuaciones consideradas buenas o malas son fruto de la normativa de edad milenaria derivada de la necesidad primitiva de establecer límites para la actuación humana y procurar una armónica convivencia.
El cristianismo, por ejemplo, además, estableció un sistema de valores punibles o premiables con el infierno o el cielo. Fríamente analizados, los códigos religiosos de comportamiento resultan un inteligente modo de prevenir acciones personales indeseables, además de crear una fórmula eficaz para atemorizar, con el dolor y el castigo eterno, a quienes no se comporten adecuadamente en su vida terrenal.
En esencia, el sistema actual de conducta pública es similar al que promovieron inicialmente las religiones. La diferencia, sin embargo, está ahora en que los premios o castigos no se retrasan hasta después de la muerte y que las sociedades se han dotado de mecanismos de prevención premiando las conductas apropiadas con el reconocimiento social, o mereciendo el castigo, rechazo y desprecio público.
3. Hacia una definición moderna de protocolo
En multitud de ocasiones me he visto obligado a explicar qué es protocolo. El primer comentario que oigo cuando digo que trabajo en protocolo es “ah ya, ya… Eso de cómo se come y lo de besar la mano a una señora... y lo de vestir con chaqué y corbata…”. Esta definición no es del todo falsa porque es una de tantas acepciones que tiene el término protocolo. Sin embargo, tampoco cubre en modo alguno la realidad protocolaria del siglo XXI. Dentro del concepto de protocolo se incluyen varias definiciones que están íntimamente ligadas entre sí y que aclararemos a continuación.
Por un lado, se puede contemplar el protocolo como un conjunto de técnicas orientadas a la finalización con éxito de la organización de actos, ya sean estos oficiales, empresariales o sociales. Definiciones relacionadas con la anterior, más o menos acertadas, existen tantas como autores. Merece la pena destacar a quienes disponen de gran experiencia en la materia y, entre ellos, cito a continuación a algunos:
El Prof. Dr. Fernando Ramos Fernández[12] afirma que protocolo es la “Ciencia comunicativa al servicio de la excelencia en las manifestaciones públicas de la empresa y las instituciones en orden al interés de su imagen pública”.
Felio A. Vilarrubias[13] asevera que protocolo “es la traducción escrita de los usos y tradiciones de un determinado país o territorio en fórmulas reglamentadas”.
José Antonio de Urbina, al que cita Carmen Cuadro Esclápez[14], lo define como “aquella disciplina que con realismo, técnica y arte (pues tiene de las tres cosas) determina las estructuras o formas bajo las cuales se realiza una actividad humana pluripersonal e importante; con objeto de su eficaz realización y, en último lugar, de mejorar la convivencia”.
José Daniel Barquero y Fernando Fernández[15] lo definen como “la normativa que es legislada o establecida por usos y costumbres donde se determina la precedencia y honores que deben tener las personas y símbolos, la solemnidad y desarrollo del ceremonial de los actos importantes donde se relacionan las personas para un fin determinado”.
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