De la situación en la que la Ley del Talión “Ojo por ojo, diente por diente” era la única forma de limitar las acciones humanas que rompían la convivencia, hemos pasado a establecer escalas de valores que premian los logros y las aportaciones sociales y a destacar a quien la mayoría quiere distinguir. Ahora premiamos el logro que es valorado por la mayoría y no por una minoría poderosa. Así ha nacido el protocolo, que es norma de convivencia y que ayuda al éxito de las relaciones humanas.
En este capítulo haremos un recorrido histórico en el que analizaremos cómo aparecieron las primeras normas sociales, la evolución de las mismas hasta nuestros días y lo que finalmente ha perdurado porque es válido en la actualidad. El fondo, las formas y las normas han evolucionado y pasado de ser impuestas por unos pocos, en beneficio de minorías, hasta ser decididas por la mayoría y en beneficio de todos.
Las sociedades necesitan del protocolo, que coloca a cada cual en el lugar que le corresponde y premia las conductas valiosas, de acuerdo con una escala de valores que cada sociedad y cultura ha elaborado, según sus necesidades. Así se hace protocolo y así, creo yo, se debe explicar.
2. Los inicios del protocolo
Comenzar por el principio siempre es bueno. Sobre los antecedentes del protocolo en el mundo, y particularmente en Europa, otros han escrito antes que yo y probablemente lo han hecho con más profundidad. Una extensa introducción histórica al protocolo no es imprescindible para completar este libro, pero sí es necesaria para alcanzar su propósito.
Dado que se pueden desconocer los antecedentes del protocolo, solo se mencionará que la ordenación de las personas de acuerdo con su importancia relativa y los buenos modos de actuar –que provocan la comodidad de los demás y la de quien los pone en práctica– ya se tenían en cuenta hace miles de años.
El Dr. Fernández y Vázquez[1] señala que “el primer manual de etiqueta data aproximadamente de 2.000 años antes que la propia Biblia. Su autor fue Ptahotep”. En lo que se refiere a ceremonial de Estado, el mismo autor cita a los egipcios como los primeros que desarrollaron normas sobre el protocolo de Estado 3.000 años a. C.
No hay más remedio que citar a Hammurabi, sexto rey de Babilonia (1792-1750 a. C.), que creó un gran imperio y estableció uno de los primeros códigos de leyes de la historia, conocido como Código de Hammurabi[2]. Este código fue encontrado a principios del s. XX y está escrito sobre una piedra de más de dos metros de altura cuyas réplicas debieron colocarse estratégicamente en diferentes lugares de las ciudades de manera que cualquier ciudadano de la época pudiese conocer cuáles eran las normas de actuación y las consecuencias que podría acarrearle no ponerlas en práctica.
La razón para que Hammurabi escribiese o mandase escribir este código debió ser, más que la satisfacción de los dioses y la determinación de normas protocolarias, la implementación de mandatos para la convivencia y el “bienestar de la gente”. El hecho de que esté tallado sobre piedra da al mismo un carácter y una intención inmutable y perdurable.
Aun cuando las introducciones de muchos libros de protocolo hacen mención a este código, afirmando que es el primer tratado en el que se determinan normas relacionadas con ceremonial y etiqueta, yo no he encontrado en el mismo más que menciones a un sistema de castas que algunos –equivocadamente creo yo– pretenden identificar con el establecimiento de las primeras precedencias escritas. Lo cierto es que en este código de 282 leyes[3], la inmensa mayoría de estas hace referencia a conductas punibles y al modo en que se castigan. Lo he leído incluso en inglés[4] intentando descifrar la razón en la que se basan algunas publicaciones que lo citan como paradigmático, pero no he logrado encontrar las razones a las que algunos autores hacen mención.
Para que usted pueda acercarse a la realidad de este código, cito textualmente alguna de esas leyes.
Ley 153: “Si la esposa de uno lo hace matar por causa de otro hombre, irá al patíbulo”.
Ley 192: “Si el hijo de un favorito o de una cortesana, dijo al padre que lo crio o la madre que lo crio: ‘tú no eres mi padre’, ‘tú no eres mi madre’, se le cortará la lengua”.
Hammurabi ordenó escribir su código desde la perspectiva del “ojo por ojo” o “ley del talión” y en él predominan los castigos impuestos por la comisión de determinadas faltas.
Lo único que podría tener relación, casi sin interés desde el punto de vista protocolario moderno, es la jerarquización social.
Así, se establecen tres grupos fundamentales:
Los hombres libres o awilum.
Los mushkenumo subalternos.
Los esclavos o wardum.
Además, en el reglamento de Hammurabi se delimitan las responsabilidades de arquitectos, médicos y otras profesiones, pero no he encontrado nada relacionado con protocolo.
Otros autores mencionan a los faraones y al antiguo Egipto como los verdaderos promotores de las primeras normas protocolarias, remontándose incluso a cronologías anteriores a Hammurabi. Lo cierto es que este código no hace mención expresa a ordenación de personas –entiéndase establecimiento de precedencias– ni a la determinación de conductas premiables, sino a las que se consideran inapropiadas y, por tanto, merecedoras de castigo.
Dado que este libro no pretende profundizar en los antecedentes históricos del protocolo, no se hace mención a ellos salvo para el caso de las religiones, por la influencia ejercida sobre las sociedades, tanto en el pasado como en el momento presente.
Es innegable que los diferentes modelos sociales están influenciados notablemente por la religión. Resulta probable, entonces, que el futuro continúe viéndose afectado por la religión en muchos aspectos. Así que, para encontrar referencias escritas relacionadas clara y directamente con el protocolo, la cortesía o la etiqueta, hay que remontarse a los libros sagrados de las principales religiones: cristiana, musulmana y hebrea. A ellas se dedica el siguiente apartado.
2.1. Protocolo en los libros sagrados
En los diferentes libros sagrados de las religiones a los que he hecho mención con anterioridad, hay numerosas crónicas que hacen referencia al establecimiento de precedencias y a los modos de actuar correctos o inadecuados.
Como ya se ha mencionado, la inmensa mayoría de las reseñas están relacionadas con las actitudes sociales premiables o reprochables y los requerimientos de pulcritud que se consideran imprescindibles para ponerse en presencia de Dios o de los hombres más venerables. También hay numerosas alusiones a la correcta forma de desenvolverse en banquetes y actos sociales.
Juan José Feijó, en uno de sus artículos[5], cita varios pasajes bíblicos en los que se destacan “[…] pautas sobre la cortesía y el comportamiento en la mesa […] y referencias al papel del Anfitrión y la colocación de los invitados de honor, las preeminencias en el banquete, la cesión de puestos, la cortesía en la mesa o el ceremonial, entre otros aspectos protocolarios”.
Uno de esos pasajes pertenecientes al Libro de Samuel dice así: “El rey estaba sentado en su sitio, según su costumbre, junto a la pared”. En tan corta frase, hay tres referencias importantísimas a los modos protocolarios de conducirse. Estas son:
El rey se sienta en un lugar diferenciado de los demás, “en su sitio”. Con esta expresión se admite que, en su calidad de rey, tiene derecho a la elección de lugar y, por tanto, establece de modo implícito una relación jerárquica entre los que participan en el banquete.Buscando un paralelismo entre la idea anterior y una situación real y reciente, podríamos mencionar el gesto que ejecutó S. M. el Rey Don Juan Carlos en el acto por el que abdicó la Corona. En este acto, los organizadores dispusieron todos los asientos alineados, en los que se habrían de sentar D. Juan Carlos, Doña Sofía, Don Felipe y Doña Letizia. Deliberadamente se dispuso uno de los asientos de altura y de tamaño mayor que el resto porque Don Juan Carlos estaba recuperándose de una dolencia en la cadera. Lo destacable de la situación es que, a su llegada, Don Juan Carlos ocupó el asiento más destacado, mientras que, una vez firmada la abdicación, el Rey emérito cedió el asiento al futuro Rey D. Felipe VI.
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