Sarah MacLean - Lady Hattie y la Bestia

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Lady Hattie y la Bestia: краткое содержание, описание и аннотация

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El plan de la dama…Lady Hattie Sedley quiere heredar los negocios de su padre, para eso, necesita asegurarse un futuro como solterona, y sabe exactamente cómo conseguirlo. Todo va a la perfección hasta que encuentra maniatado en su carruaje al hombre más guapo que haya visto jamás, lo que podría suponer arruinar sus planes antes de ponerlos en marcha. La propuesta de la bestia…Cuando se despierta en un carruaje a los pies de Hattie, Whit, uno de los reyes de Covent Garden, conocido por todo el mundo como Bestia, no puede evitar sentirse atraído por la extraña mujer que lo libera, sobre todo, cuando descubre que ella se dirige a disfrutar de una noche de placer… en su territorio.Una pasión inesperada…Hattie y Whit acabarán convertidos en unos feroces rivales, tanto en los negocios como en el placer: ella no renunciará a sus planes y él no va a renunciar a su poder… Sin embargo, ninguno de ellos prevé que, si no tienen cuidado, no tendrán más remedio que renunciar a todo, incluidos sus corazones.

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—Es ella.

—¿Así que Ewan está tra­ba­jan­do con Che­ad­le? —dijo Diablo, sa­cu­d­ien­do la cabeza—. ¿Por qué el conde se pon­dría en nues­tra contra? No tiene sen­ti­do.

Y no lo había hecho. Andrew Sedley, conde de Che­ad­le, era muy que­ri­do en los mue­lles. Su ne­go­c­io era fuente de tra­ba­jo ho­nes­to y pagaba bien. Los tipos que tra­ba­ja­ban en el Tá­me­sis lo co­no­cí­an como un hombre justo, dis­p­ues­to a con­tra­tar a cual­q­u­ie­ra con un cuerpo capaz y un gancho fuerte, sin im­por­tar el nombre, el lugar de pro­ce­den­c­ia o la for­tu­na.

Los Bas­tar­dos nunca habían tenido mo­ti­vos para hacer ne­go­c­ios con Sedley, ya que él se de­di­ca­ba en ex­clu­si­va al tras­la­do de mer­can­cí­as, pagaba sus im­p­ues­tos y man­te­nía su ne­go­c­io sa­ne­a­do, lejos de toda sos­pe­cha. Sin armas. Sin drogas. Sin per­so­nas. Las mismas reglas con las que ju­ga­ban ellos, aunque los Bas­tar­dos ju­ga­ban en la mugre: su con­tra­ban­do se es­pe­c­ia­li­za­ba en el al­co­hol y el papel, el cris­tal y las pe­lu­cas y cual­q­u­ier otra cosa gra­va­da más allá de la razón por la Corona. Y no tenían miedo de de­fen­der­se con la fuerza.

La idea de que Che­ad­le pu­d­ie­ra ha­ber­los ata­ca­do era in­com­pren­si­ble. Pero Che­ad­le y su atre­vi­da hija no es­ta­ban solos.

—Es cosa del hijo —dijo Whit. August Sedley era, según todos los in­di­c­ios, un im­bé­cil in­do­len­te, pri­va­do de la ética y el res­pe­to que su padre sentía por el tra­ba­jo.

—Podría ser —dijo Fe­li­city—. Nadie sabe mucho de él. Es en­can­ta­dor pero no muy in­te­li­gen­te.

Lo que sig­ni­fi­ca­ba que el joven Sedley ca­re­cía del sen­ti­do común ne­ce­sa­r­io para en­ten­der que en­fren­tar­se a los cri­mi­na­les más co­no­ci­dos y que­ri­dos de Covent Garden no era algo que se pu­d­ie­ra hacer a la ligera. Si el her­ma­no de Hattie estaba detrás de los asal­tos, solo podía sig­ni­fi­car una cosa.

—Ewan tiene al her­ma­no ha­c­ien­do su tra­ba­jo y la her­ma­na pro­te­ge a su fa­mi­l­ia. —Diablo tam­bién lo en­ten­dió así.

Whit co­no­cía el precio de eso. Gruñó ex­pre­san­do su ac­uer­do.

—Ella se eq­ui­vo­ca —dijo Diablo, gol­pe­an­do su bastón contra el suelo otra vez y mi­ran­do a Jamie—. Esto se acabó. Nos en­car­ga­re­mos del hijo, del padre y de toda la mal­di­ta fa­mi­l­ia si es ne­ce­sa­r­io. Nos con­du­ci­rán hasta Ewan, y pon­dre­mos fin a eso. —Lle­va­ban dos dé­ca­das lu­chan­do contra Ewan. Es­con­dién­do­se de él. Pro­te­g­ien­do a Grace de él.

—A Grace no le gus­ta­rá —dijo Fe­li­city en voz baja. Hacía una vida, Diablo y Whit habían hecho una pro­me­sa sin­gu­lar a su her­ma­na: no harían daño a Ewan. No im­por­ta­ba que fuera el cuarto de su banda y que los hu­b­ie­ra tr­ai­c­io­na­do más allá de la razón. Grace lo había amado. Y les había hecho pro­me­ter que nunca lo to­ca­rí­an.

—Grace tendrá que pasar por esto. Ahora viene a por algo más que a por no­so­tros. A por algo más que su pasado. Ahora viene a por nues­tros hom­bres. —Grace no for­ma­ba parte de eso. Whit negó con la cabeza.

Iba a por el mundo que los Bas­tar­dos pro­te­ge­rí­an a toda costa. Era hora de ter­mi­nar con ello.

—Yo lo haré. —Whit miró a su her­ma­no.

Un golpe en la puerta del edi­fi­c­io acom­pa­ñó estas úl­ti­mas pa­la­bras; el sonido se es­cu­chó amor­ti­g­ua­do en la dis­tan­c­ia. Otro cuerpo, sin duda. Siem­pre había al­g­u­ien que ne­ce­si­ta­ba cui­da­dos en el Garden y se con­de­na­ría si dejaba que un aris­tó­cra­ta con título sumara más muer­tos a su cuenta.

—¿Todo? —Los her­ma­nos se mi­ra­ron fi­ja­men­te.

—El ne­go­c­io, el nombre, todo lo que tenga valor. Lo de­rri­ba­ré. —El joven Sedley se había cru­za­do en el camino de los Bas­tar­dos y, con ello, había cavado su propia tumba.

—¿Y lady Hen­r­iet­ta? —dijo Fe­li­city, lle­van­do a Whit al límite con la men­ción del tra­ta­m­ien­to ho­no­rí­fi­co. No le gus­ta­ba como aris­tó­cra­ta; la pre­fe­ría como Hattie—. ¿Crees que ella forma parte de esto? ¿Crees que tra­ba­ja con Ewan?

—No. —Esa res­p­ues­ta lo re­co­rrió de arriba abajo.

—¿Cómo lo sabes? —pre­gun­tó Diablo mien­tras lo ob­ser­va­ba de­te­ni­da­men­te.

—Lo sé.

No era su­fi­c­ien­te.

—Ella nos en­tre­ga­rá a su her­ma­no.

—¿Acaso tú re­nun­c­ia­rí­as a los tuyos? —Diablo lo miró en si­len­c­io.

Whit apretó los dien­tes.

—¿Y si no lo hace? —pre­gun­tó Fe­li­city—. ¿Qué pasará con ella, en­ton­ces?

—En­ton­ces será un daño co­la­te­ral —dijo Diablo. Whit ignoró el dis­gus­to que le pro­vo­ca­ron aq­ue­llas pa­la­bras.

—¿No es eso lo que yo fui una vez? —Fe­li­city miró a su marido.

—Por un ins­tan­te, amor. Y fue su­fi­c­ien­te como para que re­cu­pe­ra­se el sen­ti­do común. —Diablo tuvo el de­ta­lle de pa­re­cer dis­gus­ta­do.

—Si ella es el ene­mi­go, tam­bién me en­car­ga­ré —dijo Whit.

—¿Sí? —Diablo arqueó una ceja.

«Eres muy in­con­ve­n­ien­te». «Es el Año de Hattie».

Re­cor­dó frag­men­tos de la con­ver­sa­ción en el ca­rr­ua­je.

—Aunque no sea el ene­mi­go —señaló Diablo—, pro­te­ge al hombre que lo es. —Cruzó los brazos sobre el pecho y tanteó a su her­ma­no con una mirada firme—. Lo que la con­v­ier­te en va­l­io­sa.

«Le daba ven­ta­ja».

—No ten­drás más re­me­d­io que mos­trar­le la verdad sobre no­so­tros, her­ma­no —dijo Diablo en voz baja—. No im­por­ta cuánto te guste su as­pec­to.

«La verdad sobre ellos», los Bas­tar­dos Ba­rek­nuck­le no de­ja­ban a sus ene­mi­gos con vida.

—So­lu­ció­na­lo antes de que ten­ga­mos que mover más pro­duc­to —dijo Diablo. Un nuevo car­ga­men­to lle­ga­ría a puerto la pró­xi­ma semana.

Whit asin­tió con la cabeza cuando se abrió la puerta de la ha­bi­ta­ción y apa­re­ció el doctor.

—Tiene un men­sa­je. —Abrió to­tal­men­te la puerta y apa­re­ció uno de los me­jo­res vigías de los bas­tar­dos.

—Brix­ton —le dijo Fe­li­city al chico, que in­me­d­ia­ta­men­te se aci­ca­ló bajo la aten­ción de Fe­li­city. Todos los chicos del Garden ado­ra­ban su ma­es­tría abr­ien­do cual­q­u­ier ce­rra­du­ra y su ins­tin­to ma­ter­no—. Pen­sa­ba que te ibas a casa.

—Espero que para apren­der a man­te­ner la boca ce­rra­da —dijo Whit ase­gu­rán­do­se de que Brix­ton su­p­ie­ra que se había en­te­ra­do de todo lo que el mu­cha­cho había dicho a Diablo sobre Hattie.

—Ig­nó­ra­lo —dijo Fe­li­city—. ¿Qué ha ocu­rri­do?

—Hay in­for­mes de que hay una chica en el mer­ca­do. Bus­can­do a Bestia. —Brix­ton le­van­tó su bar­bi­lla hacia Whit e hizo una pausa—. No es una chica, en re­a­li­dad, sino una mujer. —Bajó la voz—. Los chicos dicen que es una dama.

Un es­tr­uen­do resonó en el pecho de Whit.

Hattie.

—Está ha­c­ien­do todo tipo de pre­gun­tas.

—¿Es ella? —Fe­li­city miró a Whit.

—Sí. Y nadie está ayu­dán­do­la. —Por su­p­ues­to que no lo hacían. Nadie en Covent Garden le daría a lady Hen­r­iet­ta Sedley in­for­ma­ción sobre los Bas­tar­dos. Aq­ue­lla era la pri­me­ra de sus reglas. Los Bas­tar­dos per­te­ne­cí­an solo a la co­lo­n­ia.

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