—¿Ahora? Es de noche.
—Entonces, esperemos no arruinar su sueño.
Lord August Sedley, hijo menor y único varón del conde de Cheadle, no estaba dormido cuando Hattie y Nora entraron en las cocinas de Sedley House media hora después. Estaba muy despierto y sangraba sobre la mesa de la cocina.
—¿Dónde has estado? —gimió Augie al ver entrar a Hattie y Nora en la habitación. Tenía un trapo ensangrentado pegado a su muslo desnudo—. Te necesitaba.
—¡Oh, querido! —dijo Nora, nada más entrar la cocina—. ¡Augie no lleva pantalones!
—Es una mala señal —comentó Hattie.
—Tienes toda la razón, es un mal presagio. —Augie escupió su indignación—. ¡Me acuchillaron y no estabas aquí, y nadie sabía dónde encontrarte y he estado sangrando durante horas!
—¿Por qué no le pediste a Russell que se encargara de ello? —Hattie apretó los dientes ante sus palabras, recordándose que la exigencia era el estado natural de Augie. Su hermano tomó un trago de la botella de whisky —. ¿Dónde está?
—Se fue.
—Por supuesto. —Hattie no disimuló su disgusto cuando fue a por un cuenco de agua y un trozo de tela. El ayuda de cámara de Augie, Russell, a veces amigo, a veces hombre de armas, y siempre una plaga, era perfectamente inútil en el mejor de los casos—. ¿Por qué iba a quedarse si estabas sangrando por toda la maldita cocina?
—Sin embargo, aún respira —dijo Nora con tono burlón, mientras abría un armario y cogía una pequeña caja de madera que dejó junto a Augie.
—Apenas —gruñó Augie—. Tuve que arrancarme esa endiablada cosa.
La mirada de Hattie se iluminó al ver el impresionante cuchillo que había dejado a un lado de la mesa de roble. La hoja era de ocho pulgadas de largo, con un borde curvo que brillaría en la oscuridad si no estuviera empapado en sangre.
Y si no estuviera empapado en sangre habría sido precioso.
Sabía que tal pensamiento no era apropiado en aquel momento, pero aun así, Hattie lo pensó, quiso coger el arma y calibrar su peso; nunca había visto algo tan estupendo. Tan peligroso y poderoso.
«Excepto el hombre al que pertenece». Porque supo al instante, sin duda, que aquel cuchillo pertenecía al hombre que se llamaba a sí mismo Bestia.
—¿Qué ha pasado? —preguntó acercándose con el tazón a la mesa para inspeccionar el muslo de Augie que aún sangraba—. No deberías haberte extraído el cuchillo.
—Russell dijo…
—No me importa. Russell es un bruto y deberías haber dejado el cuchillo dentro. —Hattie sacudió la cabeza mientras limpiaba la herida disfrutando de los malditos quejidos de su hermano más de lo que debería. Golpeó dos veces la mesa—. Recuéstate.
—Estoy sangrando —se quejó Augie.
—Sí, ya lo veo —respondió Hattie—. Pero como estás consciente, para mí sería más fácil que estuvieras tumbado.
—¡Date prisa! —contestó Augie mientras se recostaba.
—Nadie te culpará por tomarte tu tiempo —dijo Nora acercándose con una lata de galletas en la mano.
—¡Vete a casa, Nora! —dijo Augie.
—¿Por qué voy a hacerlo cuando estoy disfrutando tanto? —Le extendió la lata de galletas a Hattie—. ¿Quieres una?
Hattie sacudió la cabeza y se concentró en la lesión, ahora limpia.
—Tienes suerte de que la hoja estuviera tan afilada. Esto se debería poder coser fácilmente. —Extrajo una aguja e hilo de la caja—. No te muevas.
—¿Dolerá?
—No más que el cuchillo.
Nora se rio, y Augie frunció el ceño.
—Eso es cruel. —Un quejido siguió a sus palabras cuando Hattie comenzó a cerrar la herida—. No puedo creer que el tipo diera en el blanco.
—¿Quién? —Hattie contuvo el aliento. «Bestia».
—Nadie —contestó su hermano.
—No puede ser nadie, Aug —señaló Nora con la boca llena de bizcochos—. Tienes un buen agujero.
—Sí. Me he dado cuenta de eso —se quejó de nuevo mientras Hattie continuaba cosiendo.
—¿En qué estás metido, Augie?
—En nada. —Su hermana presionó la aguja con más firmeza en el siguiente punto—. ¡Maldita sea!
—¿En qué nos has metido a todos? —Clavó la mirada en la azul pálido de su hermano.
Él la rehuyó. Gritaba culpable. Porque lo que fuera que hubiese hecho, lo que fuera que lo hubiese puesto en peligro esa noche… los había puesto en peligro a todos. No solo a Augie. A su padre. Al negocio.
A ella. Todos los planes que había hecho y todo lo que había puesto en marcha para el Año de Hattie: negocios, casa, fortuna, futuro. Y si el hombre con el que había hecho un trato estaba involucrado, amenazaba al resto. Su virginidad.
La frustración se apoderó de ella y le entraron ganas de gritar, de sacudirlo hasta que le dijera la verdad sobre qué había hecho para que le clavaran un cuchillo en el muslo. Que confesara que había dejado a un hombre inconsciente en su carruaje. Y Dios sabía qué más.
Cosió otro punto. Y otro.
Se quedó callada y se puso nerviosa.
No hacía ni seis meses, su padre había convocado a Augie y Hattie para informarles de que ya no podía manejar el negocio que había convertido en un imperio. El conde había envejecido demasiado para trabajar en los barcos, para manejar a los hombres. Para vigilar los entresijos del negocio. Así que les ofreció la única solución posible para un hombre con un título vitalicio y un negocio que funcionaba: la herencia.
Ambos niños habían crecido entre la arboladura de los barcos Sedley; ambos habían pasado sus primeros años, antes de que le concedieran un título vitalicio a su padre, pisándole los talones, aprendiendo el negocio de la navegación. Ambos sabían izar una vela, a hacer un nudo. Pero solo uno de ellos había aprendido bien. Desafortunadamente, era la chica.
Así que su padre le había dado a Augie la oportunidad de probarse a sí mismo y, durante los últimos seis meses, Hattie había trabajado más duro que nunca para hacer lo mismo, para probarse a sí misma que era digna de asumir el control del negocio; todo, mientras Augie se dormía en los laureles esperando su momento, cuando su padre decidiera entregarle todo el negocio sin otra razón que la de que Augie era un hombre, porque así es como debía ser. No había forma de cambiar el razonamiento del conde:
«Los hombres de los muelles necesitan una mano firme».
Como si Hattie no tuviera fortaleza para manejarlos.
«Los envíos necesitan un cuerpo capaz».
Como si Hattie fuera demasiado blanda para el trabajo.
«Eres buena chica y contigo al frente todo iría bien…».
Читать дальше