Sarah MacLean - Lady Hattie y la Bestia

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Lady Hattie y la Bestia: краткое содержание, описание и аннотация

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El plan de la dama…Lady Hattie Sedley quiere heredar los negocios de su padre, para eso, necesita asegurarse un futuro como solterona, y sabe exactamente cómo conseguirlo. Todo va a la perfección hasta que encuentra maniatado en su carruaje al hombre más guapo que haya visto jamás, lo que podría suponer arruinar sus planes antes de ponerlos en marcha. La propuesta de la bestia…Cuando se despierta en un carruaje a los pies de Hattie, Whit, uno de los reyes de Covent Garden, conocido por todo el mundo como Bestia, no puede evitar sentirse atraído por la extraña mujer que lo libera, sobre todo, cuando descubre que ella se dirige a disfrutar de una noche de placer… en su territorio.Una pasión inesperada…Hattie y Whit acabarán convertidos en unos feroces rivales, tanto en los negocios como en el placer: ella no renunciará a sus planes y él no va a renunciar a su poder… Sin embargo, ninguno de ellos prevé que, si no tienen cuidado, no tendrán más remedio que renunciar a todo, incluidos sus corazones.

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—Rus­sell se lo ha lle­va­do a nues­tro com­pra­dor.

—Otro bri­llan­te mo­vi­m­ien­to tác­ti­co, sin duda. ¿Quién es? —Ella alzó una ceja.

—No quiero que te in­vo­lu­cres en esto. —Si era po­si­ble, su her­ma­no se puso aun más pálido.

—Como si no es­tu­v­ie­ra ya in­vo­lu­cra­da hasta el fondo por tu culpa.

—No tienes ni idea de lo pro­fun­do que es. Ese tipo no está cuerdo. —Augie sa­cu­dió la cabeza.

—¿Ahora qu­ie­res con­ver­tir­te en el es­pí­ri­tu pro­tec­tor de la fa­mi­l­ia? —Hattie re­sis­tió el im­pul­so de gritar—. Su­pon­go que de­be­ría estar agra­de­ci­da de que nues­tro ene­mi­go más in­me­d­ia­to sea sim­ple­men­te ven­ga­ti­vo y no un loco.

—Lo siento —dijo Augie.

—No, no lo sien­tes —re­pli­có Hattie—. Si tu­v­ie­ra que adi­vi­nar, estoy segura de que estás feliz de que esté dis­p­ues­ta a arre­glar esto. Y puedo arre­glar­lo.

—¿Puedes? —pre­gun­tó Augie, ya más cal­ma­do.

—Puedo —dijo ella vi­s­ua­li­zan­do el plan. El camino hacia ade­lan­te. Y luego, su camino—. Puedo.

—¿Cómo? —No era la peor pre­gun­ta del mundo. Hattie miró a Nora, cuyas cejas es­ta­ban tan ar­q­ue­a­das que casi ro­za­ban la línea de cre­ci­m­ien­to de su ca­be­llo, como res­p­ues­ta si­len­c­io­sa a la pre­gun­ta de Augie.

—Ha­re­mos un trato por la carga. Com­par­ti­re­mos los in­gre­sos de nues­tros envíos hasta que aca­be­mos de pa­gár­se­la. —Hattie en­de­re­zó sus hom­bros más segura de sí misma que nunca.

—No será su­fi­c­ien­te.

—Lo será. —Ella haría que lo fuera. Le ase­gu­ra­ría que no habría más robos. Y le daría los in­gre­sos. Con in­te­re­ses. Si era un hombre de ne­go­c­ios, re­co­no­ce­ría que era un buen ne­go­c­io en cuanto se lo dijera. Matar a Augie no le de­vol­ve­ría la carga per­di­da y haría caer a la Corona sobre su cabeza, algo que a los con­tra­ban­dis­tas no les gus­ta­ría.

El dinero era real. Ella lo con­ven­ce­ría.

—No te metas en esto —señaló mien­tras miraba a los ojos a su her­ma­no.

—No lo co­no­ces, Hattie.

—He hecho un trato con él.

—¿Qué clase de trato? —Augie se quedó pa­ra­li­za­do.

—Sí, ¿qué clase de trato? —re­pi­tió Nora cur­van­do los labios como mues­tra de di­ver­sión.

—Nada serio.

«No estás en po­si­ción de ha­cer­me una oferta. Yo con­si­go todo lo que es mío».

Un cos­q­ui­lleo de placer re­co­rrió a Hattie al re­cor­dar lo que había acep­ta­do, aunque aún que­da­ba la pro­me­sa de la última re­tri­bu­ción. El calor de su beso. La pro­me­sa de su tacto.

—Hattie, si ac­ce­dió a verte de nuevo, lo que sea que haya dicho, debes saber que no es por ti —dijo Augie, in­te­rrum­p­ien­do sus pen­sa­m­ien­tos.

Es­con­dió la de­cep­ción que le pro­vo­có aq­ue­lla afir­ma­ción. Augie no se eq­ui­vo­ca­ba. Hom­bres como el que había co­no­ci­do esa noche, hom­bres como Bestia, no eran para mu­je­res como ella. No se fi­ja­ban en mu­je­res como Hattie. Se fi­ja­ban en her­mo­sas fé­mi­nas con cuer­pos pe­q­ue­ños y del­ga­dos y de­li­ca­dos tem­pe­ra­men­tos. Ya lo sabía.

Lo sabía, pero aun así…, la sin­ce­ri­dad sin fil­tros sobre su falta de atrac­ti­vo le mo­les­ta­ba.

Apagó el dolor con una car­ca­ja­da, como hacía siem­pre.

—Lo sé, Augie. Y ahora sé lo que busca. Al idiota de mi her­ma­no. —Dis­fru­tó más de lo que de­be­ría de la pre­o­cu­pa­ción que bañó la cara de Augie—. Pero tengo la in­ten­ción de que man­ten­ga nues­tro ac­uer­do. Y para ello, tendrá que acep­tar nues­tra oferta.

—Iré con­ti­go.

—¡No! —Lo último que ne­ce­si­ta­ba era que Augie la acom­pa­ña­ra y lo es­tro­pe­a­ra todo—. ¡No!

—Al­g­u­ien tiene que ir con­ti­go. No sale de Covent Garden.

—En­ton­ces iré a Covent Garden —dijo.

—No es lugar para las damas —le re­cor­dó Augie.

Si había cinco pa­la­bras que ca­ta­pul­ta­ran a una mujer al mo­vi­m­ien­to, se­gu­ra­men­te eran aq­ue­llas.

—¿Ne­ce­si­to re­cor­dar­te que crecí entre los apa­re­jos de los barcos de carga?

—Hará lo que sea ne­ce­sa­r­io para cas­ti­gar­me. Y tú eres mi her­ma­na. —Augie in­ten­tó cam­b­iar el rumbo de la con­ver­sa­ción.

—No lo sabe. Ni lo sabrá —dijo ella—. Dis­pon­go de esa ven­ta­ja.

¿No se habían se­pa­ra­do con ese de­sa­fío? ¿No debía uno en­con­trar al otro? Y ahora…, ella sabía cómo en­con­trar­lo. El placer la re­co­rrió. El tr­iun­fo. Algo pe­li­gro­sa­men­te cer­ca­no al re­go­ci­jo.

—¿Y si Bestia te hace daño?

—No lo hará. —Eso lo sabía. Podría bur­lar­se de ella, ten­tar­la, po­ner­la a prueba. Pero no le haría daño.

Augie con­sin­tió in­va­di­do de alivio. Por su­p­ues­to que se sentía ali­v­ia­do. Ella estaba a punto de arre­glar el de­sas­tre que él había pro­vo­ca­do. Como siem­pre.

—Está bien —exhaló él.

—Augie… —Su her­ma­no le­van­tó la mirada y ella se detuvo con el co­ra­zón pal­pi­tan­do—. Si hago esto… —La sos­pe­cha cruzó la cara de Augie, pero no dijo nada—. … Si salvo tu pe­lle­jo, en­ton­ces harás algo por mí.

—¿Qué es lo que qu­ie­res? —Augie frun­ció el ceño

—No es lo que quiero, August. Es lo que tú fe­liz­men­te me en­tre­ga­rás.

—Venga, vamos.

«Ahora o nunca. Tómalo. Le di­jis­te a Bestia que tú tam­po­co per­dí­as. Hazlo».

—Le dirás a nues­tro padre que no qu­ie­res ocu­par­te del ne­go­c­io. —Los ojos de Augie se abr­ie­ron de par en par mien­tras Nora sol­ta­ba un sil­bi­do que Hattie ignoró; la frus­tra­ción y la de­ter­mi­na­ción y el tr­iun­fo la in­va­d­ie­ron, todo a la vez—. Le dirás que me lo en­tre­g­ue a mí.

Pa­re­cía que ese día sí que iba a ser el inicio del Año de Hattie, des­pués de todo.

Capítulo 7

La tarde si­g­u­ien­te, mien­tras el sol se hundía por el oeste, Whit se en­con­tra­ba en la pe­q­ue­ña y si­len­c­io­sa en­fer­me­ría, en lo pro­fun­do de la Co­lo­n­ia de Covent Garden, vi­gi­lan­do al chico que había sido tras­la­da­do allí des­pués del ataque al car­ga­men­to.

La ha­bi­ta­ción, llena de luz dorada, estaba me­ti­cu­lo­sa­men­te limpia en com­pa­ra­ción con el mundo ex­te­r­ior, un mundo donde rei­na­ba la su­c­ie­dad y eso de­be­ría ha­ber­le pro­por­c­io­na­do una pizca de paz.

No fue así.

Había ido in­me­d­ia­ta­men­te a la co­lo­n­ia des­pués de salir del 72 de Shel­ton Street… Había ido a ver a aquel chico, Jamie, que estaba en el suelo cuando lo no­q­ue­a­ron, bañado en su propia sangre. In­clu­so cuando había per­di­do el co­no­ci­m­ien­to, algo que lo en­fu­re­cía. Nadie hería a los hom­bres de los Bas­tar­dos Ba­rek­nuck­le y so­bre­vi­vía para con­tar­lo.

Su co­ra­zón se ace­le­ró con el re­c­uer­do y no se fijó en que la puerta de la ha­bi­ta­ción se abría y un joven doctor con gafas en­tra­ba y se acer­ca­ba mien­tras se secaba las manos.

—Lo he sedado —dijo el doctor, arran­cán­do­lo de sus pen­sa­m­ien­tos—. No se des­per­ta­rá du­ran­te horas. No es ne­ce­sa­r­io que es­pe­res aquí.

Pero él ne­ce­si­ta­ba ha­cer­lo. Pro­te­gía a los suyos.

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