Un cumplido, aunque no fuese esa la intención.
«… pero ¿y si aparece un hombre?».
Eso era lo más insidioso. Que la señalara como una solterona era lo que resaltaba el hecho de que las mujeres no tenían vida propia frente a cualquier hombre.
Y peor aún, era lo que le indicó que su padre no creía en ella. Algo que, por supuesto, así era. No importaba cuántas veces le asegurara que su vida era solo suya y que no buscaba matrimonio.
«Eso no está bien, hija», decía el conde, volviendo a su trabajo.
Hattie se había propuesto demostrarle que estaba equivocado. Había diseñado estrategias para aumentar los ingresos. Llevaba los libros y registros, y pasaba tiempo con los hombres en los muelles para que, cuando surgiera la oportunidad de guiarlos, confiaran en ella… Y la siguieran.
Y esa noche, había comenzado el Año de Hattie. El año en que se aseguraría todo por lo que había trabajado tan duro. Solo necesitaba un poco de ayuda para ponerlo en marcha, una ayuda que pensaba que sería más fácil conseguir.
Tenía intención de volver a casa para decirle a su padre que el matrimonio ya no entraba en sus planes. Que se había arruinado a sí misma. No estaba contenta de haber regresado con su virginidad intacta, pero estaría más que feliz de poder informarle de que había encontrado un caballero ideal para encargarse de la situación.
Bueno… Tal vez no fuera un caballero.
«Bestia».
El nombre le llegó en una oleada de cálido placer, totalmente inapropiado y difícil de ignorar. Pero lo manejó lo mejor que pudo.
Incluso él había sido un medio para un fin. Y, de alguna manera, Augie había sido apuñalado por el mismo hombre.
Dejó a su hermano tranquilo mientras terminaba de coserlo y vendarlo, un proceso que habría sido mucho más rápido si se hubiera quedado quieto y hubiera dejado de lloriquear. Lo dejó tranquilo mientras se lavaba las manos en la pila y enviaba a un sirviente al boticario en busca de hierbas para evitar la fiebre.
Lo dejó tranquilo cuando volvió a la mesa y cogió la empuñadura del cuchillo, brillante y negro, con un diseño plateado que imitaba un panal incrustado en su interior. Trazó con el dedo la hoja de metal.
Luego sopesó el cuchillo, y miró a su hermano de nuevo.
—¿Vas a decirme en qué estás metido?
—¿Por qué tendría que hacerlo? —Augie era el retrato de la más arrogante bravuconería.
—Porque lo encontré.
—¿A quién? —Sus ojos se abrieron de par en par mientras luchaba por encontrar una respuesta.
—Nos insultas a los dos con esa pregunta. Y lo solté.
—¿Por qué has hecho eso? —Augie se puso de pie haciendo un gesto de dolor al instante.
—Porque estaba en mi carruaje y teníamos que ir a otro sitio.
—Creo que te refieres a mi carruaje. —Augie frunció el ceño y luego miró a Nora.
—Si vamos a hablar con propiedad, entonces el carruaje no es de ninguno de nosotros. Pertenece a papá —añadió Hattie, indignada por la frustración.
—Pero me pertenecerá a mí —dijo Augie, reafirmándose.
—Pero, por ahora, pertenece a papá. —Hattie no dijo nada más. Nunca se le había ocurrido que ella podría hacer un trabajo mejor en la gestión del negocio. O que podría saber más sobre el negocio que él. Nunca se le había ocurrido que podría no recibir lo que deseaba en el momento preciso en que quería tenerlo.
—Y no te ha dado permiso para usarlo cuando quieras.
De hecho, sí, pero a Hattie no le interesaba esa discusión.
—Oh, ¿y a ti te ha dado permiso para secuestrar hombres y dejarlos atados en su interior?
Los dos miraron a Nora después de la pregunta.
—No os preocupéis por mí. No estoy prestando atención —dijo mientras se alejaba para llenar la tetera.
—No iba a dejarlo ahí.
—¿Qué ibas a hacer con él? —preguntó Hattie girándose hacia él.
—No lo sé.
—¿Ibas a matarlo? —replicó ante la vacilación de su hermano, recuperando el aliento.
—¡No lo sé!
Su hermano era muchas cosas, pero un tipo con una mente maestra para el crimen no.
—¡Dios mío, Augie…! ¿En qué estás metido? ¿Crees que un hombre así simplemente desaparecería, moriría y nadie vendría a buscarte? —Hattie continuó—: ¡Tienes mucha suerte, tan solo lo noqueaste! ¿En qué estabas pensando?
—¡Estaba pensando en que me había clavado un cuchillo! —Señaló a su muslo vendado—. ¡El que tienes en la mano!
—No hasta que fuiste a por él. —Apretó los dedos alrededor de la empuñadura y sacudió la cabeza. Él no lo negó—. ¿Por qué? —No respondió. Dios la librara de los hombres que decidían usar el silencio como un arma. Resopló llena de frustración—. Me parece que te lo merecías, Augie. No parece el tipo de hombre que va por ahí apuñalando a gente que no lo merece.
Se hizo el silencio, el único sonido en la habitación era el del fuego que calentaba la tetera de Nora.
—Hattie… —Ella cerró los ojos y evitó la mirada de su hermano—. ¿Qué sabes tú de la clase de hombre que es?
—He hablado con él.
Más que eso.
«Lo he besado».
—¿Qué? —Augie se levantó de la mesa con un gesto de dolor—. ¿Por qué?
«Porque me dio la gana».
—Bueno, me sentí bastante aliviada de que no estuviera muerto, August.
—No deberías haber hecho eso. —Augie ignoró la advertencia en sus palabras.
—¿Quién es? —Volvió a preguntar ella y esperó.
—No deberías haberlo hecho —contestó él mientras caminaba por la cocina.
—¡Augie! —dijo ella con firmeza para llamar su atención—. ¿Quién es?
—¿No lo sabes?
—Sé que se llama a sí mismo Bestia. —Sacudió la cabeza.
—Así es como todos lo llaman. Y su hermano es Diablo.
Nora tosió.
—Pensaba que no estabas escuchando. —Hattie la miró.
—Por supuesto que estoy escuchando. Esos nombres son ridículos.
—De acuerdo. Nadie se llama Bestia o Diablo salvo en una novela gótica. Y aun así… —Hattie asintió.
—Estos dos se llaman así. Son hermanos y criminales. Aunque no debería tener que decírtelo, considerando que me apuñaló. —Augie no tenía paciencia para las bromas.
—¿Qué clase de criminales? —preguntó Hattie, inclinando la cabeza.
—¿Qué clase de…? —Augie miró al techo—. ¡Dios, Hattie! ¿Importa?
—Aunque no fuera así, me gustaría saber la respuesta —dijo Nora desde su lugar junto al fogón.
—Contrabandistas. Los Bastardos Bareknuckle.
Hattie suspiró. Puede que no supiera cómo se llamaban, pero conocía a los Bastardos Bareknuckle, los hombres más poderosos del este de Londres, y posiblemente también del resto de Londres. Se hablaba de ellos en los Docklands, movían la carga de sus barcos al amparo de la noche y pagaban una prima a los estibadores más fuertes.
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