Sarah MacLean - Lady Hattie y la Bestia

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Lady Hattie y la Bestia: краткое содержание, описание и аннотация

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El plan de la dama…Lady Hattie Sedley quiere heredar los negocios de su padre, para eso, necesita asegurarse un futuro como solterona, y sabe exactamente cómo conseguirlo. Todo va a la perfección hasta que encuentra maniatado en su carruaje al hombre más guapo que haya visto jamás, lo que podría suponer arruinar sus planes antes de ponerlos en marcha. La propuesta de la bestia…Cuando se despierta en un carruaje a los pies de Hattie, Whit, uno de los reyes de Covent Garden, conocido por todo el mundo como Bestia, no puede evitar sentirse atraído por la extraña mujer que lo libera, sobre todo, cuando descubre que ella se dirige a disfrutar de una noche de placer… en su territorio.Una pasión inesperada…Hattie y Whit acabarán convertidos en unos feroces rivales, tanto en los negocios como en el placer: ella no renunciará a sus planes y él no va a renunciar a su poder… Sin embargo, ninguno de ellos prevé que, si no tienen cuidado, no tendrán más remedio que renunciar a todo, incluidos sus corazones.

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—En­ton­ces, ¿qué?

—No estás en po­si­ción de ha­cer­me una oferta. —La al­can­zó una vez más, sus largos y cá­li­dos dedos se des­li­za­ron por su nuca, de­ses­ta­bi­li­zán­do­la lo su­fi­c­ien­te para que ella ap­o­ya­se las manos en su pecho para no caer—. Yo con­si­go todo… —Atrapó su res­pi­ra­ción con sus labios, en un firme y cálido tor­be­lli­no de placer. Rompió el beso—… lo que es mío —gruñó.

Lo que fuera que su her­ma­no hu­b­ie­se robado.

—Sí. —Ella se en­con­tró con sus labios de nuevo. Sus­pi­ró cuando sus len­g­uas se en­re­da­ron en una larga y lenta danza. Él se retiró—. Lo que es suyo. —Su vir­gi­ni­dad—. Sí —su­su­rró, po­nién­do­se de pun­ti­llas para otro beso.

—¿Y el nombre? —Casi se rindió a ella.

—No. —Nunca. Hattie sa­cu­dió la cabeza. Lo acer­ca­ría de­ma­s­ia­do a todo lo que le im­por­ta­ba.

—Yo no pierdo, amor. —Arqueó una de sus cejas os­cu­ras.

—¿Ne­ce­si­to re­cor­dar­te que te eché de un ca­rr­ua­je en marcha? Yo tam­po­co pierdo. —Ella sonrió, le des­li­zó las manos por el pelo y tiró de él para atra­er­lo. Lo besó pro­fun­da­men­te. Estaba dis­fru­tan­do al máximo.

No estaba segura de si él sentía o es­cu­cha­ba un es­tr­uen­do en su pecho. Tam­po­co estaba segura de que fuera una risa, pero quería que lo fuera cuando la le­van­tó en el aire y se volvió hacia la cama una vez más. «Para cum­plir con su trato».

La dejó en el col­chón y se in­cli­nó sobre ella para apo­de­rar­se de sus labios de nuevo; Hattie no pudo con­te­ner su sus­pi­ro de placer antes de que la sol­ta­ra y la besara en la me­ji­lla, junto a la oreja.

—¿Ne­ce­si­to re­cor­dar­te que te he en­con­tra­do? —su­su­rró él. Le rozó el lóbulo con los dien­tes y ella jadeó—. Una aguja en el pajar de Covent Garden.

—Casi una aguja. —Ella bri­lla­ba como un faro. Desde el prin­ci­p­io.

—Es­pe­ran­do a un hombre que cum­pl­ie­se tus… ¿cómo los lla­mas­te? ¿Re­q­ui­si­tos? —La ignoró.

Sus re­q­ui­si­tos habían cam­b­ia­do. Y él lo sabía.

—Me han dicho que Nelson es ex­tre­ma­da­men­te mi­nu­c­io­so.

Ella giró la cabeza, su mirada se en­con­tró con la de él, llena de fuego.

—Mmm… —dijo él—, pero yo te en­con­tré pri­me­ro.

—En­ton­ces es­ta­mos en paz. —Apenas re­co­no­ció sus pa­la­bras en­tre­cor­ta­das.

—Mmm… —La besó, pro­fun­da y mi­nu­c­io­sa­men­te, mo­v­ien­do sus manos hasta el chal que cubría su ves­ti­do ras­ga­do; ella con­tu­vo la res­pi­ra­ción, sa­b­ien­do lo que estaba por venir. Más besos. Más roce. Y todo lo demás. Todo.

Pero, antes de que pu­d­ie­ra desha­cer el nudo que la ocul­ta­ba, sonó un golpe claro y firme en la puerta.

Se que­da­ron in­mó­vi­les.

La puerta se abrió justo lo su­fi­c­ien­te para que una cabeza se aso­ma­ra. Lo su­fi­c­ien­te para que las pa­la­bras se co­la­ran.

milady , su ca­rr­ua­je ha re­gre­sa­do.

«Mal­di­ción». Nora. ¿Ya habían pasado dos horas?

—Tengo que irme. —Lo empujó.

Bestia se movió al se­gun­do, se alejó de ella de­ján­do­le el es­pa­c­io que le había pedido y no quería.

—¿Vas a algún sitio? —Sacó los re­lo­jes del bol­si­llo y los revisó con tanta ra­pi­dez que Hattie se pre­gun­tó si sabía que lo había hecho.

—A casa.

—Qué es­c­ue­ta —dijo.

—No es­pe­ra­ba una con­ver­sa­ción bri­llan­te. —Hizo una pausa—. Aunque la con­ver­sa­ción no es algo que prac­ti­q­ues a menudo, ¿verdad? —Des­pués de un largo rato de si­len­c­io, sonrió, in­ca­paz de de­te­ner­se—. He dado en el clavo. —Cruzó la ha­bi­ta­ción, re­co­gió su capa y se volvió hacia él—. ¿Cómo te en­con­tra­ré? Para… —Co­brar­me. Casi dijo cobrar. Sus me­ji­llas se en­cen­d­ie­ron.

La co­mi­su­ra de su her­mo­sa boca se movió, apenas se elevó antes de volver a su lugar. Sabía lo que ella había estado pen­san­do, sin duda.

—Yo te en­con­tra­ré a ti —dijo él.

Era im­po­si­ble. Nunca la en­con­tra­ría en May­f­air. Pero ella podría volver al Garden. Lo haría. Se habían hecho pro­me­sas, des­pués de todo, y Hattie pre­ten­día que se cum­pl­ie­ran.

Pero no tenía tiempo de ex­pli­car­le todo aq­ue­llo. Nora estaba abajo, con el ca­rr­ua­je, y Covent Garden no era un buen lugar para pasar la noche. Augie sabría cómo en­con­trar­lo. Dejó que su son­ri­sa re­la­ja­ra su sem­blan­te.

—¿Se trata de otro reto, quizá?

Vio algo pa­re­ci­do a sor­pre­sa en sus ojos, ahu­yen­ta­da por otra cosa: ad­mi­ra­ción. Ella se alejó de él y puso la mano en la manija de la puerta mien­tras el placer la atra­ve­sa­ba. Placer, emo­ción y…

—Siento ha­ber­te tirado del ca­rr­ua­je —dijo, dán­do­se la vuelta.

—Yo no lo siento. —Su res­p­ues­ta fue ins­tan­tá­nea.

La son­ri­sa per­ma­ne­ció en sus labios mien­tras se abría camino por los os­cu­ros pa­si­llos del 72 de Shel­ton Street, el lugar donde había pen­sa­do em­pe­zar de nuevo. Para rei­vin­di­car­se a sí misma y re­cla­mar al mundo lo que le co­rres­pon­día por de­re­cho.

Tal vez lo había hecho. Aunque no de la manera que ella es­pe­ra­ba. Algo su­su­rra­ba en su in­te­r­ior. Algo que in­si­n­ua­ba li­ber­tad.

Hattie salió del edi­fi­c­io y se en­con­tró a Nora ap­o­ya­da en el coche, con la gorra sobre la frente y las manos en los bol­si­llos del pan­ta­lón. Sus dien­tes blan­cos bri­lla­ron cuando Hattie se acercó.

—¿Cómo ha ido? —Hattie se ade­lan­tó a su amiga al hablar.

—En­con­tré un dandi para una ca­rre­ra y le ali­ge­ré los bol­si­llos. —Nora se en­co­gió de hom­bros. Hattie sa­cu­dió la cabeza con una pe­q­ue­ña risa.

—¿Y lo tuyo? —Fingió estar es­can­da­li­za­da. Cuando Hattie se rio, Nora in­cli­nó la cabeza—. No me dejes con el sus­pen­se, ¿cómo fue?

—Muy ines­pe­ra­do. —Hattie eligió su res­p­ues­ta cui­da­do­sa­men­te mien­tras Nora abría la puerta del ca­rr­ua­je y des­ple­ga­ba el es­ca­lón.

—Eso es un gran elogio. ¿Cum­plió con tus re­q­ui­si­tos?

Hattie se detuvo al poner un pie en el es­ca­lón. «Cua­li­da­des». Se dio unas pal­ma­di­tas en los bol­si­llos de la falda.

—Oh, no…

—¿Qué? —Nora se in­cli­nó—. Hattie, has usado pro­tec­ción, ¿no? —su­su­rró con cierta dureza—. Me ase­gu­ra­ron que te darían.

—¡Nora! —Hattie apenas pudo decir su nombre. Estaba de­ma­s­ia­do ocu­pa­da en­tran­do en pánico. No tenía su lista. La re­cor­da­ba en la mano. Y en­ton­ces…

El hombre lla­ma­do Bestia la había besado.

Y había de­sa­pa­re­ci­do.

Se volvió y miró hacia las ven­ta­nas fe­liz­men­te ilu­mi­na­das del 72 de Shel­ton Street. Allí estaba, en una her­mo­sa y gran ven­ta­na ab­ier­ta del tercer piso. Ahora estaba ab­ier­ta al mundo, así que todos podían verlo, una sombra re­tr­oi­lu­mi­na­da, un es­pec­tro per­fec­to en la os­cu­ri­dad.

Le­van­tó su mano y pre­s­io­nó algo contra la ven­ta­na. Un rec­tán­gu­lo que iden­ti­fi­có al ins­tan­te.

«Bestia, en efecto».

—Llé­va­me con mi her­ma­no. —Se volvió hacia Nora. En­tre­ce­rró los ojos. Había ganado aquel asalto, y a Hattie no le im­por­ta­ba.

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