—Entonces, ¿qué?
—No estás en posición de hacerme una oferta. —La alcanzó una vez más, sus largos y cálidos dedos se deslizaron por su nuca, desestabilizándola lo suficiente para que ella apoyase las manos en su pecho para no caer—. Yo consigo todo… —Atrapó su respiración con sus labios, en un firme y cálido torbellino de placer. Rompió el beso—… lo que es mío —gruñó.
Lo que fuera que su hermano hubiese robado.
—Sí. —Ella se encontró con sus labios de nuevo. Suspiró cuando sus lenguas se enredaron en una larga y lenta danza. Él se retiró—. Lo que es suyo. —Su virginidad—. Sí —susurró, poniéndose de puntillas para otro beso.
—¿Y el nombre? —Casi se rindió a ella.
—No. —Nunca. Hattie sacudió la cabeza. Lo acercaría demasiado a todo lo que le importaba.
—Yo no pierdo, amor. —Arqueó una de sus cejas oscuras.
—¿Necesito recordarte que te eché de un carruaje en marcha? Yo tampoco pierdo. —Ella sonrió, le deslizó las manos por el pelo y tiró de él para atraerlo. Lo besó profundamente. Estaba disfrutando al máximo.
No estaba segura de si él sentía o escuchaba un estruendo en su pecho. Tampoco estaba segura de que fuera una risa, pero quería que lo fuera cuando la levantó en el aire y se volvió hacia la cama una vez más. «Para cumplir con su trato».
La dejó en el colchón y se inclinó sobre ella para apoderarse de sus labios de nuevo; Hattie no pudo contener su suspiro de placer antes de que la soltara y la besara en la mejilla, junto a la oreja.
—¿Necesito recordarte que te he encontrado? —susurró él. Le rozó el lóbulo con los dientes y ella jadeó—. Una aguja en el pajar de Covent Garden.
—Casi una aguja. —Ella brillaba como un faro. Desde el principio.
—Esperando a un hombre que cumpliese tus… ¿cómo los llamaste? ¿Requisitos? —La ignoró.
Sus requisitos habían cambiado. Y él lo sabía.
—Me han dicho que Nelson es extremadamente minucioso.
Ella giró la cabeza, su mirada se encontró con la de él, llena de fuego.
—Mmm… —dijo él—, pero yo te encontré primero.
—Entonces estamos en paz. —Apenas reconoció sus palabras entrecortadas.
—Mmm… —La besó, profunda y minuciosamente, moviendo sus manos hasta el chal que cubría su vestido rasgado; ella contuvo la respiración, sabiendo lo que estaba por venir. Más besos. Más roce. Y todo lo demás. Todo.
Pero, antes de que pudiera deshacer el nudo que la ocultaba, sonó un golpe claro y firme en la puerta.
Se quedaron inmóviles.
La puerta se abrió justo lo suficiente para que una cabeza se asomara. Lo suficiente para que las palabras se colaran.
— milady , su carruaje ha regresado.
«Maldición». Nora. ¿Ya habían pasado dos horas?
—Tengo que irme. —Lo empujó.
Bestia se movió al segundo, se alejó de ella dejándole el espacio que le había pedido y no quería.
—¿Vas a algún sitio? —Sacó los relojes del bolsillo y los revisó con tanta rapidez que Hattie se preguntó si sabía que lo había hecho.
—A casa.
—Qué escueta —dijo.
—No esperaba una conversación brillante. —Hizo una pausa—. Aunque la conversación no es algo que practiques a menudo, ¿verdad? —Después de un largo rato de silencio, sonrió, incapaz de detenerse—. He dado en el clavo. —Cruzó la habitación, recogió su capa y se volvió hacia él—. ¿Cómo te encontraré? Para… —Cobrarme. Casi dijo cobrar. Sus mejillas se encendieron.
La comisura de su hermosa boca se movió, apenas se elevó antes de volver a su lugar. Sabía lo que ella había estado pensando, sin duda.
—Yo te encontraré a ti —dijo él.
Era imposible. Nunca la encontraría en Mayfair. Pero ella podría volver al Garden. Lo haría. Se habían hecho promesas, después de todo, y Hattie pretendía que se cumplieran.
Pero no tenía tiempo de explicarle todo aquello. Nora estaba abajo, con el carruaje, y Covent Garden no era un buen lugar para pasar la noche. Augie sabría cómo encontrarlo. Dejó que su sonrisa relajara su semblante.
—¿Se trata de otro reto, quizá?
Vio algo parecido a sorpresa en sus ojos, ahuyentada por otra cosa: admiración. Ella se alejó de él y puso la mano en la manija de la puerta mientras el placer la atravesaba. Placer, emoción y…
—Siento haberte tirado del carruaje —dijo, dándose la vuelta.
—Yo no lo siento. —Su respuesta fue instantánea.
La sonrisa permaneció en sus labios mientras se abría camino por los oscuros pasillos del 72 de Shelton Street, el lugar donde había pensado empezar de nuevo. Para reivindicarse a sí misma y reclamar al mundo lo que le correspondía por derecho.
Tal vez lo había hecho. Aunque no de la manera que ella esperaba. Algo susurraba en su interior. Algo que insinuaba libertad.
Hattie salió del edificio y se encontró a Nora apoyada en el coche, con la gorra sobre la frente y las manos en los bolsillos del pantalón. Sus dientes blancos brillaron cuando Hattie se acercó.
—¿Cómo ha ido? —Hattie se adelantó a su amiga al hablar.
—Encontré un dandi para una carrera y le aligeré los bolsillos. —Nora se encogió de hombros. Hattie sacudió la cabeza con una pequeña risa.
—¿Y lo tuyo? —Fingió estar escandalizada. Cuando Hattie se rio, Nora inclinó la cabeza—. No me dejes con el suspense, ¿cómo fue?
—Muy inesperado. —Hattie eligió su respuesta cuidadosamente mientras Nora abría la puerta del carruaje y desplegaba el escalón.
—Eso es un gran elogio. ¿Cumplió con tus requisitos?
Hattie se detuvo al poner un pie en el escalón. «Cualidades». Se dio unas palmaditas en los bolsillos de la falda.
—Oh, no…
—¿Qué? —Nora se inclinó—. Hattie, has usado protección, ¿no? —susurró con cierta dureza—. Me aseguraron que te darían.
—¡Nora! —Hattie apenas pudo decir su nombre. Estaba demasiado ocupada entrando en pánico. No tenía su lista. La recordaba en la mano. Y entonces…
El hombre llamado Bestia la había besado.
Y había desaparecido.
Se volvió y miró hacia las ventanas felizmente iluminadas del 72 de Shelton Street. Allí estaba, en una hermosa y gran ventana abierta del tercer piso. Ahora estaba abierta al mundo, así que todos podían verlo, una sombra retroiluminada, un espectro perfecto en la oscuridad.
Levantó su mano y presionó algo contra la ventana. Un rectángulo que identificó al instante.
«Bestia, en efecto».
—Llévame con mi hermano. —Se volvió hacia Nora. Entrecerró los ojos. Había ganado aquel asalto, y a Hattie no le importaba.
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