Sarah MacLean - Lady Hattie y la Bestia

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Lady Hattie y la Bestia: краткое содержание, описание и аннотация

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El plan de la dama…Lady Hattie Sedley quiere heredar los negocios de su padre, para eso, necesita asegurarse un futuro como solterona, y sabe exactamente cómo conseguirlo. Todo va a la perfección hasta que encuentra maniatado en su carruaje al hombre más guapo que haya visto jamás, lo que podría suponer arruinar sus planes antes de ponerlos en marcha. La propuesta de la bestia…Cuando se despierta en un carruaje a los pies de Hattie, Whit, uno de los reyes de Covent Garden, conocido por todo el mundo como Bestia, no puede evitar sentirse atraído por la extraña mujer que lo libera, sobre todo, cuando descubre que ella se dirige a disfrutar de una noche de placer… en su territorio.Una pasión inesperada…Hattie y Whit acabarán convertidos en unos feroces rivales, tanto en los negocios como en el placer: ella no renunciará a sus planes y él no va a renunciar a su poder… Sin embargo, ninguno de ellos prevé que, si no tienen cuidado, no tendrán más remedio que renunciar a todo, incluidos sus corazones.

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—Tam­bién es un nombre ri­dí­cu­lo —dijo Nora mien­tras servía su té—. ¿Quié­nes son?

—Son tra­fi­can­tes de hielo —co­men­tó Hattie mi­ran­do a su her­ma­no.

—Con­tra­ban­dis­tas de hielo —la co­rri­gió él—. Y tam­bién de brandy y bour­bon y muchas cosas más. Sedas, cartas, dados... Cual­q­u­ier cosa por la que Gran Bre­ta­ña cobre un im­p­ues­to, la mueven sin que la Corona lo sepa. Y se han ganado los apodos que vo­so­tras dos creéis que son es­tú­pi­dos. Diablo es el agra­da­ble de los dos, pero te corta la cabeza rá­pi­da­men­te si piensa que has hecho algo al margen de ellos en Covent Garden. Y Bestia… —Hattie se acercó du­ran­te la pausa de Augie—. Dicen que Bestia es…

Se quedó en si­len­c­io, pa­re­cía ner­v­io­so.

Pa­re­cía asus­ta­do.

—¿Qué? —dijo Hattie, de­ses­pe­ra­da por que ter­mi­na­se. Como él no res­pon­dió, le pinchó con una broma—. ¿El rey de la selva?

—Dicen que si va a por ti, no des­can­sa hasta que te en­c­uen­tra —con­tes­tó mi­rán­do­la a los ojos.

Un es­ca­lo­frío la atra­ve­só al oír aq­ue­llas las pa­la­bras. Por la verdad que había en ellas.

«Te en­con­tra­ré», había dicho.

Era una ex­ce­len­te pro­me­sa y una te­rri­ble ame­na­za.

—Augie, si lo que dices es verdad…

—Lo es.

—En­ton­ces, ¿qué te hace pensar que puedes en­fren­tar­te a tales hom­bres? ¿Que po­drí­as ro­bar­les? ¿Que po­drí­as ha­cer­les daño?

Por un mo­men­to, pensó que él se ne­ga­ría a con­tes­tar la pre­gun­ta, ante la su­ge­ren­c­ia de que no era rival para ellos. No lo era. Había pocos hom­bres en el mundo que se pu­d­ie­ran com­pa­rar con el que ella había co­no­ci­do horas antes. Y eso sin saber que lle­va­ba un cu­chi­llo.

Augie pa­re­cía sa­ber­lo. Porque, en vez de mos­trar bra­vu­co­ne­ría mas­cu­li­na, bajó la voz y dijo:

—Ne­ce­si­to ayuda.

—Por su­p­ues­to que la ne­ce­si­tas. —El co­men­ta­r­io sar­cás­ti­co llegó del fogón.

—Cá­lla­te, Nora —dijo Augie—. Esto no es asunto tuyo.

—Tam­po­co de­be­ría serlo de Hattie —señaló Nora—. Y, sin em­bar­go, aquí es­ta­mos.

—¡Parad! ¡Los dos! —Hattie le­van­tó una mano.

Lo hi­c­ie­ron, mi­la­gro­sa­men­te.

—Habla. —Se volvió hacia Augie.

—Perdí un car­ga­men­to.

Hattie frun­ció el ceño y repasó los dia­r­ios de a bordo que había dejado en su es­cri­to­r­io ese día. No fal­ta­ba ningún envío en los re­gis­tros de su padre.

—¿Qué qu­ie­res decir con «perder»?

—¿Re­c­uer­das los tu­li­pa­nes? —Sa­cu­dió la cabeza. No había habido tu­li­pa­nes en un car­ga­men­to desde… —. Fue en verano —añadió.

El barco había lle­ga­do car­ga­do con bulbos de tu­li­pa­nes recién lle­ga­dos de Am­be­res, ya mar­ca­dos para las pro­p­ie­da­des de toda Gran Bre­ta­ña. Augie había sido res­pon­sa­ble de la carga y la en­tre­ga. La pri­me­ra que había su­per­vi­sa­do des­pués de que su padre anun­c­ia­ra su plan de tras­pa­sar el ne­go­c­io. La pri­me­ra vez que su padre había in­sis­ti­do en que Augie di­ri­g­ie­ra una ope­ra­ción de prin­ci­p­io a fin para de­mos­trar su temple.

—Los perdí.

—¿Dónde? —No tenía sen­ti­do. Había visto el envío mar­ca­do como des­car­ga­do en los libros. El trans­por­te por tierra había sido mar­ca­do como com­ple­ta­do.

—Pensé… —Sa­cu­dió la cabeza—. No sabía que tenían que ser en­tre­ga­dos in­me­d­ia­ta­men­te. Lo pos­pu­se. No pude en­con­trar los hom­bres para hacer el tra­ba­jo cuando llegó. Es­ta­ban tra­ba­jan­do en otra carga, así que los dejé apar­ta­dos.

—En el al­ma­cén —dijo ella, y su her­ma­no asin­tió. —En la muerte del verano lon­di­nen­se. —El húmedo verano lon­di­nen­se.

Otro asen­ti­m­ien­to.

—¿Cuánto tiempo? —pre­gun­tó Hattie con un sus­pi­ro.

—No lo sé. ¡Por el amor de Dios, Hattie, no era carne de vacuno. Eran unos mal­di­tos tu­li­pa­nes! ¿Cómo iba a saber que se pu­dri­rí­an?

—¿Y luego qué? —Hattie pen­sa­ba que había mos­tra­do una in­men­sa mo­de­ra­ción porque, en re­a­li­dad, quería decir: «Sa­brí­as que se pu­dri­rí­an si le hu­b­ie­ses pres­ta­do una pizca de aten­ción al ne­go­c­io».

—Sabía que ten­drí­a­mos que de­vol­ver el pago a los cl­ien­tes, y sabía que padre se pon­dría fu­r­io­so. —Su padre se habría eno­ja­do y habría hecho bien al ha­cer­lo. Una bodega llena de buenos tu­li­pa­nes ho­lan­de­ses valía al menos diez mil libras. Per­der­las les habría cos­ta­do pres­ti­g­io y dinero.

Pero no lo habían per­di­do. De alguna manera, Augie lo había ocul­ta­do. El miedo se le agarró al es­tó­ma­go.

—Augie…, ¿qué hi­cis­te?

—Se su­po­nía que solo iba a ser una vez. —Sa­cu­dió la cabeza mi­ran­do a los pies.

Hattie se volvió hacia Nora, que había re­nun­c­ia­do a cual­q­u­ier pre­ten­sión de no pres­tar aten­ción. Cuando su amiga se en­co­gió de hom­bros, se volvió hacia su her­ma­no.

—¿Qué se supone que solo debía ser una vez? —dijo.

—Tuve que de­vol­ver el dinero a los cl­ien­tes. Sin que papá lo des­cu­br­ie­se. Y luego, en­con­tré una salida. —Miró hacia arriba bus­can­do sus ojos—. Me en­con­tré con su ruta de en­tre­ga.

«Se llevó algo mío», esas habían sido las pa­la­bras de Bestia.

Nora soltó una suave mal­di­ción.

—Le ro­bas­te —dijo Hattie con­te­n­ien­do el al­ien­to.

—Fue solo…

—¿Cuán­tas veces? —No lo dejó ter­mi­nar.

—Pagué la deuda con el pri­me­ro —con­fe­só.

—Pero no te de­tu­vis­te. —Augie abrió la boca. La cerró. Por su­p­ues­to que no se había de­te­ni­do. Ahora era ella la que mal­de­cía—. ¿Cuán­tas veces?

—Esta noche fue la cuarta —dijo mos­tran­do el miedo en sus ojos.

—Cuatro veces. —Hizo una mueca—. Les has robado cuatro veces… Es un mi­la­gro que no te hayan matado.

—Espera —dijo Nora desde el otro lado de la cocina—, ¿cómo so­me­tis­te a ese hombre?

—¿Qué sig­ni­fi­ca eso? —Él frun­ció el ceño.

—Augie, ese hombre es el doble de grande que tú y te clavó un cu­chi­llo en el muslo —señaló Nora mien­tras le echaba una mirada.

—Rus­sell lo noqueó —ad­mi­tió, algo be­li­ge­ran­te.

Por su­p­ues­to que aq­ue­llos dos habían pro­vo­ca­do un nuevo de­sas­tre. Y ahora, como siem­pre, le tocaba a Hattie re­sol­ver­lo.

—De­be­ría ser ilegal si­q­u­ie­ra que os ha­bla­s­eis. Os hacéis menos in­te­li­gen­tes el uno al otro. —Miró al techo con la mente ace­le­ra­da y luego sus­pi­ró—. Lo has com­pli­ca­do todo.

—Lo sé —dijo su her­ma­no, y se pre­gun­tó si re­al­men­te lo sabía.

—¿Qué me di­jis­te de él? ¿de Bestia?

Augie la miró a los ojos y ella vio pre­o­cu­pa­ción en ellos.

—Viene a por ti, Augie. Es un mi­la­gro que no te haya en­con­tra­do to­da­vía. Pero lo que has hecho esta noche ha sido in­men­sa­men­te es­tú­pi­do. ¿Qué te llevó a atarlo? ¡Y en el ca­rr­ua­je, por el amor de Dios!

—No estaba pen­san­do. Me aca­ba­ban de apu­ña­lar. Y Rus­sell…

—¡Ah, sí. Rus­sell! —lo in­te­rrum­pió—. Él tam­bién está aca­ba­do. Ponle fin a esto ya. No ven­de­re­mos otra gota de su carga. ¿Dónde está el car­ga­men­to que ro­bas­te esta noche?

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