El regreso a la Antequera de principios del siglo XIX, cuando han transcurrido más de doscientos años, solo es posible por la vía testimonial, por medio de los testimonios de sus contemporáneos. Las noticias disponibles se deben a las plumas de diversos personajes que entonces transitan por Antequera, aunque no son tantos los que se paran a describir la ciudad y sus contornos como cabría esperar.
Uno de los testimonios, ajustado por cronología a la Antequera que interesa, está datado en los últimos años del setecientos y corresponde a la observación de un viajero extranjero, predecesor de aquellos curiosos impertinentes que decenios más tarde recorrerán España de punta a punta. Se trata de Alexandre Louis Joseph de Laborde, un francés –nacido en París el 17 de septiembre de 1773– que antes de ser destinado a Madrid con la embajada de Lucien Bonaparte en 1800, ya había viajado por tierras españolas con la idea de «décrire ce pays peu connu alors et si intéressant sous plusieurs rapports»[1] .
El joven Laborde –entonces tiene unos veinticinco años de edad– viaja por el sur peninsular hacia 1798 y el itinerario emprendido le lleva a Antequera, ciudad que describe con no pocos detalles:
«Cette ville est située en partie sur une colline, en partie dans une plaine, ce qui la fait diviser en ville haute et basse. Quelques uns ont cru qu´elle fut bâtie par les maures sur les ruines de l´ancienne Singilis, qui n´en étoit point éloignée, mais le plus grand nombre la regarde, avec quelque vraisemblance, comme l´Anticaria des romains. La ville se compose de montées et de descentes; au sommet est un château bâti par les maures et qui contient l´hôtel-de-ville et deux églises paroissiales, dont une fut le siège d´un chapitre de collégiale qui a été transféré dans la ville basse. Celle-ci est unie, sans montées ni descentes, elle a un chapitre, deux églises paroissiales et plusieurs couvents, mais la ville haute est mieux habitée: la noblesse et la bonne bourgeoisie y font leur résidence. La basse-ville est principalement occupée par des laboureurs et des artisans. Antequera est le chef-lieu d´un corrégidorat: elle a un corrégidor d´épée, un alcade mayor et une population d´environ 14000 personnes»[2] .
Ante la rica información de Laborde asalta una duda: ¿son todas las noticias de cosecha propia –recabadas personalmente durante su permanencia en la ciudad– o por el contrario habían sido adquiridas en fuentes bibliográficas existentes ya entonces?
La cuestión carece de una respuesta taxativa, aunque no puede descartarse que Laborde se ilustrara en tratados de geografía y en libros de viaje, ya que al menos hay dos con informaciones muy similares a la suya: la obra en dos volúmenes titulada Población general de España, que había publicado en 1768 Juan Antonio de Estrada[3] ; y la magna colección de dieciocho tomos Viage de España, escrita por el académico Antonio Ponz y terminada de editar en 1794[4] .
De todos modos, la pluma de Laborde pinta una realidad antequerana que luego confirman otros relatos de visitantes, nada sospechosos de contaminación por la literatura geográfica y viajera. Entre ellos se incluye el texto del británico William Jacob, un personaje tan singular como enigmático que supera la etiqueta de simple viajero porque no se trata de un turista o aventurero: es un parlamentario del partido tory y traficante de armas[5] , que recorre Andalucía entre septiembre de 1809 y enero de 1810 con una misión no confesada y parecida al espionaje.
Jacob apenas permanece en Antequera un día de principios de enero de 1810 y pese a visita tan breve, sus noticias sobre la ciudad no colisionan con la información de Laborde. Según parece, Jacob solamente escribe lo que ve y lo que oye:
«The city, however, is very extensive, and being of antient date, abounds in roman and moorish edifices, which give it an appearance of great grandeur. The date of its foundation is unknown, but it is noticed in the Itinerary of Antoninus, [...]. The castle [...] is in better preservation than any moorish fortress I have yet seen, and the entrance, called the Giants Arch, is the finest specimen of their architecture. [...].There are few places in Europe in which the antiquary, the botanist, or the geologist, would find so much worthy of attention as in Antequera and its vicinity»[6] .
Aunque Jacob pergeña un dibujo de gruesos trazos y monocromo de Antequera, su testimonio vale para significar la importancia demográfica de la ciudad y la fama que ya entonces gozaba por sus riquezas arqueológicas y monumentales.
Completan la visión de la Antequera de principios del siglo XIX otros testimonios, si bien corresponden a fechas un tanto tardías del primer decenio y no se deben a viajeros propiamente dichos. Sin embargo, son noticias muy aprovechables porque contribuyen a enfocar la imagen local con impresiones de ojos que vieron la ciudad en esos momentos y cuyo aspecto urbano no era diferente al de ocho o diez años antes.
Tan escuetas como reveladoras son las palabras que escribe Auguste Alexandre de Vanssay, un joven aristócrata de veinticinco años de edad –había nacido el 30 de diciembre de 1784 en Conflans-sur-Anille[7] – y oficial napoleónico de caballería[8] , tras conocer la ciudad antequerana el 2 de febrero de 1810. Dice así:
«... nous arrivâmes à Antequera, ville grande, bien bâtie et bien habitée, [...]. La ville, bâtie sur le penchant d´une colline, me parut remarquable par la conduite des eaux, amenées de loin, à de nombreuses fontaines. Là se renouvelle le système des aqueducs souterrains; j´ai suivi, à de grandes distances d´Antequera, sans pouvoir remonter jusqu´aux prises d´eau»[9] .
Este noble de la región del Loira –hijo del marqués y mosquetero de la Guardia Real Charles de Vanssay– aporta unos datos muy interesantes porque ve a Antequera como una población con cierto nivel de modernidad, provista de agua corriente gracias a una red de cañerías, cuando la mayor parte de las localidades carecían de ello.
Aún hay otro testimonio que define la fisonomía de Antequera y su autor es un ilustre personaje, también de nacionalidad francesa: André François Miot, conde de Melito, un hombre de notable talla intelectual y larga trayectoria política, que había sido embajador en Italia y Holanda, miembro del Consejo de Estado en Francia y ministro del Interior en Nápoles durante el reinado de José Bonaparte[10] .
Miot, nacido el 9 de febrero de 1762 en Versailles[11] , cuenta cuarenta y ocho años de edad cuando recala en Antequera, incorporado en el séquito del rey José, y durante las treinta y seis horas que permanece en la ciudad –horas de la tarde del 13 de marzo de 1810 y todo el día siguiente– no desaprovecha la ocasión de recorrerla de punta a punta. Abre bien los ojos y, entre otras cosas, ve lo siguiente:
«Antequera, située à l´entrée d´une plaine qui s´ouvre au nord, est une ville de moyenne grandeur, agréablement bâtie. On y compte près de 5.000 vecinos ou chefs de famille qui, multipliés par 4, nombre représentant la famille dont le vecino est le chef, donnent environ 20.000 habitants. [...]. Le château, au midi de la ville, est originairement un ouvrage des maures, mais il reste peu de vestiges de leurs constructions. La mosquée a été changée en église sous le non de San Salvador, [...]. La porte du chàteau est d´une bonne architecture moderne, et l´on remarque même à la droite de cette porte une portion de bâtiment dans le goût italien, surmontée d´une jolie loggia, le tout d´un très-bon style. [...]. Indépendamment de ces restes d´antiquités, on voit hors de la ville, à gauche du chemin qui conduit à Grenade, une grotte connue sous le nom de Cueva de Menga. On fait remonter l´existence de cette grotte aux temps les plus reculés »[12] .
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