La victoria del general Castaños en Bailén, que tanto había ilusionado a la sociedad española, empieza a eclipsarse en la memoria colectiva por efecto de los últimos reveses militares y la euforia patriótica de aquellos esperanzadores días se transforma en una especie de depresión nacional, que se acentúa con el progresivo avance napoleónico por la Península. Los ejércitos españoles, sumidos en una cascada de derrotas, son incapaces de contener las evoluciones de las fuerzas imperiales y a finales de 1809, como consecuencia de la determinante batalla de Ocaña, sus vanguardias están desplegadas a lo largo y ancho de La Mancha.
Pese al derrotismo general, aún hay esperanzas en salvar a parte del territorio español del dominio napoleónico porque se confía en la barrera montañosa de Sierra Morena como un escudo infranqueable. La prensa patriótica contribuye a templar los ánimos con el anuncio de medidas defensivas y obras de fortificación en aquellas alturas serranas para potenciar su impenetrabilidad: «Los puntos de la Sierra se están fortificando para hacerlos inaccesibles a los enemigos»[6] .
Pero la realidad asesta otro duro golpe a las esperanzas españolas, pues los adversos acontecimientos demuestran que no hay obstáculos capaces de detener el empuje de las tropas imperiales. Aunque todo el mundo esperaba una firme contención en aquellas alturas favorecidas por la naturaleza, la travesía de Sierra Morena es un paseo militar para los soldados de Napoleón, sin más coste que unas pocas horas de marcha y contadísimas bajas. Cae el mito de esas montañas: «... ces redoutables défilés, entourés d´un si affreux prestige, n´étaient plus qu´un fantôme évanoui»[7] .
Sin resistencia militar españolas, las tropas napoleónicas corren a sus anchas por Andalucía y en cuestión de pocas semanas alcanzan su extremo más meridional, donde se asoman a la bahía gaditana. Salvo la ciudad de Cádiz, uno de los pocos bastiones de la España libre, las poblaciones andaluzas han caído una tras otra en poder de las armas imperiales y arrostran un futuro bonapartista.
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Los transcendentales sucesos que determinan la realidad de España desde la primavera de 1808 afectan al devenir de todas las poblaciones del reino y en el caso particular de Antequera, objeto del presente estudio, la vida interior se resiente con mutaciones que repercuten muy sensiblemente en los órdenes político, social y económico.
Pocos segmentos de la milenaria historia de Antequera son tan rico como el periodo comprendido entre marzo de 1808 y septiembre de 1812 porque durante esos cuatro años y medio, escasísimo tiempo –un suspiro– en términos históricos, los hechos se suceden por días y aun por horas sin solución de continuidad. Son años de una extraordinaria relevancia porque se paraliza la secular dinámica local con un claro intento de ruptura, inmutable desde tiempos pretéritos. Se trata del primer ensayo serio de acoso y derribo al Antiguo Régimen.
Aunque la atención argumental de este libro se concentra en la Antequera de los mencionados años, la obra es mucho más que un estudio de historia local porque el análisis de hechos, acciones y procederes no se limita al ámbito interno de la población, sino que se contextualiza en un marco general. Se trata, por tanto, de un trabajo historiográfico que conecta la realidad antequerana con otras realidades paralelas y en el mismo encuadre de espacio y tiempo, de manera que queda ensamblada en un todo y sujeta a unas vicisitudes comunes porque los acontecimientos son los mismos. Semejante planteamiento constituye un antídoto contra la deriva hacia la historia meramente localista, historia que además de ser incompleta tiende a ponderar las excelencias locales como si fueran el centro del universo.
La presente obra está sustentada sobre un notable soporte documental procedente de archivos locales, nacionales y extranjeros. Especial atención merecen las fuentes locales gracias a la riqueza del Archivo Municipal de Antequera que, sin duda, es uno de los archivos más completos y exuberantes –según mi larga experiencia investigadora– de Andalucía y aun de España.
En Antequera se ha conservado casi todo, al menos del periodo objeto de este estudio, y ello ha sido posible gracias a la responsabilidad protectora de las sucesivas autoridades municipales y sobre todo al interés conservacionista de muchas personas con sensibilidad a lo largo de decenios, que se han tomado la cosa como algo propio. Ahí estaban en funciones de archiveros –ya lo fueran o no oficialmente– Nicolás Visconti de Porras, Alberto Rojas y en particular José María Fernández Rodríguez, que en los años treinta del pasado siglo emprendió «un profundo y sistemático análisis de los fondos documentales»[8] . La tradición de buenos archiveros antequeranos ha llegado hasta nuestros días con las figuras de Manuel Cascales Ayala y de Antonio Parejo Barranco –recientemente fallecidos– y de mi amigo José Escalante Jiménez, actual propietario del cargo. Gracias a estas personas, que siempre tuvieron la consciencia del archivo como santuario sacrosanto de la Historia, Antequera es hoy una ciudad con memoria, con muy buena memoria.
Una pingüe cosecha de noticias locales apuntala el andamiaje documental de este estudio, un conjunto de referencias informativas que han sido recolectadas en las diferentes secciones que está parcelado –conforme a criterios orgánicos funcionales y principios operativos– el Archivo Municipal antequerano. Especialmente sustanciosas han resultado las noticias exhumadas del «Fondo Municipal», sobre todo de las actas capitulares del ayuntamiento y de la documentación de Asuntos militares y Secretaría; del «Fondo Parroquial», en concreto de los libros sacramentales de bautismo y de defunción; y del «Fondo Real Colegiata», o sea de las actas del cabildo eclesiástico.
Los grandes archivos nacionales también tienen un relevante protagonismo en el aparato documental de este trabajo historiográfico sobre Antequera durante los convulsivos años de la Guerra de la Independencia. Destaca entre todos ellos el Archivo Histórico Nacional, cuyos fondos de las secciones «Estado», «Consejos» y «Diversos-Colecciones» han proporcionado una información muy interesante para perfilar el marco de aquella España en guerra.
El Archivo General Militar, establecido en el Alcázar de Segovia, también está presente por medio de su sección de «expedientes personales», que constituye un instrumento de primer orden para la identificación de los actores españoles con fuero castrense de esta historia.
Asimismo, hay que constatar la relevancia de los fondos del Archivo General de Simancas, del Palacio Real de Madrid y de la Real Chancillería de Granada por las noticias aportadas sobre distintos aspectos de la Antequera de principios del siglo XIX.
El aparato documental de la obra se potencia con fuentes de procedencia francesa, que permiten profundizar en el conocimiento de la Antequera napoleónica hasta donde no alcanzan los archivos nacionales ni locales. Siendo los principales actores de esta historia de naturaleza militar, ningún archivo francés ofrece mayores recursos ilustrativos que el Service Historique de la Défense, ubicado en el célebre Castillo de Vincennes. Sus fondos constituyen un filón de extraordinario alcance documental porque entre ellos se incluyen los expedientes personales, con el formato de hojas de servicios, que aportan una inestimable información individualizada sobre los protagonistas napoleónicos. Particularmente, la investigación se ha centrado en los fondos de las subseries «GR-2Yb», que corresponde a los Registres de contrôles des officiers; y «GR20-Yc» y «GR21-Yc», que pertenecen a los Registres matricules des sous-officiers et hommes de troupes.
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