Camila Valenzuela - Zahorí III. La rueda del Ser

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Zahorí III. La rueda del Ser: краткое содержание, описание и аннотация

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Protagonizada por mujeres de distintas épocas, cuyos destinos se ven conectados por la magia, la saga Zahorí comienza en la antigua Irlanda, donde quedan pendientes una promesa por cumplir y un oscuro presagio. La acción se traslada al sur de Chile, a un pueblo llamado Puerto Frío, con la llegada de las hermanas Azancot a la casona de su abuela, Mercedes Plass, lugar donde se conectarán con la verdadera historia de su legado familiar.

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Entre las sombras de la noche logró distinguir una luz a los lejos. Hizo que su compañero apresurara el paso aún más, pidiéndole un último esfuerzo. A medida que se acercaba entendió que esa luz, antes pequeña, era en realidad una sola gran llamarada: su hogar era el fuego.

No esperó a que Mai se detuviera por completo, sino que se tiró caballo abajo. Sus botas se hundieron en la profundidad del barro, pero el miedo y la desesperación lo hicieron correr como si fuera pasto en pleno verano.

No gritó, no pensó. Solo corrió.

Frente a las llamas que devoraban la casa, vio dos figuras: Melantha y Melinda. ¿Dónde estaba Maeve? Era inquieta, pero demasiado pequeña para salir arrancando por sí sola. ¿Dónde estaba el cofre? Melantha no habría permitido que el Maldito se hiciera con él; si lo hubiera hecho, no solo la casa estaría sumergida en el fuego.

“¡Melantha!”, gritó. La elemental se dio vuelta para mirarlo. Vio sus cejas caídas, su boca en una sola línea recta y lo supo: el cofre aún estaba con ellos, los últimos descendientes del clan de agua.

Se quedó detenido, observándolas. A los gestos de Melantha sumó los ojos fríos de Melinda y sospechó lo peor.

Melantha le habló como si no fuese ella, sino la muerte:

—Tá an Damnaigh iamh. Is é an cófra sábháilte 3.

No quería preguntarlo. No quería saberlo con tanta certeza. Pero debía hacerlo:

—Agus an cailín? 4.

Melantha negó con la cabeza, su cuerpo tembló.

—Cad a dhéanaimid anois? 5.

La matriarca del clan de agua fijó sus ojos en él, y con el mar en su mirada, le dijo: “Huir”.

1“Todo muere. Todo vive”.

2 “Dime dónde está el cofre”.

3 “El Maldito está encerrado. El cofre está a salvo”.

4 “¿Y la niña?”

5 “¿Qué haremos ahora?”

Golpe

Las palabras de Muriel en la voz de Mercedes eran un eco infinito dentro de su mente. “La voz del fuego silenciada por el barro. La voz del fuego evocada por el viento. La voz del fuego devorada por el mar”.

Quedaban muchas preguntas por responder; acertijos sombríos para los que no encontraban solución. Solo Mercedes podía hacerlo, al menos en teoría, mientras siguiera viva.

—Lo lograron.

No escuchó llegar a León. La tormenta –una mezcla terrible del invierno con la magia oscura– no le habría permitido oír algo más aparte de la lluvia. Estaba detenido a su lado con la vista fija en el mismo punto que ella: la energía, negra y tubular, que rompía entre las copas de los árboles.

“Perdimos la casona”, pensó.

El último espacio al que pudo llamar hogar.

Marina afirmó con la cabeza y añadió:

—No tenemos mucho tiempo.

—Hay que irse de aquí.

—Sí. Pero no podemos movernos con la Meche así…

—Tampoco podemos pelear contra ellos.

La miró:

—Tenemos que encontrar ese talismán.

Marina lo sabía; era la única forma de derrotar a An Damnaigh.

—¡¿Qué hacen aquí afuera?! ¡Entren!

Magdalena aún tenía el hilo de sangre que corría desde el costado izquierdo de su cabeza hasta el cuello. En todo caso, era un alivio que fuera solo eso. Los dos ataques seguidos que tuvieron en la casona podrían haber terminado peor. Mucho peor. Por el momento, sin embargo, no había bajas y solo Mercedes estaba herida de gravedad. Probablemente, más por los recuerdos, las historias veladas y los familiares perdidos que por la posesión del oscuro.

—Blyth y Celina lo hicieron, liberaron al Maldito y a los oscuros –dijo Marina a Magdalena, señalando la concentración de energía oscura a los lejos.

—Por eso tenemos que decidir rápido qué vamos a hacer.

Marina supo que su hermana se refería más a Luciana, Vanesa y Emilio que a la consecuencia inmediata de la liberación masiva de oscuros. La pregunta que daba vueltas en la cabeza de las hermanas –o al menos, de ella y Magdalena– era una: ¿podían o no confiar en las hijas e hijos del fuego perdido?

—Lo único que podemos hacer es salir de este lugar.

—Sí sé, León –contestó Magdalena–. Pero hay que decidir dónde y con quién. Vengan, vamos.

Magdalena se dio vuelta y caminó con paso rápido hacia el interior de la cúpula de copas de árboles entrelazadas que ella misma había creado. Si no hubiera sido por sus habilidades, Mercedes estaría muerta y los demás descubiertos en la mitad de una tormenta.

Aunque no lo quisiera, en especial luego de conocer la otra versión de la historia, Magdalena tenía bastante de Aïne.

Marina la siguió, pero antes de que pudiera avanzar mucho más, León tomó su mano. Se veía inquietamente calmo. Y por algún motivo, Marina intuía que esa calma también era parte de su máscara.

—Vamos a tener que separarnos.

Ya lo habían esbozado antes: si querían ganar la guerra tenían un talismán perdido que encontrar y cuatro clanes que reunir. Así, todo apuntaba a la necesidad de dividir al grupo para cumplir con ambas misiones sin morir en el intento.

—Es lo más probable.

—Me gustaría ir contigo.

—No necesito guardaespaldas, León. Voy a estar bien.

—Lo sé. Es por mí que lo digo.

—¿Por ti?

—No puedo explicarte todo ahora.

—No me has explicado nada.

Era un hecho: León estaba lleno de secretos y ella no conocía ninguno.

No podía confiar en él.

—Yo creo que esto es la primera vez que pasa –le dijo.

—¿Qué cosa?

—Una elemental que no sabe nada del enviado que le asignaron –supo lo horrible que sonaba antes de decirlo; y aun así lo dijo.

—Ninguno de los dos es muy apegado a la tradición –sintió el golpe de vuelta–. Dime, ¿podemos ir juntos?

Cambio de tema. Era bueno que se parecieran en algo.

—No funciona así. No estamos armando equipos para una kermesse. Todo depende de la estrategia.

—Es estratégico que estemos juntos. Viajando, digo.

Marina buscó señales dentro de los ojos de León. Algo, cualquier cosa que le dijera qué pensaba realmente. Como siempre, no obtuvo más que silencios y vacíos.

Sin embargo, una respuesta tenía clara: ninguno de los dos necesitaba la protección del otro. Como decía él, su relación era pura estrategia.

—¡Marina! ¡León! ¡Ya, pues! ¡Vengan!

La voz de Magdalena fue como un eco distante.

León caminó solo hacia la cúpula. No esperó palabras de ella. Quizás, no quería escuchar un “no” como respuesta.

Dentro de la cúpula el ambiente no era mejor. Gabriel cuidaba de Mercedes, quien seguía en un espacio intermedio entre la vigilia y el sueño, herida y con quejidos de dolor. Luciana y Manuela observaban un mapa de Chile mientras discutían posibles rutas. Emilio se paseaba de un rincón a otro y Vanesa lo seguía con la mirada, probablemente a solo segundos de pedirle que se detuviera.

Cuando los tres entraron nuevamente, los ojos se posaron sobre Marina.

—¿Qué pasa afuera? –le preguntó Manuela.

—Mal. Tenemos que irnos rápido.

—Y tenemos que separarnos –añadió Emilio; los demás dejaron ver su desconfianza en un silencio prolongado, después de todo, apenas unas horas antes habían descubierto la supuesta verdad sobre ellos–. Es la única forma para alcanzar a encontrar el talismán y advertir a los clanes, antes de que nos maten a todos.

—No nos vamos a separar altiro –declaró Magdalena–. Lo primero es encontrar un lugar seguro para la Meche. Después vemos cómo lo hacemos.

—¿Te refieres a “después”… como cuando confíes en nosotros?

—Sí, Emilio.

—No hay tiempo para eso.

—Bueno, vamos a tener que encontrar el tiempo, porque no voy a viajar por Chile con personas en las que ni siquiera confío –antes que Emilio pudiera contestarle, Magdalena le habló a Manuela–: ¿encontraste algún lugar seguro adonde podamos ir?

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