—An bhfuil a rá? 16–le comentó Aïne como defraudada por haberle mentido a Síle.
—Sea, mar tá sé fíor: níl a fhios againn do cinnte má bhí sé ina premonition 17.
—Cén fáth Cén fáth eile a bheadh agat dreamed de mortal nach bhfuil a fhios fiú? 18
—An raibh tú fís bheith ag an duine? ¿Anseo? I measc dúinn? 19–preguntó Síle con terror en su mirada. A diferencia de ella, Aïne sí había logrado traspasar sus miedos a la matriarca del aire; además, la misma Síle conservaba algunos recuerdos vagos del ataque a Kene y Bahee.
Aïne le contó a Síle el sueño de Máira, al mismo tiempo que ella se arrepintió de haberlo compartido de modo tan detallado con su hermana. Quiso decirle que se detuviera, que no contara todo, que por algo había hablado con ella y no con las demás, pero no lo hizo. No pudo hacerlo. El respeto que sentía por Aïne era mayor y contradecirla solo traería problemas, así que solo se limitó a escuchar, a ser una espectadora de su propia vida.
“¿Cómo podría ese joven hallarnos, si hace años que nos hemos mantenidas alejadas de los clanes humanos?”, preguntó Síle, y Aïne respondió tan segura de sus palabras que Máira sintió un poco de temor: “Porque ese sueño fue una advertencia”.
—Agus más dealraitheach, d’intinn agat a dhéanamh? 20–dijo Síle como robándole los pensamientos a Máira.
—Má cosúil leat a? 21–preguntó Ciara, que intentaba hacerse un espacio entre las tres.
—Bhuel, an t-am chun deireadh a hullmhúcháin bainte 22–declaró Aïne haciendo, una vez más, caso omiso de los comentarios de Ciara.
Comenzó a enumerar las tareas de cada clan para dar inicio a Ostara, no dando cabida para que alguna le respondiera a Ciara. Incluso sabiendo lo injusto que podía ser ese trato, Máira se alegró de que por fin había acabado la conversación.
Solo por un momento quería sentir que su vida era suya y de nadie más.
Solo por un momento quería ser libre.
La tarde transcurrió rápida. Había música en el aire y el viento cantaba como si quisiera despertar a la naturaleza. El clan de tierra se encargó de preparar el ritual; el aire de la comida y el agua de la decoración. Incluso el fuego pudo ayudar al clan de Síle y Máira. Como cada Ostara, se respiraba un aire dulce y primaveral que hacía olvidar las penas, ayudando a disfrutar del presente. Sin embargo, bastaba que Máira recordara con detenimiento su sueño y al joven dentro de él, para que el tiempo se ralentizara. Aún no sabía si su sueño había sido una visión o no, pero se sorprendió a sí misma al darse cuenta de que, en el fondo, quería que lo fuera; necesitaba averiguar quién era ese joven y cómo fue capaz de llegar hasta ella en un plano astral.
Cuando el sol se comenzó a esconder tras la línea del horizonte, los cuatro clanes se reunieron en el fogón central para darle la bienvenida al equinoccio de primavera. El fuego ardía en la hoguera de modo controlado y artificial. Desde la muerte de sus padres, Ciara no tenía permitido crear el fuego, dado que la mayoría de los elementales veía en ello más peligros que beneficios. Solo si eran atacados por los seres humanos, decretó Aïne, el fuego podía usar su poder, de lo contrario, debía abstenerse por precaución general. Máira creía que esas limitaciones solo creaban trampas y roces entre la comunidad, en especial entre las hermanas. El descontento de Ciara se sentía en sus miradas lacónicas y frases cortas, mientras que el resto de su clan parecía no entender las motivaciones de Aïne. Máira tampoco las comprendía realmente, pero confiaba en la historia que le había contado: en cómo murieron Kene y Bahee, y sobre todo, en el peligro que representaba el fuego.
A pesar de ello, a Máira le pareció que esa tarde todo era alegría. Los tonos dorados y verdes rodeaban el entorno, y cada elemental llevaba una corona de flores sobre su cabeza haciéndose partícipe de la primavera. Las antorchas brillaban en los costados de las mesas que, a su vez, gozaban de abundantes frutas de la estación, vino y jugos. Daba la sensación de que, en festividades como Ostara, no importaban las diferencias: era un día para celebrar.
Como era usual, sería Aïne quien dirigiría la bienvenida a una de las ocho fiestas solares, así que las tres hermanas tomaron su lugar justo detrás de ella. Ese gesto bastó para que los clanes supieran que el rito comenzaría y con ello, las conversaciones y risas cesaron.
La mujer de tierra habló con su voz alta y fuerte:
Is Ostara am dóchais. Cad tá sé os cionn, agus mar sin thíos.
Beidh an teas an earraigh fuar agus dorchadas a bhealach a
thabhairt chun solais.
Anois a thagann an tiarmhéid agus flúirse.
Anois, oíche a thuilleadh agus laethanta níos giorra.
Ar deireadh a fheiceáil ar an ghrian na huaireanta céanna beidh muid a fheiceáil ar an ghealach 23.
Aïne abrió el pequeño bolso de cuero negro, que colgaba de la cuerda alrededor de su cintura, y de ahí extrajo una semilla. Desde atrás, Síle se acercó a ella sosteniendo un pequeño recipiente de cerámica vacío. Aïne puso una de sus manos suspendida a unos centímetros de distancia, cerró sus ojos e invocó a su elemento. De a poco, el recipiente se llenó hasta el tope de tierra fresca y húmeda. Con la otra mano, Aïne dejó la semilla dentro y la cubrió, mientras, en murmullos, agradecía a los dioses y diosas la nueva etapa de fecundidad que traía Ostara. Una vez que hubo terminado, tomó el recipiente y lo mostró en alto a los clanes:
An Dia Sun dteagmháil leis an gcroí an bandia Máthair Domhan.An torthúil agus a ghlacadh teas, dúiseacht an saol ann 24.
Los elementales repitieron tres veces las palabras de Aïne. Luego, volvió a entregarle el recipiente a Síle, que lo llevó hasta el altar de piedra. Se quedaron en silencio mientras esperaban a que desaparecieran los últimos rayos del sol. Y cuando vieron la luna aparecer en el cielo, el bodhrán empezó a sonar: “Hermanas, hermanos… ¡a celebrar!”.
Comieron brotes de verduras hojosas y otros platos decorados con flores que representaban la abundancia de la primavera, mientras llenaban jarrones con vino, jugos de frutas y té de hierbas. La música no se detuvo en ningún momento. Al latido vibrante del bodhrán se le añadió el tono agudo del violín, que transmitía euforia y melancolía. Algunos bailaban tomados del brazo, trazando figuras; otros preferían comer y beber. La noche se entremezcló de música y vino hasta que llegó el momento en el que todos, incluso Aïne, se entregaron al festejo de Ostara.
También Máira bailó y rio, aunque una vibra extraña y ajena la rondaba. Si bien Ostara era una festividad animada, parecía como si todas las energías se concentraran en esa noche, sin barreras. Caminó entre los demás elementales, entre la fiebre de la alegría mezclada con el vino. Sonrió, bailó, pero sobre todo observó. De pronto, una sensación de déjà vu la envolvió. Se sintió nuevamente dentro de su sueño. Pero esta vez era de verdad. ¿Sería posible que Aïne tuviera razón, que se hubiera tratado de una premonición? Si era así, el joven de ojos oscuros y sonrisa amplia estaba a punto de aparecer. Máira dudó. No supo qué hacer: ir al crannog y evitar cualquier posible encuentro con él o quedarse para ver qué sucedería. Algo en su interior le decía que quizás Aïne estaba en lo cierto no solo respecto a la visión, sino además del peligro que implicaba un encuentro con un mortal. Pero la curiosidad la embargaba. Necesitaba saber quién era ese joven, cómo podría haber llegado hasta ellos y, en especial, qué vínculo tenía con ella como para haberla encontrado primero en sueños.
“Es Ostara”, pensó finalmente, “nada malo puede nacer en Ostara”.
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