Camila Valenzuela - Zahorí III. La rueda del Ser

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Zahorí III. La rueda del Ser: краткое содержание, описание и аннотация

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Protagonizada por mujeres de distintas épocas, cuyos destinos se ven conectados por la magia, la saga Zahorí comienza en la antigua Irlanda, donde quedan pendientes una promesa por cumplir y un oscuro presagio. La acción se traslada al sur de Chile, a un pueblo llamado Puerto Frío, con la llegada de las hermanas Azancot a la casona de su abuela, Mercedes Plass, lugar donde se conectarán con la verdadera historia de su legado familiar.

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Se veía peor de lo habitual; más cansado, con más odio.

—¿Y a ti qué te pasó? Parece como si te hubiera pasado un camión por encima.

—A diferencia de ti, Celina, An Damnaigh no me envió a caminar por el bosque.

—No estoy caminando por el bosque, precisamente. Además, ¿qué te mandó a hacer para que quedaras así?

La miró detenidamente, como esperando que fuera ella quien respondiera primero.

—Me mandó a revisar los terrenos que antes ocuparon los clanes. Quizás pensó que habría alguna pista del talismán.

—¿Y?

—Nada. ¿Me vas a decir ahora por qué tienes ese aspecto?

—Sentí la energía de un enviado activarse. Lo seguí.

—¿Cuál enviado? –la pregunta voló de su boca y supo que había sido un error; no podía demostrar interés por León frente a nadie, mucho menos, Blyth.

—Ese amateur…

Intentó ocultar el alivio que sintió.

—Hasta que por fin Gabriel Littin aprendió a usar las ventanas. Y, ¿qué pasó?

—Estaba con la matriarca del agua.

—¿Solo con Mercedes?

—Así es. Nos enfrentamos. Faltaba solo un poco para tenerlos a los dos –dijo y calló.

Le gustaba el suspenso. A ella no.

—¿Y entonces?

—Llegó el otro enviado del agua –Celina apretó los labios–. Y los perdí.

Soltó y respiró:

—Por la cara que tienes, parece que se te escaparon los tres.

Blyth rio. Desde que recordaba quién era estaba diferente. Más seguro, más siniestro. Ahora ella no podía evitar sentir una sensación de terror cuando lo veía reír de ese modo.

—La matriarca del agua no verá la luz de un nuevo día.

Si Mercedes Plass estaba muerta, entonces la rueda giraba a favor de la oscuridad.

—Felicidades por el acierto, pero supongo que no viniste hasta acá para ponerme al día.

—No seas ridícula, hija del fuego negro. An Damnaigh me envió por ti. Necesita vernos.

—¿Sabes lo que quiere?

—No hablará si no es frente a los dos.

Todavía le era extraño tenerlo tan cerca. Sus tratos con otras almas malditas había sido escaso, en cambio el vínculo con Blyth crecía conforme también lo hacía la guerra.

Caminaron juntos hacia la casona. Ella todavía no conocía bien el terreno, así que Blyth, que se movía con facilidad por el bosque, iba primero. Los senderos eran estrechos y sentía que la naturaleza se le venía encima, como si la estuviera acorralando. Como si no le gustara que estuviera ahí.

—Te sienta bien andar por el sector de los ríos –le dijo, más para salir de sus propios pensamientos que para mantener una conversación con él.

—No soy yo, es la piel que habito.

—Pensé que ya no lo escuchabas.

—Es cierto, cada vez menos.

—Entonces, explícame cómo es que caminas por acá con tanta certeza y conoces tan bien este lugar.

—El cuerpo tiene memoria.

Todavía no entendía bien cómo funcionaba el vínculo entre el cuerpo poseído y el sluagh que lo habitaba, así que de algún modo Blyth abría esa ranura ínfima de conocimiento, incluso aunque no le gustara hablar del mortal.

—Van a venir por ti. Lo sabes, ¿cierto? –le dijo y él sonrió, aunque apenas.

—También vendrán por ti, hija del fuego negro. ¿O acaso piensas que te dejarán en paz solo porque tuviste una conexión con ese enviado atípico?

—No tengo ninguna conexión con nadie.

—Claro que no.

—Y en todo caso, es distinto: acabas de matar a la vieja, no van a descansar hasta verte encerrado de nuevo.

—No podrán encerrarme. Nadie puede hacerlo.

—Tal vez ellas son capaces de encontrar la forma. No son como las otras elementales.

—Tampoco soy como los otros oscuros.

No lo era. Él recordó su nombre, su vida antes de ser maldecido.

—A todo esto, ¿qué te dice el humano?

—Palabras.

—¿Cuáles?

—Te ves interesada.

—Estoy interesada.

—Si me dejas ver, yo también lo hago.

—Quiero entender a la elegida del agua.

Blyth volvió a reír y ella sintió que su cuerpo entero se erizaba.

—A esa no la toca nadie que no sea An Damnaigh.

—No sabía que el señor de los oscuros tenía perro guardián.

Apenas pronunció la última palabra, la garganta se le cerró. Paró en seco, llevó ambas manos al cuello. Blyth también se detuvo y dio la vuelta para quedar justo frente a ella; tenía la mano en puño a la altura del abdomen. Caminó, acercándose como una serpiente. A medida que lo hacía, su mano subía y ella sentía aun más opresión, más asfixia, menos aire. Cuando llegó a estar solo a unos centímetros de distancia, su mano casi llegaba al corazón, si es que aún tenía uno.

Le habló lento. Sus palabras salieron de la boca como arrastrándose:

—No me llames así. Nunca más.

Soltó la mano y, apenas lo hizo, el cierre de su garganta se liberó. Celina respiró con ganas y Blyth se dio vuelta para seguir caminando.

—¡Oye! –le gritó antes que tomara mucha distancia.

Blyth volvió hacia ella y la miró con sus ojos negros. Por un momento se arrepintió de haber gritado:

—No vuelvas a hacer eso –le dijo, esta vez más despacio.

El oscuro no dijo palabra, solo continuó su camino. El resto del trayecto hacia la casona, lo recorrieron en silencio. No supo qué pasaba por la cabeza de Blyth, pero tenía claro que ya no era un oscuro más; podía esperar cualquier cosa de él.

Quizás no la volvería a atacar de esa forma.

Quizás no tendría otra advertencia.

***

La casa de Mercedes Plass había muerto con ella. Las paredes del living-comedor eran una mezcla de madera, polvo y escombros. Luego de haber recorrido el sector de los ríos y, ahora, estando ahí dentro, Celina entendió que solo quedaban las ruinas del antiguo esplendor elemental.

No existía una sola persona de Puerto Frío que no hubiera sido poseída por los espíritus liberados y Celina reconoció varias caras que ejercían distintas labores dentro de la casa. Algunos tiraban cajoneras y muebles abajo, probablemente buscando pistas; afuera, otros hacían encantamientos que sirvieran como aviso frente a la llegada de cualquier elemental. Los menos, solo destruían como si con ello pudieran liberar algo del rencor y dolor acumulado con el paso del tiempo.

Sintió una mano fría como la muerte alrededor de su antebrazo:

—Vamos, hija del fuego negro –le dijo Blyth–; no es momento para mirar.

La guió hacia el ala izquierda de la casona. Pasaron por varias salas distintas que no recibieron el impacto del ataque. En ellas se podían ver revistas antiguas, una vitrola, algunos tazones vacíos. El tiempo detenido, la vida detenida. Celina tuvo una extraña sensación de familia, calor y hogar. Y se sintió igual de vacía que el resto de la casona.

Al final del pasillo una gran puerta de madera se encontraba cerrada. Blyth dio un solo golpe. La puerta se abrió por sí sola, en un quejido que incluso a ella le pareció siniestro. Celina entró justo detrás del sluagh. La oscuridad reinaba dentro de la biblioteca. Faltaba poco para el amanecer, aunque probablemente los rayos del sol no volverían a tocar el sector de los ríos en mucho tiempo más.

La sala, que bajo el alero de Mercedes Plass debió haber sido un espacio perfectamente ordenado, estaba llena de libros tirados; abiertos y cerrados, de cara y lomo. Una de las mesas figuraba de patas sobre el piso, mientras las otras apenas se veían entre tantos ejemplares. “Seguro An Damnaigh dio vuelta la biblioteca buscando los Anales del clan de Agua”, pensó. Y seguro las elementales se lo habían llevado.

Había un olor incómodo. Así debía oler el miedo. Se sorprendió a sí misma cuando entendió que, dentro de ella, aún quedaban pequeños espacios de temor que solo habitaba An Damnaigh.

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