Juan Domingo Argüelles - ¡No valga la redundancia!

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Lo que nos toca escuchar (y soportar) todos los días: «Yo mismo». El «mutuo diálogo». Lo que tienes que leer «antes de morir». Lo «bastante frecuente». Lo «actualmente en vigor». Las «falsas mentiras» de las «grandes multitudes». El «robo ilegal» de «productos orgánicos». «Repetir lo mismo», así sea un «rumor no confirmado». ras el catálogo de errores en el uso común del español que Juan Domingo Argüelles elaboró en
Las malas lenguas, este nuevo volumen continúa su recorrido por las expresiones que el descuido, la insistencia en calcar formas de otras lenguas, la pandemia de la corrección política y la simple ignorancia de las palabras y sus significados han sembrado en los medios informativos, las redes sociales e incluso libros de toda índole.Como señala el autor en su prólogo,
¡No valga la redundancia! « va dirigido a unos pocos millares de personas a quienes el cuidado del idioma les interesa, sea porque es su ámbito profesional o bien su gozo, además de su prodigioso instrumento de comunicación». En esta ocasión, se concentra en «los sinsentidos y redundancias, los pleonasmos y ultracorrecciones» que leemos y escuchamos todos los días. Con mordaz sentido del humor y un espíritu tan crítico como didáctico, este libro es a la vez una obra de consulta y un divertido recordatorio de lo que ocurre cuando olvidamos, ignoramos o desdeñamos la precisión en el lenguaje.

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En 2017 las agencias noticiosas distribuyeron la siguiente información:

картинка 175“La ONU consideró el indulto a Fujimori como una bofetada en la cara de las víctimas”.

Lo correcto es simplísimo:

картинка 176La ONU consideró el indulto a Fujimori como una bofetada a las víctimas.

картинка 177He aquí unos poquísimos ejemplos de estas redundancias brutas, reproducidos de internet y de publicaciones impresas: “Una bofetada en la cara del espectador”, “una bofetada en la cara para las familias mexicanas”, “nunca se da una bofetada en la cara”, “recibe una fuerte bofetada en la cara”, “esto es como una cachetada en la cara”, “esta pandemia ha sido una cachetada en la cara para todos”, “fue una bofetada en el rostro para los africanos”, “una bofetada en el rostro de los veracruzanos”, “cambio bofetadas en la cara por palmaditas en la espalda”, “recibí patadas y cachetadas en la cara”, “la religión islámica prohíbe las bofetadas en el rostro”, “a veces creo que doy un bofetón en la cara con mi obra” (dicho, orondamente, por un artista español), “un bofetón en el rostro del pueblo ecuatoriano”, “le propina severa cachetada en el rostro”, “dos hombres se dan cachetadas en el rostro” (¡ni modo que en las nalgas!), “le asestó dos bofetones en la cara” y, como siempre hay algo peor, “me dio una bofetada en la cara con su pene: Anelka”. No; en realidad lo que el futbolista Vieira le dio a su compañero de equipo Anelka (ambos jugaban en el Arsenal de la Liga Inglesa) fue, literalmente, un “vergazo” en la cara, no una “bofetada”; experiencia (la del “vergazo”, ya que no “penazo”) que Anelka describe incluso a detalle: “era como ser golpeado por un salmón curado húmedo”. ¿Bofetada? No. Únicamente si a ese “salmón curado” se le pudiera llamar “bofe”.

картинка 178Google: 134 000 resultados de “bofetada en la cara”; 49 300 de “cachetada en la cara”; 49 200 de “bofetada en el rostro”; 42 000 de “bofetadas en la cara”; 31 600 de “cachetadas en la cara”; 15 600 de “bofetadas en el rostro”; 14 400 de “bofetón en la cara”; 10 700 de “bofetón en el rostro”; 8 150 de “cachetada en el rostro”; 4 700 de “cachetadas en el rostro”; 3 160 de “bofetones en la cara”. картинка 179

34. borrar, ¿borrar la sonrisa de los labios?, cara, labios, perder, ¿perder la sonrisa de la cara?

Podemos darnos una idea aproximada de qué tan malo es un escritor a partir de los tópicos, lugares comunes y frases hechas que utiliza en su “creación literaria”. Si hoy un narrador, de esos que ganan premios nacionales e internacionales, y venden ejemplares por decenas y centenas de miles, escribe que su personaje, que palideció, se puso “blanco como la nieve”, u otro, que padecía un gran dolor, suplicaba “con lágrimas en los ojos”, sería recomendable cerrar el libro y echarlo a la basura, pues es bastante probable que en las páginas que ya no leeremos haya otro personaje al que “le recorrió un frío por la espalda” y esto fue “como si le cayese un balde de agua fría” (¿y por qué no un balde de agua hirviendo que, con mucho, sería más terrible?) cuando alguien “le dio con la puerta en las narices” y un testigo “lo vio con sus propios ojos”. Todas estas son formas viciosas de expresión, más en la escritura que en el habla, de escribientes cursis, afectados y de escasa o nula calidad literaria que, sin embargo, prosperan hoy, a montones, por culpa de los infralectores (los lectores se merecen a los autores que consagran). Pero esto también ya se ha ido trasladando al periodismo, y ahora es frecuente leer, ya no sólo en libros, sino en revistas y en diarios impresos, así como en internet, que a alguien “se le borró la sonrisa de los labios”. ¡Coño, carajo, caballero!, ¿y de dónde más podría borrársele a alguien la sonrisa si no es de los labios?; ¿quizá del ombligo o de las rodillas? Nuestro idioma sufre, cada vez más, a los destructores de la lógica, la gramática y la ortografía, con la anuencia de las academias dizque de la lengua. “Borrar la sonrisa de los labios”, “borrar la sonrisa de la cara”, “borrarse la sonrisa de los labios”, “borrarse la sonrisa de la boca”, “perder la sonrisa de la cara”, “perder la sonrisa de la boca” y “perder la sonrisa de los labios”, entre otras expresiones parecidas, son redundancias tan brutas que no pueden ser sino rebuznancias. Un poeta de gran nivel, un gran escritor, puede —por licencia lírica— escribir que “Venus era tan bella que su mirada casi sonreía”, pero se trata de esto, exactamente, de una licencia poética que nada tiene que ver con la realidad. Dicho de una persona, la “sonrisa”, al igual que la “risa”, es propia de la boca, de los labios, y de ninguna otra parte del cuerpo. El verbo intransitivo y pronominal “sonreír”, “sonreírse” (del latín subridēre) significa, en su acepción principal, “reírse un poco o levemente, y sin ruido” (DRAE). Ejemplo: Sonrió despectivamente. Es importante la acotación “sin ruido”, porque también abundan los hablantes y escribientes que confunden la “sonrisa” con la “risa” y son capaces de afirmar que Fulano sonrió estruendosamente, lo cual es una idiotez, pues la “sonrisa” no equivale ni a la “risa” ni mucho menos a la “carcajada” (“risa impetuosa y ruidosa”). Puede uno reír sin carcajearse, pues la “risa” es el “movimiento de la boca y otras partes del rostro, que demuestra alegría” y la “voz o sonido que acompaña a la risa” (DRAE), pero de nadie puede decirse que “sonríe” cuando en realidad está riendo o carcajeándose. Se trata de acciones diferentes y, en cierto sentido, de intensidades o gradaciones expresivas: quien sonríe no emite ruido alguno, porque en caso de emitirlo ya no estaría sonriendo sino riendo, y quien ríe no necesariamente se carcajea, a menos por supuesto que emita “carcajadas”. Pero si ya caer en confusión al respecto delata falta de lógica, decir y escribir expresiones como “borrarse la sonrisa de los labios”, “borrarse la sonrisa de la boca”, “perder la sonrisa de la cara”, “perder la sonrisa de la boca” y “perder la sonrisa de los labios”, revela que quienes tales cosas dicen y escriben no suelen consultar el diccionario de la lengua y, por ello, ignoran el significado del verbo “sonreír” y el sustantivo femenino “sonrisa” (acción y efecto de sonreír). Basta con decir que a alguien “se le borró la sonrisa” para decirlo todo; añadir que “de los labios” es barbaridad rebuznante, pues la “sonrisa” es acción que se efectúa únicamente en los labios o en la boca y, más ampliamente, en la cara. Ni en las rodillas ni en las axilas ni en los pies. Un pésimo autor podría escribir, por ejemplo, con pretendida licencia poética: Sus pies me sonreían, pero si lo seguimos leyendo, ya no sólo habrá un bruto, sino dos.

En conclusión, no hay sonrisa que no resida en los labios y en la boca (y, por extensión, en la cara, que es donde tenemos la boca). Que las rebuznancias “perder la sonrisa de la boca”, “borrar la sonrisa de los labios”, “borrar la sonrisa de la cara”, “borrarse la sonrisa de los labios”, “borrarse la sonrisa de la boca” y “perder la sonrisa de la cara” se hayan extendido incluso al periodismo demuestra el grado de erosión en la lógica y la gramática de nuestro idioma. En el diario mexicano El Financiero un articulista político escribe lo siguiente a propósito de un tartufo:

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