Ana Otte de Soler - Cómo casarse bien, vivir felices y comer perdices

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La autora ofrece una galería de temas que no deben faltar en las conversaciones entre los novios, y entre los casados: la luna de miel, los imprevistos, el reparto de tareas, la suegra, la importancia de mantener las amistades, la economía de la casa y el tiempo de ocio, el primer hijo, el primer enfriamiento y la falta de diálogo, el aburrimiento y la infidelidad… En definitiva, cómo cuidar el matrimonio para que el amor crezca más y más.
En una segunda parte, anima a lectoras y lectores a cuidar su relación, de manera especial en el ámbito sexual y reproductivo.

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Confiesa un hombre joven: «Al principio subía las escaleras saltando cuatro escalones a la vez, ahora vuelvo a casa cada día un poco más tarde». Esto lo hacen muchos, aduciendo obligaciones profesionales, reuniones con los jefes..., cuando en realidad van a tomarse una cerveza con algún colega. Es más cómodo llegar a casa cuando los niños ya han cenado y están bañados. Luego se sorprenden cuando la mujer los recibe con mal humor. Los jóvenes maridos tienen que concienciarse de que la vida de soltero se ha acabado. Las cosas no pueden seguir siendo como antes.

No hay que desanimarse, todo esto es pasajero. Y, cuando pase algún tiempo, se habrán acostumbrado a esta vida en común y empezarán a disfrutar de la independencia de su nueva familia: todo a su gusto, la casa, los muebles, la convivencia con la persona amada, su hijito: toda una aventura, cada día nueva.

6

Reparto de tareas

«El matrimonio no es un contrato mercantil».

(A. Polaino)

Las tareas del hogar son un asunto importante en las familias jóvenes. Las mujeres ya no quieren asumir el papel de sus abuelas, de estar al servicio del hombre, más aún cuando también ellas ejercen una profesión —incluso de un modo más competitivo que el hombre— fuera de casa.

Es normal que se persiga un reparto equilibrado. Las mujeres no aceptan el “apoyo o ayuda” del marido, sino que quieren un reparto a partes iguales. Está bien: tú un 50 % y yo un 50 %. Tú planchas los miércoles y vas a la compra el sábado. Y yo plancho el viernes y hago la cena los lunes. ¿Funciona esto?

Parece que no. La mujer normalmente domina las tareas y la planificación del hogar. Esto ha sido siempre así y parece que no va a cambiar, por mucho empeño que se ponga en la lucha por la igualdad. La mujer es capaz de hacer varias cosas a la vez, mientras a los hombres les gusta hacer una cosa tras otra.

Tampoco las habilidades están repartidas de forma igual. A lo mejor uno guisa de maravilla, y el otro ordena los armarios a la perfección. Eso no tiene que ver con que uno sea hombre y la otra mujer: son dos personas distintas, cada una con sus habilidades. Cuando hay amor, uno hace lo que más le cuesta al otro, y no le fastidia obligándole a hacer cosas que le repugnan; si el marido es un desastre planchando, no le hagas planchar, déjale que vaya a jugar al fútbol con un hijo.

El mundo ha cambiado. Mejor dicho, siempre ha cambiado, respecto a la generación anterior. Un señor mayor, ex militar, consideraba humillante tener que hacer faenas de la casa. Como mucho se rebajaba a quitar el polvo que se acumulaba sobre los muebles. A otro le daba vergüenza comprar papel higiénico. Tenía miedo de que algún compañero de trabajo le pudiera ver con un rollo de papel bajo el brazo.

Todo esto ya ha cambiado. Las mujeres jóvenes, con sus buenas carreras, ya no aceptan estas mentalidades. Ahora exageran, basculando hacía el otro extremo: todo mitad/mitad. Pero eso tampoco funciona, como hemos visto antes.

A menudo algunos maridos desconcertados preguntan a sus mujeres qué quieren que él haga... Pero no es eso. Lo que quiere la mujer es que entienda que debe ser él quien detecte las necesidades del hogar en cada momento. No se trata de cumplir encargos...

En teoría, está bien. Pero seamos sinceros: esto es un sueño. Los hombres tienen otro concepto de la vida. La mujer a lo mejor ha dejado un montón de ropa para doblar en el cuarto de baño, o en un rincón de la salita. El marido pasa por allí y la ve. No le molesta en absoluto y, por tanto, ni la dobla, ni la recoge, o ni siquiera la ve. Si ella quiere que haga algo en el hogar, se lo tiene que advertir, o dejar todo escrito en un papel, pegado en la puerta de la nevera.

Si se quiere ahorrar disgustos, es aconsejable que le dé encargos fijos: quitar la mesa, vaciar el lavaplatos, bajar la basura y colocar bolsas limpias en los cubos de basura, regar las plantas y sacar a la perra.

No hace mucho, una joven esposa me decía que su marido es muy bueno, hace todo lo que le pide. Cuando ella le dice: «Vamos a hacer la cena», él enseguida está listo para prepararla, con ella. Pero lo que a ella le gustaría es que la iniciativa surgiera de él. Que él hubiera hecho la compra por su cuenta y dijera: «Vamos a hacer una tortilla de patatas y asar unas pescadillas».

Ella querría no tener que llevar encima todas las cosas de la casa, pues es una carga mental que pesa, y mucho. Y dice que todas sus amigas casadas se quejan de lo mismo.

Si los hombres no funcionan así, al menos deberíamos poder esperar de ellos que se acuerden de un aniversario (tienen fama de olvidarlos siempre), que conozcan el perfume favorito de su querida esposa, y que caigan en la cuenta de que, si ella se ha quedado contemplando una joya en un escaparate, sería un detalle apropiado regalársela en una ocasión especial...

El reparto de las tareas tiene sus cosas. El marido va al supermercado a hacer la compra para todo el fin de semana. Lleva una lista donde, entre otras cosas, pone: “alitas de pollo”. Ahora viene el problema: hay alitas cortadas, alitas sin cortar, alitas familiares. Manda una foto a su mujer: ¿Cuál de las tres alitas quieres? Y lo mismo sucede si son muslitos de pollo: los hay con hueso, sin hueso… Dilema.

Por eso la mujer dice que prefiere hacerlo todo ella, porque así acaba antes. No quiere esto decir que el hombre sea un muñeco manipulado por la mujer, sino simplemente que no le importan las mismas cosas, y por eso no le molesta un montón de ropa en el rincón. Por la misma razón, ella se queja de que el marido no valora que la casa está limpia. Pero él dice: «Prefiero que ella me reciba con una sonrisa, a que el cuarto de baño huela a hierbabuena».

A veces las mujeres no nos damos cuenta de todas las tareas que lleva a cabo el marido: arreglar los asuntos del banco, poner gasolina al coche, llevarlo a limpiar, traer una caja de cerveza, llevar una alfombra a la tintorería, colocar un cuadro, cambiar una bombilla. Decía J. Burggraf: «…y matar arañas».

Un poco de sacrificio por la otra persona es la mejor prueba del amor verdadero.

7

La suegra

«Cuando te casas con una persona, te casas con su familia».

(A. Vallejo-Nágera)

La relación con familiares próximos al principio puede ser problemática.

Con frecuencia se oye: mi suegra no me acepta. Las madres siempre esperan algo mejor para su príncipe y aceptan de mala gana a la futura nuera. Esto suele mejorar con el tiempo, más aún cuando llegan los primeros nietos. En la situación actual, en la que ambos trabajan fuera de casa, se recurre muy agradecidamente al apoyo de los abuelos.

No se puede ni se debe apartar a nadie de su familia. Cuando uno se casa, no se casa solo con su marido o con su mujer, sino con la familia del otro. Los abuelos tienen derecho a ver a sus nietos, y los nietos tienen derecho a estar con sus abuelos. Una mujer había prohibido a su marido ver a su madre, y este tenía que acudir a visitarla a escondidas, pues la mujer tenía celos.

Los abuelos ejercen una gran influencia sobre los nietos.

Ir a comer todos los domingos a casa de los suegros, o de los padres, puede resultar pesado, más aún cuando lleva consigo pasar también la sobremesa y media tarde en su casa. Las parejas jóvenes a lo mejor este día lo quieren disfrutar solas, o tienen tareas que hacer en su casa, después de una semana entera de trabajo fuera del hogar. Y el problema se agudiza cuando las dos familias políticas compiten por la presencia de los jóvenes, sobre todo cuando llega la Nochebuena, Fin de Año, el Día de la madre, etc. Esa tensión puede originar verdaderas peleas en el seno de las familias. Por no hablar de las conversaciones en la mesa, cuando algún comentario desafortunado de la suegra ha herido profundamente a la nuera. «Y no me has defendido cuando tu madre ha dicho…». El pobre marido ni se da cuenta: no percibe ninguna maldad, porque está acostumbrado a la forma de hablar de su madre.

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