—Murió en un incendio, solo. Sus padres sobrevivieron y estoy segura de que están llenos de remordimiento —digo, mirando un punto cualquiera en la mesa—. ¿Te lo puedes imaginar?
—No. Ni tampoco me gustaría que eso me pasara —comenta, abriendo el libro que trae entre manos. Sonó un poco duro, lo sé, pero mi amigo nunca ha sido una persona seria. Desde que su padre se fue de casa cuando él tenía diez años, se prometió a sí mismo no dejar que nadie más entrara en su vida en forma sentimental o profunda. Conservaría solo a aquellas personas que ya estaban en ella. Por eso, no lo culpo por ser tan rudo o insufrible a veces, de verdad que no.
—¿Me dejas ver esa noticia?
Abro la portátil de nuevo y la pantalla se enciende una vez más, rápidamente la volteo para que él lea, yo ya no puedo ni mirar. Tomo el texto que reposa sobre la mesa y comienzo a hojearlo. ¿Cómo diablos voy a encontrar el hechizo, ritual, lo que sea, en esta cosa?
—Vaya, sí que debe ser difícil —declara en un susurro, cuando sus ojos terminan de escrutar la pantalla—. ¿Cuándo vamos a cavar la tumba?
Si hubiera tenido un café, uno que realmente necesito y quiero, lo hubiera escupido por lo abrupto de la pregunta. A pesar de la situación en la que nos encontramos, Floyd se parte de la risa con mi cara estirada por la sorpresa y yo le doy una mirada asesina para que se calle.
—Hablo en serio. Te das cuenta de que eso es lo que tendremos que hacer para conseguir ese cuerpo, ¿verdad? —pregunta, y cierra la computadora cuando unas chicas pasan cerca de nuestra mesa.
—Si lo sé, solo que no lo quería pensar, ya sabes, decirlo en voz alta me da cosita —susurro, no me gustaría arriesgarme a que alguien escuchara nuestra extraña conversación. En especial, cuando la biblioteca es tan silenciosa que se escucha el más leve murmullo.
—A mí también me causa un sentimiento raro, algo como asco. Aun así, creo que es obvio que lo deberíamos hacer de noche. Meternos dentro a escondidas es mejor, mucho mejor, a que nos vean cavando una tumba en plena luz del día.
—Por cierto, de noche. Con guantes y si se puede con capucha, para no dejar pistas y no ser vistos —digo, señalando lo que me parece obvio.
—¿Para cuándo tienes planeado hacerlo?
—Cuando encontremos el ritual correcto.
—¿Cómo sabremos que lo es? Y más importante, ¿dónde ocultarías un cuerpo hasta encontrarlo?
—Obviamente hay que hacer el hechizo la misma noche que lo hallemos, es una cuestión de lógica, no seas bobo.
—Ay ya, no te pongas así.
Eleva las manos a ambos lados de la cabeza en señal de rendición, con una mueca tan ridícula en el rostro que se me hace imposible no reírme. Necesito eso, algo de positividad en todo este embrollo es bueno para la salud mental de ambos, así que le agradezco mentalmente a mi amigo por ser como es, siempre y sin excusa.
—Solo digo. Realmente no quiero fallar en esto, y eso que muchas cosas pueden salir más que mal
—Créeme, te comprendo —dice, con ojos apaciguados—. Tengo una mejor idea que estar sentados aquí revisando ese libro. Arrienda el texto y llévatelo a casa, revisémoslo con comida cerca y todo mejor.
—Me parece la mejor idea de esta semana.
Ambos tomamos nuestras cosas, meto la laptop en la mochila y, con el libro en una mano, partimos hacia la salida.
Arriendo el título y salgo junto a mi amigo al pasillo, ligeramente iluminado por unas lámparas de estilo antiguo, y, luego, caminamos hasta su auto azul. Listos para descubrir los secretos de La parada de las almas .
****
—¿Encontraste algo?
Me sobresalto cuando Floyd se lanza sobre el sillón a mi lado con un recipiente relleno de palomitas de maíz.
—Nada —respondo colocando un papelito en una hoja poco antes de la mitad del libro. Lo cierro de golpe y se lo entrego a mi amigo—. Busca tú, necesito un descanso de esa cosa.
—¿Por qué yo? Me da cosita eso —se queja, tomando un puñado del bocadillo que se lleva a la boca.
—Porque tú dijiste que estábamos juntos en esto, acepta las consecuencias y haz tu parte —demando, tomando un par de palomitas del pote—. Después sigo yo, si es que no encuentras nada.
—Ay, no quiero —reclama, abandonando el libro sobre la mesa de centro como un niño pequeño que no quiere comerse las verduras. Le lanzo una mirada mortal y él toma el título nuevamente, apresurado y temiendo la venganza que le pueda cobrar—. Está bien, pero si no encuentro nada en el tramo que leeré veremos una película. Es demasiado tema de muertos por un día.
—Pues prepárate porque ni siquiera hemos encontrado el hechizo, es mejor ni imaginarse cómo será cuando lo usemos.
—Cállate y deja de recordármelo, que gracias a ti voy a pasar la escena más traumática de mi vida.
Suelto una pequeña risa por su peculiar manera de referirse a las cosas y me dispongo a ver mi celular y jugar un juego mientras espero a que mi amigo se aburra o descubra algo. En eso me paso la siguiente hora, comiendo palomitas del pote que ya va por la mitad. Ya he perdido unas veinte veces e iba por la número veintiuno cuando el moreno cierra el libro de golpe y lanza un suspiro realmente agotado. Bloqueo la pantalla de mi móvil y fijo la mirada en sus ojos castaños.
—¿Aún nada? —pregunto, hundida en el cojín.
—No, por lo menos no algo que me parezca lo indicado.
Aprieto los labios en señal de disgusto, tratando de contener las emociones. Estira la mano para tocarme un hombro y vuelve a hablar:
—Lo encontraremos, ¿sí? Te prometo que salvaremos a Chuck.
Asiento profundamente agradecida de no estar en esto sola y, más aun, de tenerlo a él para ayudarme. Me lanza una de sus brillantes sonrisas y agrega, prendiendo la televisión:
—Ahora, me prometiste un descanso de todo esto así que... ¿te parece Netflix ?
—Algo romántico o una comedia, por favor. Es lo que necesito —pido, desperezándome sobre el sofá.
—A la orden, capitana.
Hace un saludo militar y comienza a buscar, hasta que se decide por una comedia que ya hemos visto, pero que viene bien después de todo lo que hemos estado haciendo.
Nos pasamos las siguientes horas comiendo y evitando todo lo que está por pasar, tratando de deshacernos de nuestras preocupaciones, por un breve intervalo hasta que tengamos que regresar a lo que para nosotros es la realidad.
Una bastante extraña para un par de adolescentes.
****
A la mañana siguiente me despierto con los gritos de la madre de Floyd que creo que lo está regañando por el hecho de que nos quedamos dormidos sobre el sofá y dimos vuelta el recipiente con las palomitas que quedaban en él, derramándolas por todo el sillón.
—Ve a limpiar eso ahora mismo —le ordena la madre, que tiene el cabello del mismo color que su hijo, atado en una cola en lo alto de la cabeza, disimulando así las pocas canas que tiene—. Hola, Verónica. ¿Cómo has estado?
—Bastante bien. ¿Y usted? —digo con monotonía.
No le voy a decir las cosas que me han estado pasando por la mente y la completa verdad de lo que ha sido de mí últimamente. La señora Clarson está a punto de contestar, cuando Floyd interrumpe nuestra conversación.
—¿En serio, mamá? A ella la saludas como si fuera tu hija y a quien de hecho es tu hijo, lo primero que haces es retarlo. Ni un “Hola hijo, ¿cómo dormiste?” o un “Buenos días, Floyd” —se queja dramáticamente. Nos reímos por la manera de actuar del moreno, es imposible no hacerlo si se trata de Floyd y sus complejos de rey.
—Si te preocuparas de ser un mejor anfitrión, a lo mejor te ganarías mi cariño —agrega su madre. Mi amigo hace un puchero mientras me echa del sillón a empujones para poder limpiarlo.
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